Crónicas

En Aguascalientes… Roca Rey se impone ante la nula defensa de la patria

Un lleno se registró en la Monumental de Aguascalientes en el día grande de la Feria de San Marcos. Se lidió un encierro desigual en presentación de la ganadería de Begoña, sosos, mansos y sin transmisión. Hubo un arrastre lento exagerado al tercero de la tarde que fue manejable.

Joselito Adame: Oreja protestada y silencio

Diego Silveti: Silencio y silencio

Andrés Roca Rey: Dos orejas y silencio.

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El día grande de la feria sanmarqueña se sintió distinto, sin esa chispa de garra, de pelea, de defensa de la patria. Hoy los toreros mexicanos se vieron sobrepasados por el peruano, que llegó, mandó, se justificó y dijo sin palabras: ¡Es así señores!”.

El trono de la tauromaquia mexicana no tiene dueño, sigue vacante, por más que se quiera jurar que existe una figura, la realidad es otra. Hoy por hoy el reino no tiene rey. El día grande de la feria sanmarqueña se sintió distinto, sin esa chispa de garra, de pelea, de defensa de la patria. Hoy los toreros mexicanos se vieron sobrepasados por el peruano, que llegó, mandó, se justificó y dijo sin palabras:

¡Es así señores!

Esta tarde de calor abrileño el latir de la afición se hizo presente en la monumental, convocados por un cartel novedoso, lleno de potencial, que a la postre sólo trajo los lauros para Andrés Roca Rey, quien posee todo el ímpetu de la juventud, dispuesto a mandar aquí, allá y si se dejan más allá.

La faena más intensa del festejo se la hizo Roca Rey al tercero de la tarde, un astado al que apenas le señalaron el puyazo y que sí, fue repetidor, iba constantemente a la muleta del torero, pero sin esa fiereza que sólo da la bravura. Con ese embestir pausado que gusta a los que aman al “toro artista” pero que queda a deber a los que valoran la emoción de un TORO BRAVO (con todo lo que ello implica).

¿Qué es lo que haría Roca Rey ante tales condiciones

Aprovecharlo sin duda, buscar como sí, meterlo a su tela y si no podía construir su casa sobre la roca entonces lo haría sobre la arena.

¡Y vaya que lo hizo, Roca Rey!, construyó una labor sólida sobre bases movedizas, donde era no, él dijo sí.

Comenzó el tercio mortal trazando con finura por bajo, siguiendo con muletazos de pecho, reponiendo lo justo para pasárselo por derecha lento, aunque sin mucho oponente por delante, toda la labor y el mérito totalmente del torero, quien se colocó en la distancia y tiempo correctos para hacerlo lucir.

Por naturales los toques de su muleta hicieron ir por donde él mandara al burel, minimizando las distancias entre ambos para emocionar al tendido y despertarlos del letargo.

Luego prosiguió por alto, el cambiado por la espalda y el de pecho muy torero para rematar la tanda. Vertical Roca Rey, tirando del astado y así conseguir pases en redondo, otra vez cambiarse la muleta por la espalda y rematar con el forzado de pecho.

En las alturas las notas de la popular Pelea de gallos y en el ruedo un Roca Rey sereno, seguro de lo que sabe y es capaz de interpretar. Para abrochar la labor, se lo pasó por manoletinas cambiándole el viaje a último instante, el desdén torero mirando al tendido y la gente de pie.

Y aquello que pudo coronar con perlas finas se quedó con un poquillo de mal sabor de boca puesto que dejó una estocada muy caída. El juez se emocionó cual quinceañera y de botepronto otorgó las dos orejas que finalmente Roca Rey obsequió a la gente al iniciar apenas la vuelta al ruedo.

Para el astado un arrase lento que el juez se sacó de no sé dónde, puesto que no se puede premiar las embestidas noblonas y la falta de pelea en los piqueros, eso sería decirle sí a una fiesta no brava, sin emociones y por ende sin sentido.

El sexto del festejo fue un galimatías, débil, buscándole las carnes, y por más que el peruano lo intentó las embestidas dóciles casi borreguiles no le sirvieron de mucho, estocada caída y trasera para irse en silencio.

¿Y los mexicanos?

¡Sin atender el grito de guerra!

Un José Adame displicente y un Diego Silveti que fue un gris fantasma.

Y sí, lo repito, el reino de la fiesta mexicana no tiene rey, ni  príncipe.

Joselito Adame recibió al primero de su lote con verónicas lentas y remate con media, en varas el astado fue al piquero recibiendo dos puyazos de los cuales salió distraído, con el testús en alto.

De muleta José comenzó por alto, el astado siempre tomó las telas a media altura y así se lo pasó unas veces templado y otras pasando apuros y haciendo la graciosa huida. Por derecha algunas lentas ante un toro que fue repetidor, aunque sin brío y sin emanar emoción.

De ahí en adelante José cayó en el estilo del fácil agrado que raya en lo vulgar, tomándose de los cuartos traseros, luego aparecieron algunos pases de lentitud que hacían ilusionar al aficionado que se quedaba con los olés atragantados en la garganta.

Adame quiso pasárselo en un palmo de terreno, pero se le quedaba corto y se quedaba sin completar los muletazos. Se tiró a matar dejando estocada y trasera y caída, se le otorgó una oreja de oropel que luego algunos le protestaron.

Con el cuarto del festejo Adame fue un bonito castaño que desde el inició no fue al encuentro con los capotes y que en varas embistió con la cara arriba. Adame inició por doblones para sacarlo del terreno de las tablas y luego por derecha pasárselo a mediana altura sin llegar a emocionar. Por izquierda poca la conexión y sí echando mano de tristes recursos para echarlo pá fuera.

Ésta, una versión displicente de José, sin valorar que estaba en casa, ante su gente y en el día grande de la feria, quizá guardándose para las tardes que le restan.

Y así prosiguió por el izquierdo, ante un astado de nulas embestidas al que prefería mandar desde Aguascalientes hasta los mares caribeños, lejos, lejos allá donde se pierde la vista.

Al final con un toro manso enfrente y sin mayores recursos de dónde aprovechar, quemó el último cartucho exigiendo se escuchará la charanga en las alturas, como si aquello sustituyera lo ausente. Mató de media trasera para irse en el silencio.

Quien fue literal una sombra grisácea, casi como el tono de sus canas fue Diego Silveti, su primero fue un soso y débil ejemplar de Begoña, con este Silveti estuvo variado con la capa pero al tomar la muleta su actuación fue intrascendente, cual si estuviera ausente.

El torero cayó en el desespero, quizá no acostumbrado a que le toquen toros malos, puesto que la suerte está, la mayor parte de las veces de su lado. Pero esta vez no, poca prosa con su primero y a otra cosa, entera contraria para el silencio.

Y con el quinto el toro más justillo del encierro y que también recibió un minúsculo castigo en varas, Silveti lanceó a pies juntos para rematar con media.

De muleta sosa la embestida y el torero descafeinado, la gente en su propia fiesta mientras que el toreo de Silveti en el ruedo se desvanecía, frío, esteril y sin frutos, sin guerra en las venas por el honor del toreo mexicano, diluyéndose para irse con las manos vacías. Estocada entera tendida y el silencio.

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@AnaDelgado28 

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