Opinion

Breve semblanza de la Semana Grande de Lima

La  Semana Grande de Lima

Es como siempre se ha reconocido a los días previos del inicio de la Feria taurina del Señor de los Milagros, por antonomasia, la primera y de mayor importancia dentro del calendario taurino del Perú y, que en décadas pasadas, constituyó así mismo la de mayor relumbrón en Sudamérica.  No en vano es la que ostenta el privilegio de haber contado en ella con el paso de absolutamente todas las figuras de toreo a lo largo de su historia.

Hasta hace unos años, aficionados de tradición se apuraban por participar de tertulias, eventos y otras actividades que las empresas o ellos mismos agrupados en sus respectivas peñas, organizaban. Habían incluso, visitas a tentaderos en plazitas de fincas cercanas a la ciudad. Lomas de Villa Y la hacienda Villa son un ejemplo de aquello.

Luego la compra de abonos y entradas constituía todo un rito, un desfile pleno de algazara y expectación.

La taquilla única se ubicaba en la tradicional calle Huancavelica, principalmente, del centro histórico a donde acudía todo el público para hacerse de sus boletos, sea separarlos con una cuota a cuenta o cancelarlos de inmediato de lo cual todo quedaba registrado en planillones anotados a mano por diligentes empleados. También, por supuesto los grupos de listillos revendedores que luego las ofrecían a la puerta de la plaza cada día de corrida.

Frente a la taquilla era común encontrar a toreros tertuliando en los cafetines del lugar como el añorado Edén ubicado al lado del majestuoso Teatro Segura, o la legendaria taberna Carbone donde hasta hoy los paladares más sibaritas se premian para sí con los muy demandados sánguches (emparedados) de jamón peruano.  De forma tal que todo el boato, expectación y regocijo que despertaba el inicio de una nueva versión de la feria recaía en esa especie de puesta en escena cargada del crisol social propio de la peruanidad, de simbolismo, fraternidad taurina y, claro está, apasionamiento que le aportaba características únicas. Lima era una fiesta desprovista de prejuicios condenatorios ni inhibidores.

– Qué mejor detalle anota con la prolijidad de cronista entendido, el doctor Jaime de Rivero cuando rememora al respecto:

En la Semana Grande los aficionados recorren el camino inverso del tiempo, restando los días, horas y minutos que faltan para la fecha más esperada del año y vivir en los tendidos de la plaza las emociones impares de esta añeja tradición”.

Lamentablemente ese entusiasmo hoy en día ha disminuido, por varias razones que no caben explicar pero que son válidamente conocibles o percibidas de acuerdo al juicio objetivo de cada quien.

Lo cierto es que Lima era (ojalá lo siga siendo) una fiesta recargada del boato, tradición y expectante entusiasmo que por entonces despertaba al anuncio de una nueva versión de la Feria nazarena en honor al Patrón Jurado de la capital peruana.

Esta 77° versión de la Feria del señor de los Milagros, resulta atípica pues constará de sólo cuatro tardes que comprenden una novillada picada y tres corridas de toros con ganaderías enteramente peruanas, pero que no es la única vez que así se ha dado.

El peso de la misma recaerá sobre los hombros de la primera figura mundial Andrés Roca Rey a dos tardes, la de inicio del 29 de octubre y la del cierre del 12 de noviembre,  en una terna que ha moderado críticas iniciales por cuanto se conformará con Emilio De Justo, Sebastián Castella y el propio Roca Rey. Cartelazo.

Como antes y desde siempre los limeños diremos:

¡ Vamos a los toros!

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