Crónicas

En Barcarrota… Un toro reivindicativo

  • Perera y Garrido sufren para someter a una variada y encastada corrida de Fuente Ymbro

Plaza de Barcarrota (Badajoz). 23 de octubre. Octava corrida de la Gira de Reconstrucción. Asistieron unos 1.200 espectadores. Cuatro toros de Fuente Ymbro, correctos de presentación, mansos en los caballos; noble y con clase el primero; dificultoso el segundo, muy encastado el tercero, al que se le dio la vuelta al ruedo, y áspero el cuarto.

Miguel Ángel Perera: ‘Ovación’ y dos orejas.

José Garrido: Oreja y oreja.

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Salió un toro encastado y reivindicó él solito la tauromaquia eterna; y no es que fuera un extraterrestre. Un toro correctamente presentado para una plaza de tercera, cómodo de pitones, que manseó en el caballo (ya se sabe que los picadores acuden hoy a las plazas de puro adorno), se vino arriba en banderillas, acudió al galope a la llamada de los toreros y se envalentonó ante Perera, que se vio obligado a hacer acopio de su poderosa técnica, su larga experiencia y vasto conocimiento para salir airoso de la tempestuosa y exigente embestida de un toro que solo veía muleta y repetía incansable en cada una de las tandas de una larga faena.

No fue una labor artística (ese es el problema de los toros encastados) porque el torero no tuvo que cuidar a su oponente, sino luchar (lidiar) contra la fiereza de un animal que vendió cara su vida; obligó al torero a emplearse de verdad y, al final, ya exhausto, se sintió sometido y permitió que Perera se luciera con un toreo de cercanías, que en momento alguno supuso la rendición del toro.

El presidente del festejo, se supone que henchido de satisfacción, sacó el pañuelo azul de la vuelta al ruedo antes que los dos pañuelos blancos de las orejas. El detalle no puede ser más revelador.

Si las corridas de esta Gira de Reconstrucción (por cierto, los organizadores debieran tener más cuidado para evitar la más que evidente sospecha de pitones afeitados) se parecieran en algo a este toro, otro gallo cantaría a la fiesta actual.

Retama, así se llamaba el animal, dio sentido por sí solo al toro con capacidad para crear emoción y sensación de peligro. Y ese es el único camino, la única forma de reconstruir lo que está tocado del ala.

Ese fue el segundo toro de Perera, que en nada se pareció a su hermano, el que salió en primer lugar, un santo varón, escaso de fuerza, pero sobrado de nobleza y calidad en el tercio final. Y con este, lo que son las cosas, naufragó el torero extremeño.

No se acopló a la suave embestida, los muletazos surgieron enganchados y el torero citó siempre despegado, fuera cacho y al hilo del pitón. El animal fue un juguete en manos de Perera, pero este aburrió soberanamente.

No pasó un rato agradable José Garrido en Barcarrota (Badajoz). A su primero lo picaron poco, como a toda la corrida, y las pasó canutas. El toro desarrolló un punto de brusquedad que el torero no pudo superar; y el cuarto, fiero y áspero, le planteó muchas dificultades. Garrido lo intentó y se vio desbordado.

Por cierto, fue una buena tarde de todos los subalternos de a pie. Muy bien todos en la lidia, las banderillas y en un providencial quite de Vicente Herrera a Javier Valdeoro, que perdió pie a la salida de un par al cuarto y pasó un buen susto.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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