Opinion

El comentario de Antonio Lorca… Un extraño e irritado final

  • Una muy desigual limpieza de corrales, un encrespado, y con razón, tendido 7 y un pundonoroso Isaac Fonseca cerraron la temporada madrileña

La corrida comenzó y acabó de extraña manera. Toda ella, en realidad, tuvo algo de chocante. Finalizado el paseíllo, aparecieron en el Tendido 7 tres pancartas contra el director del Centro de Asuntos Taurinos, Miguel Abellán y la empresa Plaza 1 por permitir la discoteca-botellona que se ha organizado cada tarde al finalizar los festejos; seguidamente, una cerrada ovación saludó con afecto a El Cid, y no hizo más que aparecer el primer toro de la tarde, mal presentado, y los gritos de “Toro, toro, y “Plaza 1, dimisión” se extendieron por gran parte de la plaza.

Las protestas, con toda la razón, no cesaron durante todo el festejo por la muy desigual limpieza de corrales que se lidió, acompañadas por continuos vivas a España y a México, y en muchos momentos, la atención estuvo más en la algarabía festiva de los tendidos que en lo que sucedía en el ruedo.

Extraño, muy extraño todo, e impropio de la seriedad de esta plaza.

Mal, muy mal la gestión de Plaza 1 de esta corrida.

Rechazada la ganadería anunciada de Núñez del Cuvillo, no ha sido capaz de reunir seis toros de un solo hierro para una de las tardes más importantes de la temporada madrileña.

Y eso que los tres toreros no era primerísimas figuras, de esas que exigen y amenazan con la espantada.

¿Qué ha sucedido?

Nada se sabe.

¿Por qué esta falta de transparencia?

Silencio.

Los dos primeros toros, del hierro de Garcigrande, eran dos birriosos animales, sin trapío, sin cara, amuermados, y tan nobles como desechables. Por allí anduvo El Cid ante un toro bobo al que toreó por naturales despegados y sin hondura. Y nada pudo hacer Talavante con el amodorrado que salió en segundo lugar.

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Apareció después el mexicano Isaac Fonseca con una larga cambiada de rodillas en el tercio y lances a la verónica, quitó a continuación por saltilleras, brindó a la Infanta Elena, y se plantó de rodillas en el centro del ruedo con dos pases cambiados por la espalda.

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Lució al codicioso animal al citarlo de lejos hasta en cuatro ocasiones y muletearlo con entrega, celeridad y escasa profundidad entre la indiferencia de un público más pendiente de las protestas y los vivas a España.

No se desanimó el torero y continuó por derechazos limpios y unas bernadinas ceñidas para que su labor, injustamente, fuera silenciada.

Con otra larga de rodillas recibió al anovillado sexto y una tanda de vistosas chicuelinas. Brindó al público, comenzó por alto, dos pases cambiados por la espalda y derechazos templados sin que nadie le hiciera caso.

Ahí fue cuando sufrió un espectacular volteretón, el toro lo encunó por una de las piernas, lo buscó con saña en la arena, le introdujo el pitón izquierdo por debajo de la chaquetilla y el zarandeo fue largo y dramático.

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Manchado de sangre —del toro, por fortuna— se levantó desmadejado, y entonces, sí, la plaza lo animó con gritos de ‘torero, torero’, que tampoco era el caso. Siguió envalentonado por manoletinas, acabó de una estocada perpendicular y quedó la impresión de que su labor no había sido justamente reconocida por la plaza.

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El Cid no estuvo a la altura del noble cuarto, al que muleteó de manera superficial, al hilo del pitón, despegado siempre y por debajo de lo esperado; y Talavante lo intentó de veras con el quinto, al que recibió con dos largas afaroladas y entonadas verónicas, y en el tercio final no acabó de alcanzar el vuelo deseado. Hubo limpios muletazos desmayados, se cruzó en una tanda de naturales con sabor, pero la faena se diluyó en detalles.

La corrida acabó como comenzó, con protestas dirigidas a Plaza 1; extraño, muy extraño todo, pero las quejas estaban nutridas de razón.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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