Lo dice Pepe Mata… ¿Supuesta exigencia del palco presidencial; o injusticia para Roca Rey?
¡Dimisión! ¡Dimisión! ¡Dimisión!, clamaban desde el exigente Tendido Siete -y muchos sectores más de la Monumental Plaza de Las Ventas-, para uno de los peores presidentes que ha tenido recientemente el coso titular del mundo, Gonzalo J. Revilla Parro.
El público es sabio y se merece respeto, y si varias de las decisiones que toma ese hombre venido a presidente de Las Ventas, deshonran la misión de salvaguardar la grandeza del arte del toreo, pues…
… ¡claro que tiene que dimitir!
No se lo piden porque les resulta desagradable a su vista, no se lo piden porque vista bien o mal, se lo exigen porque a su juicio crítico ha sido incompetente. Y por lo tanto, sus jefes de mayor rango deben tomar acciones concretas.
En eso meditaba durante el festejo, cuando de pronto apareció el sexto toro de, Adolfo Martín, impecablemente presentado, que resultó bravo y encastado, así como con clase, calidad y recorrido.
El turno, para la primera figura del toreo mundial, Andrés Roca Rey, quien primero llenó de gente la plaza y luego la inundó de arte.
Ha sido un gozo verle torear desde con la capa, así como con la muleta. La obra con la que recreó su arte, ha tenido un sólido prólogo, una luminosa estructura y un gran final.
Así de inmediato comenzó citando de largo para dar pases con la mano diestra, que fueron el compendio del bien torear.
Sí, trazos de gran dimensión y poderoso sentimiento, que sumaron efímeros momentos escultóricos plenos de luz y grandeza; como también resultaron los que aparecieron por el lado natural.
El fuego de la pasión bien entendida, encendió los espíritus de los diletantes taurinos y el monumental coso venteño, al unísono de forma estentórea, exclamó los ¡olés!, como símbolo inequívoco de respeto y admiración para el artista de Lima.
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Los convocados habían sido llevados por los caminos de la sublime locura, en donde lo dionisiaco ofreció poderoso contenido, y como resultado necesario de la creación, hizo acto de presencia la belleza en las formas, dando esa fina y luminosa arquitectura en la propuesta de, Andrés Roca Rey.
Vendría la rúbrica, y apareció un pinchazo, para después una entera en buen sitio.
Tras una obra tan portentosa, en donde hizo gala de la impecable técnica, del inobjetable valor natural, de la sensibilidad a flor de piel, el respetable en su gran mayoría quería premiar con la oreja a este acto genial.
Pero…
… pero el presidente, Gonzalo J. Revilla Parra, desoyó la orden imperial del respetable, provocando una indiscutible injusticia, que se observa inadmisible y reprobable hacia, Andrés Roca Rey; porque de exigencia, ¡nada!
¡Absolutamente nada!
Ahí, el presidente actuó con plena incompetencia, ofendiendo a la verdad y avasallando a la justicia.
Y entonces, el grito de ¡Dimisión! ¡Dimisión! ¡Dimisión!, cobró mayor relevancia y tuvo evidente fundamento, porque faltó a la liturgia que guarda a un rito que merece y debe ser respetado, empezando por quienes presiden el palco de la autoridad.
¡Dígase la verdad… aunque sea motivo de escándalo!
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