La entrevista de Antonio Lorca… Pepe Luis Vargas, torero, tanto luchá pa ná y cómo ser plenamente feliz
“Mi meta más importante no fue comprar un cortijo, sino desarrollar mi sentimiento, pero no pude”
“Tanto luchá pa ná”. El autor de esta célebre, lapidaria y apocalíptica frase es Pepe Luis Vargas, fino torero, dueño de gracia y sensibilidad artística, nacido en la localidad sevillana de Écija en 1959, que el 23 de abril de 1987 se jugó la vida en la plaza de La Maestranza y estuvo a punto de perderla. Esperó de rodillas, en la puerta de chiqueros, al toro Fantasmón, que le infirió un cornalón en el muslo derecho, le arrancó la safena y la femoral y lo colocó al borde de la muerte.
“Creí que aquella tarde se acababa todo”, rememora hoy este hombre ya veterano que dice ser plenamente feliz en su vida personal y como consejero, impulsor, amigo y alter ego de Juan Ortega, el torero que atesora la gran esperanza artística de la tauromaquia actual.
“Con el paso de los años he comprendido que tanto luchar ha servido para mucho”, reflexiona. “Mi carrera quedó inconclusa, no pude ser figura del toreo, ni expresar mi sentimiento por las corridas tan duras que tuve que lidiar, pero estoy muy orgulloso de mi trayectoria. Viví tan intensamente y aprendí tanto, que parece que Dios ha decidido que el destinatario de toda esa enseñanza sea Juan”.
“Toda mi experiencia ha sido para bien”, continúa Vargas, “y me ha servido para ser hoy una persona feliz, que es el objetivo principal de mi vida. Vivo con una mujer maravillosa en el sevillano barrio de La Macarena, y ayudo a un torero y me siento parte de él. Así, sin dinero ni nada soy el más afortunado del mundo”.
“La meta más importante que tuve en mi vida como torero no fue comprar un cortijo”, prosigue, “sino desarrollar el toreo que yo había aprendido de los grandes artistas que había conocido, como Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis, Antonio Ordóñez…, pero no pudo ser. Disfruté mucho el camino, pero no llegué al final”.
Pepe Luis Vargas analiza su carrera taurina, y confiesa que sigue enamorado del toro. “Lo mío fue algo más que afición”, añade, “fue pasión y devoción absoluta; quise ser siempre fiel a mi concepto, pero fue imposible realizarlo con las corridas duras; a cambio me gané veinte cornadas y una gran decepción”.
Vargas reapareció al año siguiente de la cornada de Sevilla, y se mantuvo de forma intermitente en los ruedos hasta 1995, cuando se despidió en la plaza de su pueblo natal.
“La pierna no me funcionaba, y así era imposible. Todavía hoy arrastro secuelas, se me hincha cuando estoy mucho tiempo de pie, no puedo correr y me duele cuando cambia la meteorología”.
– ¿La retirada le produjo resentimiento?
“Al principio lo pasé mal, sí. Sentí pena porque no había podido realizar mi sueño”.
– Pero en el invierno del año siguiente a su retirada, mientras se preparaba para un festival en el polideportivo de Écija, unos chavales le devolvieron la ilusión…
“Se me acercaron unos niños que querían ser toreros, y en pocos días más de 20 entrenaban conmigo. Ese fue el germen de la Escuela Taurina de mi pueblo, financiada por el Ayuntamiento, y en la que ejercí 17 años como director. Ahí comprendí por vez primera que podía enseñar a otros lo que había aprendido a lo largo de mi vida”.
– Y apareció Juan Ortega.
Cuenta Pepe Luis que le llamó la atención cuando era aún novillero sin caballos. Se conocieron hace cinco años al término de un festejo en la localidad sevillana de Guillena, donde el maestro acompañaba a uno de sus alumnos ecijanos. “No te vengas abajo”, le dijo Vargas al ya matador de alternativa. “Es que esto está muy difícil”, le contestó Ortega. Y la respuesta del veterano fue tajante: “Te voy a decir una cosa: esto está difícil para el que no sirve, y tú tienes condiciones. Lo que hace falta es hacer el toreo de verdad”.
Lo que sucedió después es una experiencia taurino-religiosa, y Pepe Luis Vargas la cuenta así:
“Quedamos en mi barrio, y empecé a contarle lo que yo había aprendido de los toreros antiguos, y la concepción del toreo que tengo dentro de mí. ‘Si este muchacho supiera torear’, pensé entonces. En un momento dado, me pidió que lo apoderara. ¿Yo? Pero si esa no ha sido nunca mi profesión ni tengo contactos. Y le dije que no. Estábamos cerca de la basílica de La Macarena, y lo invité a entrar y rezarle a la Virgen para que lo ayudara. Y estando los dos de rodillas en la barandilla me convencí de que algo podía ayudarle. Juan, le dije, te voy a apoderar porque me lo ha dicho la Virgen. Y Juan empezó a reírse…”
Ahí comenzó la aventura entre Pepe Luis Vargas y Juan Ortega.
– ¿Qué descubrió en él?
“Me encontré con un torero que tiene más cualidades que yo, mejores hechuras, más sentido del temple, otro compás… todos los mimbres para ser una gran figura”.
Pepe Luis y Juan forman una modélica pareja taurina, entre el maestro henchido de sentimiento y el aventajado alumno, entre los que existe afecto y mutua admiración y la meta conjunta de alcanzar la gloria que el veterano no pudo alcanzar y el joven sueña con disfrutarla.
“Me siento realizado cada vez que torea Juan”, confiesa Pepe Luis; “parece que toreo yo, paso mucho miedo, -más que cuando estaba en activo-, sufro cuando las cosas no salen bien, y sus triunfos los disfruto como si fueran míos”.
“Es verdad que se torea como se es”, termina el maestro; “y Juan es una persona limpia, buena y legal, hijo de unos padres modélicos”.
Pepe Luis ya no es el apoderado del torero, cuya carrera dirige la empresa de Simón Casas en la persona de Roberto Piles. Él sigue siendo el amigo y su conciencia taurina.
– ¿Cuál ha sido el último consejo que le ha dado?
“No sé si el último, pero le insisto mucho en que debe mantener los pies en el suelo; que se olvide de los piropos y que no crea nada hasta que ya esté consolidado de verdad. Y si alcanza la cima, que luche para que nadie le robe lo conseguido”.
– Y usted, tan contento…
“Yo me estoy realizando con él, y soy muy feliz, que es el objetivo fundamental de mi vida”.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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