En Juriquilla… Ante una despedida y una sorpresa
En la plaza de Juriquilla, Querétaro, con media entrada, se ha lidiado un encierro de La Estancia, parejo y en términos generales bien presentado de buen juego en el caballo, acudiendo con fuerza y entrega.
Ignacio Garibay: Oreja y dos orejas.
Sebastián Castella: Silencio y silencio.
Fermín Espinosa Armillita IV: Oreja y dos orejas.
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Ante más de media plaza en una tarde soleada, clara y sin aire, la afición de Juriquilla que se dio cita para la histórica corrida de despedida de, Ignacio Garibay, avecindado en esta cuna del Bajío, se desgranó ante un matador con 20 años de alternativa que se entregó entero a la tarea de transmitir la vibración de su cuerpo y su alma en su último paseíllo en esta Plaza de Toros, y un arreado en redes sociales, Matador de apenas 5 años de Doctorado, que hizo enarcar las cejas de los concentrados en los tendidos rematados de ladrillos por su fuerte deseo de agradar y convencer.
La Empresa Tauro Espectáculos, queretana y que viene pisando fuerte, entregó de apertura un sentido reconocimiento al esteta capitalino de nacimiento y queretano de adopción para abrirse la puerta de los sustos y ver a un entrepelado bragado de 618 kilos de nombre Cabal que mostró la dificultad para mover ese peso en el saludo de chicuelinas que le recetó Ignacio Garibay, ajustándose como faja las carnes del toro.
Un burel suelto por la izquierda del que su muerte fue brindada a Don Guillermo del Hoyo, padre de Juan Antonio, cabeza de la empresa que debutó en esta plaza con un encierro parejo y bien presentado de La Estancia.
Un torero vestido de rosa y oro, saludó de rodillas al primero de la tarde y le bajó la mano diestra en buenas tandas que calentaron las gargantas del público.
Intentó por la izquierda, pase a pase, ante un parado ejemplar que no quiso saber nada por el lado siniestro y le robó de uno en uno los muletazos. Remató con estocada de buena colocación para cortar la primera oreja de una tarde novel.
Sebastián Castella resultó el de la mala suerte en su lote. Su primero, sin fondo ni clase, le resultó en dificultades al galo por la falta de acometividad y transmisión.
Su segundo enemigo de nombre Contador, remató fuerte en los burladeros y pareció asomar mejor sino para el francés quien terminó por verse frustrado ante un toro que salió siempre a media altura, olisqueando mansamente la muleta, como si no se hubiera enterado de para qué tiene los pitones y aún cuando Sebastián Castella le entregó el pecho cubierto de un chaleco en oro tras el azabache de su terno y le arrancó algunos pases buenos por la izquierda, no logró pegarle al avispero despidiéndose en silencio.
Fue, Fermín Espinosa Armillita IV quien ante su primero, negro, bragado y meano, protagonizó el irrespeto de su cuadrilla, obligándose a gritar con la voz hecha jirones a su caballista que parara el puyazo. Y ya con la bronca de la afición y la desesperación de su matador, el de a caballo le asestó otro puyazo ante un arranque del toro.
Sin menoscabo del respeto que todo taurino merece, el picador dejó mal parado a su torero por desobediente.
El burel acusó el puyazo y acentuó su tendencia a abrirse enormidades, alejándose del torero que a zapatazos trató de hacerse de Alondro sin éxito.
Pero ante las tardes cuesta arriba y el arreo que le hacen en varios sitios, Fermín viene buscando callar bocas a espadazos. Y, literalmente, gracias a su viaje por uvas, partió en dos al toro, concediéndole el Juez, que durante este toro en particular estuvo muy distraído, una oreja ganada a ley.
Ya ante su segundo enemigo que brindó a Ignacio Garibay y ante un mínimo puyazo, mal puesto y de refilón que permitió la crudeza del toro, se entregó absolutamente a la afición. Puso lo que no tuvo de clase el de los cuernos y vibró su cuerpo con un toreo que por momentos acarició con una suavidad aterciopelada extraordinaria, la aspereza de la embestida del de La Estancia.
Y repitió la dosis: una estocada de libro, de enciclopedia. Arrancó el grito eufórico de ¡torero!, ¡torero! del público citado acá y le arrancó las dos peludas (quizás la segunda un poco exagerada) de su enemigo.
Y entonces acotaré mi opinión: ¿los criticones de red social, habrán visto la entrega, sed y ganas que hoy mostró este Matador?
Porque algo dejó claro: este es el camino que quiere y seguirá: el de la paciencia y el deseo de agradar con la cuesta arriba. Aunque sea a espadazos.
Sí, concedo: le falta transmitir al tendido, pero tiene con qué y cómo. Habrá que darle tiempo y esperar que Tauro Espectáculos, que ya lo fichó como torero de casa, le dé toros difíciles para permitirle enseñarse a sus detractores.
Hoy, sorprendió.
Y, el pretexto de la cita de hoy, fue la despedida de Ignacio Garibay que finalizó su labor torera en Querétaro con Coquetón de 537 kilos, un negro alto de agujas y rematado de cara a rabo.
Pegó fuerte en todos los burladeros y fue recetado con una buena puya en colocación, ejecución y sostenimiento por parte del varilarguero. Empujó fuerte, como toda la corrida, que en general alzó el rabo codicioso y alegre al sentir el castigo, condición única de esta hermosa raza de ganado.
Con dos pares de banderillas, leit motiv del festejo, pasó al toro al tercer tercio.
Saludó con una sabrosa tanda por diestra y templó con solera, para cambiarse de mano y rematar, empezando a hacer vibrar cada hilo de oro de su terno.
Se enrazó con las notas de Las Golondrinas que volaron bajo por los escalones del tendido hasta planear sobre la arena y motivar a un torero emocionado que, aunque no se embraguetó como otrora, sí se regaló a sí mismo para crear y torear y abrigar el cariño de la gente que estuvo siempre con él.
Por izquierda, alcanzó a robarles pocos pases pero de calado, verticalidad y fuerza emotiva, ingrediente que se necesita y ocupa en tardes de despedida.
La gente se regaló, los testigos nos regalamos. La plaza se entregó a un torero generoso al enseñar, maltratado por el silencio de las empresas por lo que le costó eternidades reponerse de la cornada en España. Un torero emocional y emocionador.
Metió la espada hasta los dedos y reventó el grito de la afición. Dos orejas (la segunda por emoción) fueron el premio a sus años de entrega.
Cuánto transmitió y cuánto le extrañaremos quienes tenemos el privilegio de conocerlo de cerca.
Entre vítores y a hombros, salieron el despedido y el que sorprendió. El francés, en silencio se alejó.
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