En la Opinión de Pepe Mata… La sublime locura de Andrés Roca Rey
Usted es príncipe por azar, por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven sólo hay uno”: Ludwig Van Beethoven
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- Advertencia: Siempre es oportuno advertirle tanto a ganaderos como a toreros que este artículo no es apto para ellos, porque aquí no aparecerán ni los falsos elogios ni las inútiles justificaciones para acomodar todo en una artificiosa ficción y así dañar al arte del toreo. Para ello, existe la prensa corrupta, la que enaltecerá el engaño e intentará convencer a la buena fe de los lectores de lo que no ocurrió en el redondel. Bajo advertencia… no hay engaño.
Andrés Roca Rey, el domingo 11 de junio del 2023, colapsó al mundo taurino desde la Monumental Plaza de Las Ventas… sí, literalmente lo colapsó. Su heroísmo a flor de piel, su apasionada entrega cimbró a la tauromaquia mundial y todos, absolutamente todos voltearon a verle.
La sentencia de mi inolvidable Amigo y Maestro Pepe Alameda se hizo presente de forma luminosa en el redondel venteño:
“El toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega“.
De las 22.964 personas que hicieron el lleno de No hay billetes con el fin de ver al Coloso -no de Rodas- sino de Lima; todos absolutamente todos estuvieron con él.
La casi totalidad para vitorearlo como a aquellos héroes de la Roma Imperial; los demás en su reducido concepto, para denostarlo con el firme objetivo de hacerse notar.
Sí, el 97 % del público se levantó enloquecido ante tanta muestra de pundonor, de verdad. Resultaba inconcebible ser testigo de cómo salió a demostrar a todos el por qué es la única figura del toreo.
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Dos toros con presencia, mansos pero con genio, con la casta mala que los lleva a la violencia desatada e impredecible, porque puede estarlos sometiendo en un primer cite y el genio del toro a través de su instinto le ordena reaccionar atacando con inaudita violencia al artista.
Cualquier otro torero hubiera desistido, sin embargo…
… Andrés Roca Rey, no es otro torero, es de los que nacen cada 100 años -como lo he sostenido- y él escribe su historia con base en su incontestable verdad.
Y ahí, sí ahí, escribió con letras intensamente luminosas, la otra sentencia de mi inolvidable Maestro y amigo Pepe Alameda:
“Un paso adelante y puede morir el hombre… un paso atrás y puede morir el arte”.
Y a pesar de que pudiera sobrevenir el percance, no sólo mayor -porque lo hubo- sino hasta mortífero, el pundonor le hizo dar ese paso adelante en todo momento hasta dominar con grandilocuencia -en un alarde genial- a sus dos oponentes.
Efímeros momentos en donde aparecieron, junto a su serena inteligencia, la impecable técnica y valor espartano que regalaron varios intensos episodios -tras dominar a los peligrosísimos astados- con temple inaudito.
Una tarde, en la que el Tendido 7 que por años había perdido su exigencia por la verdad -casi en la nada-, estuvo aletargado al dejar de ser crítico. Tuvo la oportunidad de retomar aquella misión de ser los guardianes de la verdad y prefirieron ser los detractores apoyados en la intolerancia.
Exigían a, Andrés, una faena como si tuviera frente a él a uno de esos bobipequeñajos del desencaste Domecq con estentórea sospecha de cornincure, que tienen el caminar moribundo, a los que se pasan cómodamente los figurines, lo que ha llegado a celebrar el propio Tendido 7.
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Le exigía -sin que le asistiera la razón- el Tendido 7, que no estuviera fuera de cacho, mientras el artista limeño enfrentaba al peligro, a la violencia desatada lo que desde Júpiter con los ojos cerrados se veía.
Sí, ahí estaban presentes de forma estridente peligro y violencia, arriesgando hasta la vida misma, que como precio, había impuesto el poderoso torero de Lima.
Exigían pureza en un momento de implacable contienda que nos traía del archivo de sastre de la memoria, el recuerdo de aquellas batallas épicas de la Ilíada o la Odisea; una pureza que ahí estaba, sólo que no eran capaces de entender ni tampoco de comprender en esos momentos de intensa y devastadora creación.
Los lugares comunes, sí los inútiles lugares comunes, no pueden definir ni la pureza ni el arte, ya que son dos conceptos que van más allá del limitado conocimiento y que sólo se pueden hallar, cuando se habita y se vive dentro de las bellas artes; así se traducen a la tauromaquia, sin complejos, como verdadero acto creador en donde esté la insoslayable verdad que había dejado de acceder al redondel.
El análisis dialéctico nos hacía ver la contienda generada entre dos fuerzas implacables, que, parafraseando al sabio Jaime Torres-Bodet, resultaban dos “… fuerzas lanzadas al universo”. La violenta emanada del irracional instinto y la de la serena inteligencia creadora, que la estaba dominando, mandando e imponiendo el litúrgico ordenamiento. Concediendo, así, momentos en halagador síntesis, de una creación portentosa.
Ahí estábamos escuchando, también, el primer movimiento de la Tercera Sinfonía del inmenso Ludwig Van Beethoven, poderoso, implacable, incontenible, devastador; una lucha sin cuartel en donde la victoria la conquistó, Andrés Roca Rey.
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Los momentos nos llevaron a aquellos faenas que eran celebradas con ensordecedor júbilo infinito y que al margen del acero, eran valoradas en su justa dimensión por la trascendencia creadora.
Por ello si bien es cierto que la rúbrica no fue ortodoxa, el público enardecido, conducido a la sublime locura por Roca Rey, exigió el trofeo, porque habían sido testigos de una luminosa creación imperecedera y devastadora.
Y si el público -para algunos- se estaba equivocando…
… queda claro que con el sólido argumento de esa tarde, estaba en su derecho de hacerlo.
El héroe había vencido, el héroe estaba cansado, el héroe estaba herido y ahí habían quedado sus innegables creaciones. Después de agradecer con la humildad de espíritu a todos… a todos; marchó a la enfermería en donde sería atendido.
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El acto heroico que consumó, Andrés Roca Rey, en Las Ventas nos recordó que a pesar de lo que se pretenda devaluar por la intransigencia, la intolerancia de cierta gente que presume los falsos conocimientos, ahí quedó escrita en el pentagrama del redondel; y deseamos por el bien de la tauromaquia, nazcan más, Roca Rey, sólo así la Fiesta recobrará su verdad.
¡Dígase la verdad… aunque sea motivo de escándalo!
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