Crónicas

En Sevilla… Juan Pedro, el ganadero perfecto

Plaza de la Maestranza. Quinta corrida de abono. 28 de abril. Casi lleno. Llovió al inicio del festejo, como había ocurrido durante todo el día en la ciudad. Toros de Juan Pedro Domecq, justos de presentación, muy blandos y nobles. Destacaron quinto y sexto por su movilidad.

Enrique Ponce: Silencio y silencio.

José María Manzanares: Oreja y oreja.

Alberto López Simón: Ovación y ovación.

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Juan Pedro Domecq es el ganadero perfecto para que Enrique Ponce pueda estar en activo hasta los 80 años; Ponce y toda la respetable tropa de figuras que tienen la fortuna de anunciarse con estos toros y todos sus parientes.

No hay animales más guapos y de líneas más sensuales; modelos todos ellos de la alta costura taurina. Desfilan en Sevilla, pero podrían hacerlo en Milán o en París, y su presentación sería igualmente un éxito. Qué serenidad de líneas, qué dulzura de comportamiento; ni una mala cara, ni un mal gesto. Obedientes y cumplidores. Qué suavidad y qué nobleza; y qué dicha la del torero, que los cuida con mimo, afecto y cercanía, como un amigo casi.

Con estos compañeros de viaje no se suda, ni se pierden kilos, porque no son exigentes, no hay tensión en el ruedo. Solo hacen pupa si el hombre se equivoca, pero a ellos, los toros, se le cae la baba de bondad, fidelidad y cariño. Toros de laboratorio para que los toreros duren, duren y duren… mientras haya públicos triunfalistas y festivaleros —como este de la Maestranza— que los aguanten.

Porque, claro, nada es perfecto. A estos modelos de hechuras y andares tan flamencos les sucede que en cuanto abren la boca se les ve el plumero y se definen como toros inservibles y birriosos para la emoción, cimiento básico de la tauromaquia. Carecen de fiereza, de casta, de poder; se derrumban, se paran y se les pone caras de muertos en vida a las primeras de cambio. Son almibarados, producen sonrojo y sus lidiadores hacen el ridículo.

Ridícula fue toda la corrida, y un paseo —ni siquiera un entrenamiento— para los toreros.

Ponce ni se despeinó y volvió a actuar como enfermero jefe ante dos toretes sin sangre brava en las venas. Al final de su sanitaria labor ante el cuarto, golpeó la muleta con la espada en un evidente gesto de enfado para la galería. Como si él no supiera que estos toros guaperas son una birria…

Ridículo, pues, del veterano maestro. Como ridículo hizo la banda de música, tocando a brazo partido sin venir a cuento. Qué cacofónico resulta escuchar un pasodoble cuando lo que ocurre en el ruedo no tiene interés alguno.

Dos grandes estocadas de Manzanares fue lo mejor de la tarde. La primera, en la suerte de recibir, a su primero, y al volapié la segunda. En todo lo alto las dos, hasta la empuñadura y ambas provocaron la muerte súbita de sus oponentes.

Con el capote, nada que reseñar; con la muleta, en su primero, tres largos y lentos pases de pecho. Faltó unidad y poso. Faltó toreo de verdad. Lo mismo que le ocurrió ante el quinto, que se movió, y al que no le encontró el aire en ningún momento. Mal sin paliativos de nuevo ante un toro que mereció un torero más dispuesto y con las ideas más claras.

Y López Simón también hizo el ridículo. Al final de su faena al tercero, otra tonta del bote, se hincó de rodillas para torearlo por alto entre las protestas de parte del público. Y la música, tachín, tachín…

Y el sexto, quizá el mejor de la tarde, por su movilidad y embestida repetidora en el tercio final, el torero madrileño lo intentó, pero no consiguió interesar a casi nadie. Inició la faena con dos pases cambiados por la espalda, y, al poco, ya estaba la banda animando la fiesta. Repetía el toro por el lado derecho, pero los muletazos carecían de misterio. Se vino abajo la labor del madrileño cuando tomó la zurda y se comprobó que a aquello le faltaba hondura. Total, que en vista de lo cual se decidió por un circular, que es como se cortan las orejas en los pueblos.

Hizo una cosa bien: se fue al centro del ruedo para matar al toro y lo consiguió de una buena estocada. El resto, ridiculizante.

Queda claro para quien aún tenga dudas. Juan Pedro Domecq es el ganadero perfecto para el inmovilismo actual, personificado por unas figuras que quieren estar en activo hasta mucho después de la edad legal de jubilación. Si es que para entonces queda público en las plazas.

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* Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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