Crónicas

En Sevilla… Claroscura inauguración

Plaza de La Maestranza. Domingo de Resurrección, 31 de marzo. Inauguración de la temporada. Lleno de ‘no hay billetes’. El festejo comenzó con 38 minutos de retraso a causa de la lluvia. Cuatro toros de Hermanos García Jiménez, -el tercero, devuelto por inválido, y el sexto no salió al ruedo al sentirse congestionado en los corrales-, correctos de presentación, mansos y descastados. Primer sobrero de Olga Jiménez, serio, astifino, blando y muy noble; segundo sobrero de Román Sorando, bien presentado, mansurrón, y descastado.

Morante de la Puebla: Silencio y silencio.

Sebastián Castella: Oreja y silencio.

Roca Rey: Oreja y silencio.

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Orden de lidia -sorteo-

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No fue el Domingo de Resurrección luminoso que Sevilla espera en esta fecha. Estaba previsto que lloviera por la mañana, como así sucedió, y que escampara al mediodía, y escampó. Pero la sorpresa llegó por la tarde. Una tormenta se coló inesperadamente en el cielo sevillano, lo encapotó y oscureció, comenzó con un goteo débil y espaciado hacia las cinco, y pronto se convirtió en una espesa cortina de agua, justamente cuando los alrededores de La Maestranza se poblaban de paraguas.

Lo que empezó con cuatro gotas acabó en una tromba de agua que puso en muy serio peligro la celebración del festejo. Una hora antes de las seis y media, momento previsto para que se abriera el paseíllo, los empleados de la plaza habían retirado la lona que ha cubierto el albero durante toda la muy lluviosa Semana Santa, por lo que el piso se empapó hasta quedar embarrado.

Dejó de llover cuando debían sonar los clarines, pero los toreros prefirieron salir a inspeccionar el ruedo, y se pudo ver cómo las zapatillas se hundían en el amarillo suelo maestrante.

Compás de espera, largo, para que se pudieran taponar los charcos con albero seco y la feliz decisión de la terna de celebrar la corrida en una fecha tan señalada, y con el cartel de ‘no hay billetes’ colgado en las taquillas.

Así que a las siete y ocho minutos comenzó la procesión de las cuadrillas, y eran ya las diez menos veinte cuando Morante enfiló en solitario el camino hacia la furgoneta tras una tarde en la que solo pudo dejar detalles de su torería.

Había interés, lógicamente, en comprobar el estado del torero de La Puebla, y la impresión fue que su semblante era el mismo de otras tardes, taciturno de nacimiento y con una aparente y forzada sonrisa a veces. Pero a Morante no se le juzga por el aspecto de su cara, sino por su inspiración artística; y en función de los toros que le tocaron en suerte, otra vez el lote peor para él, dejó algunos chispazos de alto voltaje.

Tres verónicas al toro sardo que salió en primer lugar, un trincherazo y tres derechazos con sabor fue su hoja de servicios en ese toro, y una verónica en el cuarto. Claro que el que abrió plaza era un animal descastado y de embestida muy desigual, y el otro, sosón, afligido y con tendencia a defenderse al final de la cada muletazo. La mejor noticia, sin duda, es que el torero estuvo y se le espera en las próximas tres comparecencias que tiene comprometidas en la feria.

Castella y Roca Rey cortaron sendas orejas en sus primeros toros. ¿Merecidas? Complicada respuesta si se tiene en cuenta la extrema generosidad del público actual y la muy escasa exigencia del palco.

El de Castella salió del caballo sin picar y su ‘pelea’ fue la propia de un animal manso y con genio. Llegó a la muleta con una rara movilidad, exigente y dificultoso. El torero francés hizo un estudio de la situación por un lado y por otro, decidió plantarle cara, lo sometió con eficacia y nula brillantez y la impresión reinante en que le ganó la partida. No fue la suya una labor lucida, pero si dominadora, de esas que hace unos años se premiaban con la vuelta al ruedo.

Y Roca, ante el tercero, un sobrero de astifinos pitones, blandengue y muy noble, destacó sobremanera en los largos pases de pecho, pero pasó desapercibido en el resto del toreo fundamental. Esta pelea la ganó el toro porque la labor del torero supo a superficial y olvidable, aunque la estocada fue de efecto fulminante,

Ni Castella y Roca pudieron mejorar en sus segundos toros. El primero brindó a la concurrencia, pero su oponente se desinfló pronto; y el segundo, con el otro sobrero, no dijo nada a pesar de la movilidad del toro.

Una tarde claroscura, sin el sol radiante de los Domingos de Resurrección de toda la vida; al menos, la tormenta se esfumó y no volvió a llover. Fue, eso sí, una claroscura inauguración de la temporada.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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