Crónicas

En Bilbao… Juan Leal, el valor

Plaza de Bilbao. 24 de agosto. Octava corrida de feria. Casi un tercio de entrada. Toros de Fuente Ymbro, muy bien presentados, mansos, dificultosos, con genio y movilidad; noble y sin fuerzas el cuarto.

Finito de Córdoba: Silencio y silencio.

Juan Leal: Oreja y oreja con fuerte petición de la segunda.

José Garrido: Palmas tras aviso y silencio tras aviso.

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Juan Leal recetó dos estocadas fulminantes, encunándose sobre los pitones en ambas ocasiones; se estrenó con un quite por ajustadísimas saltilleras en el primero de Finito, y, a renglón seguido, ya en su lote, ofreció una amplia disertación sobre el valor, la quietud, la disposición, y, en ocasiones, la temeridad.

En una palabra, que se jugó la vida desde que se abrió de capote con más entrega que cabeza.

Pero así, con el valor como alimento emocionó a los pocos espectadores que acudieron a la plaza, los despertó del letargo de una corrida aburrida, y paseó una oreja de cada toro con todo merecimiento.

Incluso le pidieron con mucha fuerza la segunda del quinto toro, pero el presidente, con buen criterio, no accedió al deseo ruidoso del respetable.

Leal se está abriendo camino con una actitud encomiable; desordenada también, con nervio y con raza, pero muy respetable para quien carece de otras condiciones taurinas.

Inició la faena de muleta a su primero con dos pases cambiados por la espalda y dos pases de pecho en el centro del ruedo; más tarde, sorprendió con un par de tandas de naturales, algunos de los cuales tuvieron enjundia y calidad, y acabó metiéndose entre los astifinos pitones del toro, en unas cercanías donde parece encontrarse a gusto.

Se perfiló para la suerte suprema, se volcó sobre el morrillo del toro sin temor alguno a lo que parecía una más que probable voltereta, y consiguió una estocada de categoría.

Ante el quinto destacó con un par de buenas verónicas de recibo; en el último tercio, se hincó de rodillas con el engaño en la mano derecha y levantó los ánimos del público con cinco muletazos y dos buenos pases de pecho. Volvió a destacar por naturales, en dos circulares y unas apretadas bernadinas antes de otra gran estocada que disparó la petición de los trofeos.

En una palabra, que hay que reconocer que Leal es un torero que lo da todo, y que lo que tiene, en grado sumo, es un valor que asusta. Esa es, fundamentalmente, su tauromaquia.

No es torero de hondura ni de gracia, pero todo es admisible cuando se ejecuta desde la raza y la voluntad.

Caso contrario es el de Finito, pura elegancia y aroma, aunque ayer la desgranara en la pequeña dosis de dos medias verónicas de altura al primer toro de la tarde. Fue ese un oponente incómodo que soltaba derrotes secos al final de cada muletazo, y el torero cordobés no está ya para limar asperezas.

No se arredró, sin embargo, y se justificó sobradamente en una labor sobria y poco vistosa, precavido en todo momento y sin apreturas. El cuarto fue el toro con más clase del encierro; también el de más pitones y menos fortaleza. Las buenas intenciones del torero no alcanzaron puerto alguno.

Y otra vez Garrido no encontró toro de triunfo. Brusco, con genio y muy dificultoso fue el tercero, y soso y distraído el sexto. Su actitud voluntariosa no le impidió pasar por Bilbao entre silencios.

¿Y los toros?

Fachada, arboladura y carnes. Mansos en los caballos, con movilidad y mal estilo.Una corrida, en fin, con poca historia, más allá de la justa recompensa a un torero valiente.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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