Crónicas

En Bilbao… Roca Rey, el héroe, el artista, nos condujo hacia el éxtasis

Bilbao. Jueves 25 de agosto, 2022.  Sexto festejo de las Corridas Generales. Se presentó la primera figura del toreo Andrés Roca Rey y la entrada subió considerablemente rebasando las tres cuartas partes del aforo. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, que ni en sueños tuvieron la presencia del auténtico toro de Bilbao. Resultaron un conjunto de animalejos mansos, descastadones, deslucidos y varios violentos como el tercero y sexto; el único que tuvo movilidad fue el cuarto. Todo el encierro estuvo disparejamente presentado, por supuesto, que no pondría las manos al fuego por sus endebles cornamentas, prueba de ello que tuvieron que cambiar al tercero porque tan pronto salió de toriles, el viento “fracturó” desde la cepa su pitón derecho. En resumen indignos de haber pisado el emblemático coso bilbaíno.

Juli López El Juli: Ovación tras aviso y ovación tras aviso.

José María Manzanares: Ovación tras aviso y ovación.

Andrés Roca Rey: Oreja con escandalosa petición de la segunda y dos orejas.

Detalles:

El inútil de Matías quien lleva 25 años en el palco de la autoridad, después de una sólida faena de Andrés Roca Rey, a pesar de que hubo ensordecedora petición de la segunda oreja que hizo cimbrar al coso bilbaíno, en un acto inadmisible, reprobable, actuó DISCRIMINATORIAMENTE y no la concedió. Estando ahí en la plaza el Alcalde Juan Mari Aburto, no creemos que haya aprobado ese inadmisible hecho. Debería de llamar a cuentas al tal Matías, porque una cosa es actuar respetando con rigor a la liturgia y al rito y otra discriminar.

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Entrar a leer el parte médico

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Usted es príncipe por azar, por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven sólo hay uno”: Ludwig Van Beethoven

  • Advertencia: Siempre es oportuno advertirle tanto a ganaderos como a toreros que esta crónica no es apta para ellos, porque aquí no aparecerán ni los falsos elogios ni las inútiles justificaciones para acomodar todo en una artificiosa ficción y así dañar al arte del toreo. Para ello, existe la prensa corrupta, la que enaltecerá el engaño e intentará convencer a la buena fe de los lectores de lo que no ocurrió en el redondel. Bajo advertencia… no hay engaño.

El arte es algo tan complejo de entender como tan sencillo de sentir. Los eruditos consiguen entenderlo; la vox populi logra sentirlo.

El arte más allá de la dialéctica misma, cimbra, desquicia, enloquece y al mismo tiempo, nos conduce por sus mágicos caminos a la sublime locura; al estado de gracia.

Nos conduce al éxtasis, al  eliminar de nuestra mente al cuerpo y darnos la total lucidez para en el estado de plenitud máxima, poder comprender toda la intensidad creadora del artista, sin más barreras, que el diáfano espíritu.

Por ello, también a los existencialistas les asistía la razón al afirmar que:

Cuando un artista crea… es el centro del universo.

¡Cuánta razón hay en este razonamiento!

Cuando, Andrés Roca Rey, hizo acto de presencia en el redondel y lo iluminó con su creación, el archivo de sastre de mi memoria me insistía en recordar todo esto, desde la sentencia del inmenso Beethoven que podría parafrasearse así:

Podrá haber muchos, pero Andrés Roca Rey sólo hay uno”.

Y mientras la creación iba in crescendo estando en el redondel dominado a la violenta naturaleza instintiva que tenía frente a él…

… justamente en ese momento, Andrés Roca Rey, fue: ¡el centro del universo!

Cuánta grandeza otorga el arte cuando el artista lo convoca.

La verdad ahí estaba en Bilbao, en el ruedo de Vista Alegre, en la persona de, Andrés Roca Rey, quien interpretaba en ese pentagrama en lo que había convertido el redondel bilbaíno, una sinfonía que bien pudo haber sido la Quinta del inmenso Ludwig Van, quien decía sobre el primer movimiento, que “… así toca el hado del destino mi puerta”.

Y ahí estaba tocando el destino la puerta de Roca Rey.

¡Qué imponente!

Tan pronto apareció el tercero bis, un torete grandón, manso con violencia, el genio, porque Andrés lo es, recogió la desordenada y violenta embestida para desde ese momento, imponer su imperio.

El mansesco ejemplar en el caballo no peleó, se defendió para huir del encuentro, así que hubo de acudir a un intento de puyazo, al relance y a dos puesto en suerte para nada más conseguir que se estrellara y saliera huyendo.

Comenzó el prólogo de la creación, plantado en la arena cual columna del templo de Zeus, aparecieron pases por alto tan ajustados que era increíble que pasara el toro grandón, de pronto a centímetros de su geografía corpórea, le cambió el viaje al bovino y se lo pasó por la espada para después rematar, lo que de inmediato provocó que el público explotara y se levantara para ofrecerle, la primera estruendosa batería de júbilo.

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En la estructura del gran concierto, se sucedieron con ambas manos -merced a su poder y aguante- trazos largos, sentidos, que resultaron la auténtica delicia para los emocionados espíritus, y después  de cada remate, escuchar más estruendosas baterías de júbilo.

El artista estaba creando una imponente obra de arte taurino, tan irrepetible como genial.

Se dio el lujo de consumar dosantinas y alternarlas con redondos lo que fue tan impactante, por los terrenos tan reducidos de la creación.

Decidió hacer manoletinas tan ajustadas, tan ajustadas, que se llevó tremendo arropón y ya en la arena el toro se fue contra él; por fortuna como indica el parte médico, no llegó a herirle de gravedad.

Por supuesto, que eso a Andrés no le inmutó y regresó…

… sí, regresó, porque si no lo hubiera hecho, no habría sido Andrés Roca Rey; y por el mismo lado, por donde fue cogido retomó el epílogo, resultando tan expuestas las restantes manoletinas que no había como reconocer tanta verdad que inundó el redondel.

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Se perfiló, dejó un mortífero estoconazo y el inútil de Matías en un alarde discriminatorio, le negó la segunda oreja que al unísono, ensordecedoramente exigían los ahí convocados.

Después de dar la vuelta al redondel con el trofeo autorizado, se fue a la enfermería.

Todos estábamos constritos, sin saber qué ocurría en el despacho médico, en la zona quirúrgica. Largos se hacían los minutos que parecieron hora para conseguir una noticia.

Se vio cuando El Juli tomó su capote para torear al cierra plaza, cuando de pronto, apareció un heraldo enviado desde la zona médica, quien informó que el héroe sí saldría a torear.

Nada más se divisó su efigie, explotó la plaza en una generalizada ovación de gala que se escuchó en todas las plazas del mundo, porque el héroe, el artista, el que detenta el mano; ahí estaba, sí herido, sí disminuido físicamente, por el percance. Sin embargo, pudo más que el dolor, la vergüenza torera de este inmenso artista.

Nada más hizo su aparición el sexto, y Andrés le sometió en su capote y se recreó dibujando cadenciosas, rítmicas verónicas que en su conjunto resultaron armónicas y dieron goce al espíritu.

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Con la muleta en la mano derecha y ya en los medios, sin que nadie lo advirtiera puso rodillas en tierra, y a pesar del notorio dolor que se le percibía, ahí se quedó, citó al toro desde largo, acudió le dio un pase con la derecha y cuando procedía hacer una cambiada por la espalda, se fue contra el torero, temiendo todos lo peor, que por fortuna… no pasó.

Se le insistió que se retirara, y él se impuso. El héroe ahí estaba y tenía que concluir el asumido reto.

De pie y en los mismos medios, citó al toro y con su evidente violencia se volvió arrancar. Andrés, sin moverse se lo volvió a pasar tan cerca, tan cerca que subyugó, estremeció a todos los ahí reunidos.

Vinieron trazos tan largos como sentidos, sí el poder del sentimiento que trasciende y avasalla. Ahí estaba el héroe transfigurado en artista, creando una luminosa sinfonía para el universo.

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Dio la responsabilidad a la mano zurda, con el fin de que aparecieran naturales impensables, era increíble que así ocurriera y se sucedieran; y de tan cerca el toro le dio una zancadilla, haciendo nuevamente por Andrés y volvió a levantarse.

Sí, para consumar otra serie con la derecha de una suavidad arrebatadora.

Se perfiló, puso el corazón por delante e impuso un estocada que hizo claudicar al toro. La celebración de lo inaudito estaba ahí ensordecedora, jubilosa, digna de Andrés que nos recordó que la Fiesta sí es grandeza.

Matías en toda su incompetencia, tuvo que sacar los dos pañuelos y aceptar que el héroe…

… sí el héroe había triunfado.

En ese momento la emoción me hizo también recordar los versos del inmenso Rubén Darío, que podrían explicar mejor la gesta:

Los áureos sonidos/

anuncian el advenimiento/

triunfal de la Gloria;/

dejando el picacho que guarda sus nidos,/

tendiendo sus alas enormes al viento,/

los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

Sí llegó la victoria conquistada por Andrés Roca Rey a sangre y fuego.

A poco más de 100 años de que Rodolfo Gaona, Gallito y Belmonte revolucionaban el toreo… ahí está haciendo lo propio Roca Rey.

El héroe había conquistado la gloria pero su cuerpo herido le exigió que lo conducente era ir por su propio pie nuevamente a la enfermería, de donde sólo salió para conquistar la victoria.

¡Larga vida para Andrés Roca Rey!

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Juli y Manzanares

En medio de este contexto, apenas y tuvieron tiempo de existir estos dos toreros. El Juli algo hizo con su primero pero nada que la historia refleje como un hecho trascendental; con su segundo, el manso que tuvo más movilidad y obediencia, le hizo una faena vulgar por los dos lados, y como no puede dejar de ser él mismo, no cortó la oreja porque el julipié hizo acto de presencia y todo acabó en una salida al tercio de la que ya nadie se acordaba a la salida.

También estuvo decoros Manzanares en sus dos participaciones, pero ni él ni El Juli han podido existir ante tanta grandeza de, Andrés Roca Rey.

¡Dígase la verdad… Aunque sea motivo de escándalo!

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@PERIODISTAURINO  

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