Antitaurinismo, situación actual y perspectivas de futuro… Parte siete
El antitaurinismo en la era de la globalización… El futuro. Por lo que hemos tratado de exponer, parece lógico deducir que el futuro del antitaurinismo y el de la Fiesta de los toros dependen el uno del otro. Mientras sigan vigentes los toros no acabarán los ataques, a no ser que las percepciones y los valores de la sociedad globalizada, altamente urbanizada, cambien del todo, algo poco probable.
Pero si la tauromaquia sucumbe bajo estos ataques, o deja de interesar, o se transforma perdiendo su esencia, no creo que los movimientos antitaurinos se esfumen por lo tanto. Se congregarán con el animalismo ordinario, el cual no dejará de buscar otras metas:
Acabar con las diferentes cazas y pescas tradicionales, con los circos y los acuarios, con espectáculos de animales, desde luego con su utilización en los experimentos científicos, y con el foie gras.
Algunos extremistas están incluso cuestionando el comercio de las mascotas y su encerramiento en los pisos urbanos, con el riesgo de molestar a muchos ciudadanos que les tienen simpatía (la verdad es que uno se pregunta si un perro gimiendo, porque se aburre de estar solo entre cuatro paredes, hasta el regreso de sus dueños, no es maltrato animal).
No hay que perder de vista la ideología fundamentalista que ha originado el animalismo : no comer nada que sea producto de un animal o, como propone Jesus Mosterín, investigar para que los filetes se puedan conseguir por cultivo in vitro a partir de célula madre.
Esta es la meta última, como también la igualdad de condiciones y de derechos entre «todos los animales, humanos o no». Mientras otros profesionales o aficionados a actividades relacionadas con animales encuentran los medios de contrarrestar tales ataques, al mundo de los toros le corresponde ahora defender los derechos de su afición. De la eficacia de esta lucha depende su propio futuro.
1) La movilización En España el mundo de los toros y la afición han tardado quizás en tomar conciencia de las amenazas que pesan sobre la Fiesta. Una relativa indolencia o indiferencia, frente a los ataques que se han intensificado, son explicables tal vez porque esta Fiesta se considera como nacional, es tan arraigada y ha triunfado durante siglos de tantos atropellos, externos e internos, que se ha impuesto en muchos espíritus el veredicto de esta copla popular: Es una fiesta española que viene de prole en prole Y ni el gobierno la abola Ni habrá nadie que la abole.
Pero resulta que si no se remedian algunas cosas la transmisión « de prole en prole » no está asegurada y la « abolición » tampoco se puede descartar. Gracias a Dios, el despertar se ha producido y se ha concretado hace poco con esa magna manifestación de Valencia en la que han desfilado juntos – ¡ya era hora ! – unos 40.000 profesionales del toreo y aficionados. Ese frente debe mantenerse unido, no solamente en la calle cada vez que surja un nuevo peligro, pero también en las organizaciones que se proponen defender la tauromaquia y los derechos de la afición.
Es saludable que, al pie del cañón, se hayan constituido para dicha defensa varias «Mesas», «Plataformas» y que ahora emerja la Fundación del Toro de Lidia. Sin embargo, para lograr una mayor eficacia, me atrevería a desear que – un poco como se ha hecho en Francia con el Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas –se constituya aquí un organismo verdaderamente federativo que agrupe a los profesionales, a las federaciones de aficionados, a los responsables políticos que quieran entrar, y que pueda contar además con un departamento jurídico y con un grupo de intelectuales e investigadores dispuestos a trabajar en el campo de la argumentación y de la comunicación.
2) La defensa jurídica y política de la Fiesta Me acuerdo del fallo de un tribunal de apelación en Andalucía, hace años, dando la razón a un empleado recurriendo por haber sido despedido al contestar airadamente a un 24 cliente que se había mofado de Curro Romero.
El tribunal disculpaba al tal empleado afirmando que la pasión por el Faraón de Camas es un sentimiento, la adhesión a unos valores y una forma de vida que merecen ser respetados. No sé si esta sentencia se repetiría hoy en estos términos, pero desde luego los toreros y los aficionados deben defender sus derechos a no ser insultados y agredidos como suele suceder a menudo. La decisión de la Fundación del Toro de reaccionar en este campo cada vez que sea necesario es desde luego acertada.
Conviene acallar por esta vía las agresiones. Frente a ellas una medida urgente se impone en el campo político y administrativo: obligar a una distancia prudente entre los espectadores que acuden pacíficamente a la plaza y los grupos de antitaurinos cuya estrategia, ya lo he dicho, es insultarles y provocarles para que surja un conflicto que corrobore su acusación según la cual el público de toros es violento y gusta de la violencia.
¿Qué pasaría si estos insultos cayesen sobre unos hinchas a la puerta de un estadio de futbol?
Hay que congratularse por todos los reconocimientos y declaraciones de los toros como Bien de Interés Cultural (BIC), o Patrimonio Histórico y Cultural, que se han producido en estos últimos años en los diferentes niveles políticos : municipios, diputaciones, comunidades autónomas y, por supuesto, Estado, con la Ley del 12 de noviembre de 2013 para la regulación de la tauromaquia como patrimonio cultural. Esta ley obliga al Estado y a todas las instituciones políticas, en todo el territorio nacional, a velar por el derecho de todos los ciudadanos a practicar y cultivar este patrimonio.
¿Tiene por lo tanto derecho una comunidad autónoma o una ciudad a declararse antitaurina y a prohibir la celebración de festejos ?
Todos los aficionados del mundo esperan con ansiedad la decisión del Tribunal Constitucional de España. Mientras tanto pido permiso para sugerir que se logre, a propósito de la tauromaquia, una mejor articulación y coherencia entre los conceptos de BIC, de Patrimonio Histórico y Cultural y de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI). Me parece, en particular, que una articulación más explícita sería oportuna entre la ley del 12 de noviembre de 2013 y la ley del 26 de mayo de 2015 para la protección del Patrimonio Cultural Inmaterial, al reconocer formalmente que la tauromaquia es un PCI y que se le deben aplicar todas las disposiciones previstas por esa ley.
Recuerdo que, en este campo, el PCI es el único concepto que reconoce la Unesco y que, en caso de que la ley española, o de otro país taurino, protectora para la Fiesta, sea suprimida en una nueva legislatura, es bueno poder apelar a una convención internacional firmada por el conjunto de los Estados.
Lo altamente deseable sería que España liderara, en concertación con los otros siete países de tradición taurina, el proceso de inscripción de la Tauromaquia en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad, como la ley de 2013 lo propone. Pero no lo puede hacer si antes no la ha declarado como tal a nivel nacional, inscribiéndola en un inventario del PCI también nacional.
3) Apoyarse en los planteamientos de la Unesco Para la defensa de la tauromaquia debe ser una base permanente lo dispuesto en las convenciones de la Unesco, la de 2003 sobre la protección del patrimonio cultural inmaterial, y la de 2005 sobre la promoción y protección de la diversidad de las expresiones culturales.
El texto leído por el maestro Enrique Ponce para clausurar la manifestación de Valencia del 13 de marzo ha dado en el clavo, recogiendo dos puntos fundamentales de estas convenciones: el amor al toro y el valor ecológico de su cría que hacen que la tauromaquia, como PCI, «contribuye al conocimiento de la naturaleza y del universo» -uno de los cinco criterios marcados por la convención para cualificar dicho patrimonio– y, sobre todo, esta definición:
«La cultura es lo que el pueblo quiere que sea».
Esta fórmula está en plena consonancia con el concepto antropológico de cultura tal como lo establece la convención de 2005 bajo la influencia del pensamiento de Lévi Strauss.
La diversidad de los sentimientos, emociones e interpretaciones compartidos por un grupo humano – en nuestro caso el de los aficionados – prima sobre la globalización o mundalización de los juicios y valores, salvo cuando se trata de los principios de la declaración universal de los derechos humanos.
Hablando de este tema, debemos denunciar la mentira de algunas organizaciones antitaurinas cuando afirman que la Unesco adoptó en 1978 una «declaración universal de los derechos del animal ».
En realidad, el secretariado general de la Organización de las Naciones Unidas se limitó a prestar un local para que estas asociaciones debatieran y leyeran un texto preparado por la «Liga para los derechos del animal».
No tiene ningún valor jurídico más que de ser un simple manifiesto animalista. Éste es un ejemplo entre muchos otros de los múltiples recursos que ponen en juego los movimientos antitaurinos y animalistas para intoxicar a la opinión pública.
En cuanto a la tauromaquia difunden innumerables calumnias sobre trampas y malos tratos infligidos a los toros (echarles pesados sacos de arena a los lomos en los corrales, líquidos ácidos a 26 los ojos para que estén reparados de la vista ( !)…) y sobre la crueldad de los espectadores. Son verdaderas difamaciones que dañan el honor de profesionales o colectivos de aficionados, por las cuales convendría obtener reparación ante los tribunales.
La Corte de apelación de Pau ha establecido al respecto una interesante jurisprudencia. Lo cual no impide que habría que procurar que muchos aficionados sean capaces de explicar y justificar su afición y sus emociones.
Deberían hacer oír su voz mucho más en vez de resignarse a las caricaturas que los antitaurinos comunican de la cultura taurina aprovechándose de su silencio. Insistimos una vez más: de ahora en adelante cada aficionado tiene que ser además un militante y entender, por lo menos, que los sentimientos que nos suponen nuestros adversarios son un insulto a nuestros padres y abuelos que nos transmitieron su pasión.
4) Reponer en marcha la transmisión entre generaciones. Lo dice muy claramente la convención de la Unesco: un patrimonio cultural inmaterial no puede mantenerse vigente si no se produce «una transmisión de generación a generación».
Y lo ha entendido así de claro el antitaurinismo, tratando de impedir que los niños puedan ser iniciados, incluso por sus padres, que oigan hablar de toros en los centros escolares y que practiquen el toreo en las escuelas taurinas y en los festejos menores.
La preocupación para que los jóvenes puedan acudir a una plaza y, así, asumir el relevo de la afición, es una prioridad. Muy positivas son, en ese sentido, las medidas tomadas por algunas empresas o autoridades gestoras de los cosos para constituir tendidos jóvenes con precios muy asequibles, o para invitarles a presenciar becerradas o fiestas en donde puedan aprender a practicar el toreo.
Para completar su educación sería bueno que dispusieran de folletos, concebidos para ellos, comunicándoles las bases de la historia de la tauromaquia, de la técnica del toreo, y de su entorno cultural. Hace años la Junta de Andalucía publicó unos manuales de este tipo, y un cuaderno infantil con dibujos adecuados acaba de ser publicado.
Otra iniciatiativa muy aconsejable, dada su gran sensibilidad para los temas ecológicos, es la posibilidad de llevarles a visitar las dehesas del campo bravo y a descubrir las diferentes tareas de una ganadería. Para mí esto es el paso determinante para despertar la afición.
Ver al toro, fiero y semisalvaje, en la libertad y en la paz de su campo, donde conviven, además de las vacas, los becerros y los sementales, infinidades de pájaros y animales salvajes, comprobar la atención amorosa que le prestan los ganaderos y sus hombres, son la prueba más elocuente del aporte ecológico de la Fiesta.
La única salvedad, creo yo, a esta soberbia imagen de una naturaleza preservada son las feísimas fundas impuestas a los pitones, emblemas demasiado evidentes de manipulación. ¡Por lo menos que no salgan en las fotografías!
5) Una evolución ineludible dentro de la autenticidad Es innegable que la tauromaquia, sin alejarse de sus fundamentos, tiene que disponerse a evolucionar de conformidad con los gustos y preocupaciones de la sociedad, en particular de los jóvenes. La rutina y el conservadurismo – lo que Kant llamaba «el sueño dogmático »-, son la forma más certera para provocar aburrimiento y alejar a las nuevas generaciones.
Es indispensable que nuevos valores puedan surgir en el toreo, en particular dando facilidades para la celebración de novilladas sin caballos; asimismo que se respete más a los representantes de la afición local y se les consulte – como se suele hacer en Francia por vías estatutarias – en el momento de confeccionar los carteles. Es oportuno que se sientan más implicados en la elaboración de la fiesta y no simples consumidores o clientes.
Pero es no menos indispensable que se mantenga toda la autenticidad de la corrida y que nunca caiga en el peligro de convertirse en mera coreografía o simulacro. El público tiene que seguir sintiendo la emoción de la lidia, la evidencia del riesgo para el torero y de la bravura, apoyada en la fuerza, del toro.
De otra manera, ¿cómo defender la Fiesta?
En ese orden de ideas se impone con la mayor urgencia la reforma de la suerte de varas o, en todo caso, la aplicación de sus reglas que en gran parte han sido olvidadas. También hay que volver a dar su importancia a los tres tercios. Los dos primeros, en la actualidad, suelen ser poco menos que simples trámites.
Teniendo en cuenta la sensibilidad de la opinión hoy en día, me parece también urgente poner remedio a las fases que, después de la estocada en el ruedo – médula del significado cultural de la tauromaquia mal que le pese al actual alcalde de Valencia – presiden el final de vida del toro y su agonía.
No se puede consentir que se convierta para los ojos de muchos en una víctima indefensa y – ¡esta vez sí! –torturada, sufriendo sartas de descabellos y de puntillazos fallidos. Es de todos sabido que los antitaurinos aprovechan con ardor estas imágenes deplorables para alimentar su campaña contra la Fiesta y contra la denostada crueldad de sus espectadores.
Bien sé que no es fácil 28 encontrar las soluciones adecuadas, pero se puede empezar por formar en los mataderos a los puntilleros y por reclutar auténticos profesionales como se hacía, pocos años atrás, en las plazas de primera.
En 1928 se eliminó con el peto el espectáculo insoportable de los caballos destripados. Era una reforma de mucha más envergadura que la que se podría establecer ahora con la limitación drástica de los descabellos y de la puntilla.
6) Consolidar el hilo entre la tauromaquia clásica y las fiestas populares He tenido la oportunidad, este año, de vivir de cerca el Bolsín taurino y el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo. Fue toda una felicidad comprobar cómo en estos días y en esta ciudad viejos y jóvenes – ¡muchos por cierto! –conviven con la fiesta del toro, con suma alegría y de múltiples maneras, presenciando o practicando encierros a pie y a caballo, capeas, tientas, novilladas sin caballos, festivales.
¡Ahí sí que no se corre peligro de que los antitaurinos acaben con ese tipo de fiestas!
¿Quién se atrevería a meterse con estas peñas?
Lo mismo se puede decir de tantos pueblos de la geografía española, de la Francia taurina y de los países americanos que comparten ese patrimonio. Los que se limitan a ir a los toros en las corridas de las grandes urbes no deben olvidar que en estas tradiciones populares reside el cimiento que da todo su vigor a la fiesta de los toros, en sus albores y en la actualidad.
Muchos sin embargo manifiestan su reprobación por ciertas tradiciones, en particular por una de ellas, proclamada como «torneo», que ha suscitado a nivel nacional e internacional muchos comentarios negativos, en la prensa y en la televisión. Esto ha sido pan bendito para los antitaurinos y plantea un problema.
Creo que, en nuestros tiempos, para que una tradición de ese tipo siga aceptada por los que no la conocen o no la comparten, tiene que reunir tres condiciones : que los participantes sepan entenderla y explicarla – o sea que formen una auténtica comunidad popular- , que el turismo o el fenómeno de masificación no adulteren sus reglas y su desarrollo, y – como en la corrida – que el final del toro nunca dé la imagen de una víctima indefensa, entregada a una matanza.
7) Incitar a los medios de comunicación a salir de su antitaurinismo pasivo. Salvo algunas excepciones encomiables, no deja de llamar la atención el espacio, muy reducido, concedido por los medios de comunicación al segundo espectáculo en España después del futbol, en número de espectadores y en resultados económicos, si se compara con la importancia que se otorga a actividades deportivas o culturales muy minoritarias.
No hablemos de la prensa nacional en Francia, donde una avalancha de correos indignados arremeten contra las sufridas redacciones en las pocas veces que publican una noticia relacionada con la tauromaquia. Allí la censura por presión de los antis ha terminado siendo autocensura, y me temo que sea los mismo en el país cuna de la Fiesta, España.
Las hazañas de los toreros en el ruedo muchas veces no se recogen en las televisiones públicas, y para que se rompa esta barrera de silencio debe producirse una cogida grave o un acontecimiento sentimental de un torero que tenga el privilegio de entrar en la categoría de los « famosos » y que pueda ocupar un lugar en el ¡Hola! y en el programa Corazón de TVE.
Para los medios públicos, nacionales o regionales, las reglas del servicio mínimo deberían hacerles obligatorio ofrecer una información también mínima sobre la actualidad taurina y retransmitir las corridas más importantes del año. Para los comerciales la incitación por parte de los grupos de aficionados podrá ejercer el mismo papel, en positivo, que las protestas de los antitaurinos, en negativo.v
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* Obra del Maestro Rafael Sánchez de Icaza
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