Opinion

El comentario de Paco Cañamero… El Campo Charro, de luto por Joaquín Bernadó

Este lunes (21 de febrero) invernal, cuando ya huele a Carnaval y todos los capas marchan camino de Ciudad Rodrigo para rendir su particular homenaje al toro, la Fiesta se ha vuelto a teñir de luto. Luto por un maestro -este si merecía este tratamiento de distinción-, por Joaquín Bernadó que atesoró la elegancia en el ruedo y en la calle. Se ha ido el gran torero catalán que regaló inmensidad de bellas faenas y, durante su dilatada carrera, fue uno de los grandes artistas de su época. Un torero que pudo estar en la más alta cúspide si no lo traiciona la espada tantas y veces. Esa espada que le hojalata que le cerró varias puertas grandes de Madrid y de otras plazas de tronío.

Se ha ido abrazado a su señorío, a su sabiduría, a su mundo del toro, que era la pasión sobre la que giró su vida. Y se ha ido con la inmensa pena de ver a su querida Cataluña sin toros, de esa Cataluña en la que toreó más que nadie en La Monumental y completaba las campañas entre Barcelona -tanto La Monumental como Las Arenas-, Tarragona, Gerona, Figueras San Feliu de Guixols, Olot… y el resto de las plazas de la Costa Brava que programaban festejos todos los domingos. Y él, al que llamaban el Quimet o el Noi de la Riereta, se ha marchado sin el gran homenaje que merecía desde hace tiempo y se le ninguneó. 

Bernadó estuvo muy vinculado a Salamanca, en cuyo Campo Charro se hizo torero. Durante el largo periodo que residió en la capital del Tormes fue huésped de la taurina pensión Barragués, situada en la Plaza de España, en la que también tenía establecida su residencia Victoriano Valencia, que cursaba sus estudios de Derecho en paralelo con su actividad taurina; al igual que el elegante novillero madrileño Miguel Flores El Camborio, al que apoderaba Tomás Ramajo, el pintoresco veterinario mirobrigense, que también era teniente coronel del Arma de Caballería y por encima de todo vividor y protector de toreros  desamparados; otro ilustre inquilino de esa pensión era el colombiano Pepe Cáceres, que ya desde esos inicios apuntaba su clase y personalidad que lo llevó a ser una figura. 

Joaquín Bernadó y Pascual Mezquita en La Ermita de los Remedios, pleno Campo Charro

 En el escenario de aquella Salamanca que durante los meses invernales era la estación de destino de la mayoría de los personajes del toro, Joaquín Bernadó, que siempre hizo gala de una exquisita educación, era habitual por las mañanas en las instalaciones de Educación y Descanso, donde se preparaba, junto a Victoriano Valencia, Dámaso Gómez, César Girón, Victoriano Posada, Curro Girón, Paco Corpas, Luis Segura, Rafael Chacarte, Andrés Vázquez –aún en las capeas- y también novilleros de la tierra, ejemplo de Simón Carreño o José Luis Barrero, que empezaba a dar sus primeros pasos en el toreo… además de los banderilleros de la tierra y otros radicados aquí, donde sobresalía la estampa y personalidad de Luis González Faroles.

Bernadó fue habitual en el Campo Charro, compartiendo tentaderos con todos los diestros citados e incluso, por entonces, acudió con frecuencia a la ganadería que tenía en Pozo de Hinojo, cerca de Vitigudino, don Manuel Francisco Garzón, en los inicios de Santiago Martín El Viti, con quien hace muchos tentadores. Años más tarde, el 22 de mayo de 1961, El Viti debuta en Barcelona, plaza importantísima en su trayectoria en un cartel encabezado por Joaquín Bernadó y completado por Juan García Mondeño.

De su vinculación charra no puede quedar en el tintero el debut con picadores en Ledesma, llevado a cabo el día de San Isidro de 1953. Aquel día se dio la circunstancia que debuta como banderillero en su cuadrilla un antiguo novillero local que había gozado de muy ambiente y con el que compartió numerosos entrenamientos. Se trata de Simón Carreño, que pocos después será un destacado taurino.  

Y hoy, en tiempos de tentaderos y de tertulia al calor de la chimenea el alma del Campo Charro se viste de luto, porque se ha ido un grandioso torero. Quien protagonizó un total de 155 paseíllos en Barcelona, que se dice pronto, ciudad en la que estaba en posesión de la Medalla de Oro de la ciudad, que le fue entregada en tiempos que era alcalde el socialista Pasqual Maragall; 66 en Las Ventas; sin olvidar el enorme cartel que gozó en México, donde tantas veces se hizo aclamar por su arte.  

Vaya mi admiración y respeto por quien fue un señor de los ruedos. Por Joaquín Bernadó que nos ha dejado este lunes invernal, cuando ya huele a Carnaval y todos los capas marchan camino de Ciudad Rodrigo

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@pacocanamero

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