Reportajes

ACTP lanza espléndido libro El Perú es taurino

Desde la portentosa edición de Los Toros en el Perú (Editorial Santillana, 2001), que promovieron don Fernando Puga y su hermano, el ganadero don Rafael Puga Castro, no se contaba con una obra acaso similar que explicara, pormenorizadamente, el desarrollo de la fiesta taurina en el país.

De edición impecablemente prolija, hoy celebramos la aparición de otro estupendo libro de mesa, especialmente gráfico, que da cuenta de ello, tanto a través de sus maravillosas imágenes como de los sesudos artículos que incluyen, por ejemplo, el del nada menos Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

En efecto, El Perú es Taurino surge como iniciativa feliz —una más— de la silente pero esmerada Asociación Cultural Taurina del Perú, que preside el aficionado don Jorge Luis Pérez Chávez a quien acompaña su actual junta directiva que integran, coincidentemente, el maestro Rafael Puga Castro; el periodista taurino Carlos Castillo Alejos; el empresario y aficionado práctico Enrique Sifuentes, y el matador Fernando Villavicencio.

En sus casi doscientas páginas páginas, el lector encontrará bellas imágenes captadas por profesionales de la fotografía taurina de trayectoria y experiencia como Agustín Carbone al que le siguen jóvenes fotógrafos que representan una nueva generación de talentosos artistas.

Igualmente  conocerá por medio de reseñas y sustentos estadísticos, no solo de la fascinante historia de la edificación de la Plaza de Acho inaugurada allá por 1766 que la hace una de las más antiguas del mundo en servicio, sino del número de plazas de toros existentes en las vastas regiones taurinas del Perú, por ejemplo.

De igual modo, podrá hurgar con deleitación, más aún si es aficionado, en la historia de la tauromaquia peruana desde la llegada de la cultura hispánica, remontada prácticamente hace medio milenio.

Sabrá también que son —de veinticuatro— diecisiete regiones eminentemente taurinas existentes donde se suelen dar en conjunto, unos setecientos festejos cada temporada, y que según apunta el cronista taurino Pablo Gómez Debarbieri, en el último lustro se han incrementado significativamente en el orden del 83 %, todo lo cual se traduce no solo en un aumento de la afición sino que genera un impulso económico y comercial relevante.

En algún artículo anterior, nosotros ya nos hemos referido al carácter multicultural de nuestro país. El Perú es un país lleno de contrastes y matices perfectamente expresados en sus rasgos antropológicos, sociológicos y culturales. Sus arraigadas costumbres y tradiciones aún permanecen incólumes y conviven dentro de la cada vez más desaprensiva modernidad.

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La Fiesta de los toros no es ─no podría serlo─ ajena a esa parte del componente cultural que secularmente ha enriquecido la historia de la nación peruana de la que constituye un rasgo propio e indeleble.

Proveniente de esa raíz hispánica, la fiesta no solo se arraigó de modo inexorable en nuestro territorio sino que una vez aquí, se hizo suya y creció de forma paralela a su par genética peninsular.

Pero salvo en la metrópoli limeña, que conservó el carácter estricto del rito español, en el resto del interior del país cada colectividad le aportó identidad propia y singular particularidad.

También observados desde un intento trasgresor y reivindicativo de los valores andinos ─de ahí la peculiaridad que muestra en algunas zonas─ como así mismo, y de especial manera, manifestante de la capacidad creadora de sus habitantes sobre la base de sus tradiciones culturales y sincréticas a lo largo de su historia.

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Tal impulso contestatario en parte lo apreciamos en nuestros viajes por la ruta del toro. Muestra de aquello, entre otros lugares, se testifica en la zona cusqueña de Chumbivilcas, con sus distritos de Santo Tomás, y Velille, por citar alguno y no explayarnos tanto en lo que ya contiene el libro, donde la fiesta taurina adquiere trascendencia mística llena de aspectos simbólicos, lúdicos y también dramáticos pese a manifestarse de forma singular apartada del rito convencional.

No hay, para la corrida de toros, el tercio de varas ni la muerte. Abre plaza el llamado rodeo chumbivilcano donde intrépidos jinetes, los qorilazos ─lazos dorados─ capean a los toros sobre sus cabalgaduras provistos de mantas o ponchos multicolores. Estos vaqueros andinos, visten con camisas de cuadros de lana, pantalones de bayeta, ponchos, botas con espuelas y las características qarawatanas de cuero que van desde la entre pierna hasta los tobillos que esconden botas con espuelas como calzado. En las manos sostienen las capas, mantas o ponchos que blandean con destreza estos adustos lazos dorados tocados con singulares sombreros blancos de ala levantada y en la cintura se ciñen fajines de bayeta teñida.

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Entonces las canciones y la música fluyen espontáneos, trasuntando en una especie de ensayo coreográfico dictado por los apus tutelares del frío altiplano cusqueño, toda la energía ancestral del qorilazo otorgándole ese incontrastable sentido lúdico y destellante de su propia luminosidad.

Quizás también tome en cuenta que, contrario a lo que se podría suponer, la región amazónica cuenta con zonas de arraigo taurino como por ejemplo San Martín y Madre de Dios que cuentan, cada una, con sendas plazas de toros, sumándose a las 564 existentes en todo el país.

Admirará cómo se manifiesta la festividad popular celebrando a sus advocaciones marianas y santorales plenas de religiosidad rematadas con  festejos taurinos dados en plazas asentadas en lugares insospechados, como podrían ser desde un cráter volcánico inactivo, como de alturas agotadoras en medio de altiplanos y cumbres andinas, a donde llegan, cada vez más diestros de la Iberia y latinoamericanos integrando carteles con los locales y son vistos por miles de pobladores urbanos y rurales, apostados ya sea en los tendidos —que muchas veces son incluso solo de palos—, como en las laderas de los cerros adyacentes a los cosos puesto que nadie absolutamente desea perderse su espectáculo favorito.

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En sus páginas, el libro destaca el gran aporte económico que genera la actividad taurina que beneficia a las localidades donde se desarrolla, aportando en conjunto a la economía del país alrededor de los quinientos millones de soles cada temporada, vale decir, unos ciento treinta millones de dólares aproximadamente.

Igualmente relevante resulta el número de aficionados proclives al arte taurómaco que consigna cinco millones de personas; dejando en los hechos un tanto debatible si podríamos ser tomados ya como una minoría exenta de sustantiva presencia social.

Desde aquí, invitamos a obtenerlo y disfrutarlo. Vaya nuestra enhorabuena a la Asociación Cultural Taurina del Perú por la gran iniciativa y logro de entregarnos esta obra que debería ocupar un sitio en la biblioteca de cada taurino nacional y del mundo.

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