José Arcila ensayó en la ganadería del César del toreo
Una tarde de campo atípica en la que cayeron cuatro aguaceros que fueron como el diluvio en una plaza de tientas anegada y el histórico cerro de El Tablazo, cubierto por una espesa capa de nubes fue el marco del tentadero de cinco vacas en Las Ventas del Espíritu Santo, sí del inobjetable Maestro del toreo César Rincón; en donde tuvo la grata experiencia de vivir, José Arcila, allá en la jurisdicción de Albán que mira hacia el Valle del Magdalena al occidente de Colombia.
Tarde inclemente desde el punto de vista climático pero sorprendente por la calidad de las vacas, la pedagogía e inacabable sabiduría del César del toreo.
Igualmente, una auténtica experiencia el ver a un torero macizo, con gusto, ambición y mucha torería en sus manos (el capote y la muleta empapados y enfangados pesaban un horror), manizaleño de nacimiento y universal por lo exquisito de las formas y el fondo que hizo saltar varias veces del palco al maestro Darío Restrepo que a sus 91 años tiene una afición de chaval y una prodigiosa memoria que nos permitió conocer anécdotas de sus tiempos de novillero en España, de la Casa Chopera, de la corrida inaugural de la Feria de Manizales en los cincuenta del siglo pasado del que es el único sobreviviente, de viejos toreros y admiración por un clásico, Pepín Martin Vázquez.
El ganadero César Rincón volvió a ejercer de maestro de ceremonias y calificado anfitrión, dirigió con firmeza y nobleza frente a los chicos que quieren ser toreros, enseñó a todos maneras, conducción de la lidia, colocación, distancias, temple y armonía: “… deja la muleta retrasada, retírala, crúzate, la muleta en la cara, bájale la mano, no coloques la muleta como una bandera, dale sitio, que no te gane la acción, piérdele pasos, no ves que va mejor por el pitón izquierdo…”.
De las cinco, dos excepcionales, una brava y encastada que puso a prueba al torero caldense, José Arcila, quien prepara campaña en México y España, y que debió poner al servicio del gran ejemplar que le tocó.
Sí, Arcila se dio en medio de la adversidad del clima, un banquete toreando las cinco vacas, todos sus conocimientos y bien hacer saliendo airosos. Y la última, sensacional por su fijeza, su bravura, su nobleza, cómo fue galopando al caballo, cómo humilló, la clase echando ese morro por los suelos. como transmitió, que dechado de virtudes en movilidad y prontitud.
El docto torero y ganadero, el eterno César del toreo, sostiene que “… la vida y el toreo van de la mano, cuando se lidia es como si uno dijera: buenos días, como está, cómo le ha ido, me encantó saludarlo, que vaya usted con Dios”.
Es decir, se cita, se corre la mano , se la lleva hasta allá, se despide a la vaca, al novillo o al toro y no un amontonamiento de movimientos, pases y lances sin sentido ni orden.
En fin, que ha sido una aleccionadora experiencia que tuvo el magisterio de dos toreros, el casi centenario, Darío Restrepo, y el del César del toreo, el gran César Rincón, a quienes el joven, José Arcila, tuvo la maravillosa oportunidad de aprenderles y mucho.
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