En Zaragoza… El presidente mantuvo seriedad en el palco
Plaza de toros La Misericordia de Zaragoza. Con una entrada que casi logra llenar las tres cuartas partes del aforo, se ha lidiado una mansada del Puerto de San Lorenzo, lidiándose como primero, un astado de su ganadería hermana La Ventana del Puerto; la suerte de varas fue una aproximación, sobretodo en el sexto que nada más le señalaron; mansos, desatadores e invalidez, es el resumen de lo que deja un encierro que si bien ha estado impecablemente presentado, sólo mostró que simplemente es una ganadería comercial para el fácil triunfo de la figura en turno.
Enrique Ponce: Vuelta tras aviso y una oreja tras aviso con petición.
Diego Urdiales: Ovación tras aviso y ovación.
Miguel Ángel Perera: Silencio tras aviso y oreja.
Detalles:
El Presidente Antonio Placer Brun, ha conseguido mantener seriedad y respeto en el palco, al no regalar orejitas sin sustento, a pesar de que la figura en turno se haya enfurecido.
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En tiempos tan difíciles como los que está viviendo el arte del toreo, se requiere que el palco de la autoridad recobre la necesaria seriedad y el absoluto respeto perdidos por un devaluado sistema que manejan las mal llamadas figuras a placer, y que ha hecho de la grandeza de esta mágica expresión un símil, una vulgar y reprobable parodia por las miserias taurinas que se impusieron.
Antonio Placer Brun, ha mantenido esa seriedad tan necesaria que seguramente ya estará haciendo reflexionar al gran público, y si a Enrique Ponce, no le pareció que no le regalara una oreja en su primero y la segunda del cuarto, eso no quita el mérito de guardar exigencia hacia lo que debe ser el toreo.
Dos faenas comerciales, a toros ‘bobalicones’, que carecieron de bravura, son los que ha tenido, Ponce, sus conocidos “bobitoros” casi tullidos, por la invalidez que mostraron a los que sabe “sobar” y sacar faenas de esas en la que la supuesta estética aparece, pero que están vacías de todo.
Dos faenas cortadas con la misma tijera, sabiendo conducir a los bovinos cerca de tablas para evitar que huyeran, y el abuso del pico de la muleta se hizo evidente, ya que el toro pasa lejos del torero, ya en la parte final pareciera que se ajusta, pero eso no es el torero.
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Faenas comerciales, porque es lo que “vende” aunque por falta de contenido luego se olviden. Las estocadas fueron defectuosas, y si tardó en caer su segundo fue por eso, porque quedó muy trasera.
Vuelta en su primero y oreja en su segundo, ha sido un balance, hasta bondadoso de su participación.
¿Cuándo enfrentará Enrique Ponce toros bravos?
Eso es una broma, porque sólo en momentos que lo ha requerido, ha hecho esas contadas “gestas” que deberían ser un día sí y otro también, y no una manera de justificar para mantenerse cada ‘cien años’.
A, Diego Urdiales, le correspondió un lote a contra estilo, manso con peligro, con genio, desarrollando violencia, y eso no fue óbice para demostrar su pureza, como ocurrió con los lances a su primero, que cautivó de inmediato, no sólo por la cadencia explicita ni por el ritmo manifiesto, sino por el argumento implícito que iluminó el redondel de verdad. La faena con la tela roja mantuvo un hilo conductor de apasionada entrega, algunas series de enorme valía, pero la mansedumbre pudo más en su ejemplar.
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Sin embargo, Diego, Había dejado la diferencia de lo que es la verdad del toreo, que contrastó con el toreo comercial y frívolo del primer espada procedente de Chiva.
El segundo fue un auténtico manso de solemnidad, y con hachazos que aventó para defenderse. Diego se mantuvo firme, expuso y extrajo lo que más pudo. Se le reconoce su inobjetable entrega.
De, Miguel Ángel Perera, se consigna el insistir con un primero manso, en donde dejó series plausibles, porque justamente él las supo concretar, y todo quedaría en el silencio, tras pinchazo y tres descabellos.
La oreja de mérito la cortaría al que cerró plaza, al que decidió dejar “crudo” para ya en el tercer tercio, extraer faena de mérito, desde el comprometido prólogo en los medios con pases cambiados por la espalda, siendo tan ceñidos que el último no se supo cómo fue posible que pasar el toro.
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La faena tuvo dimensión e importancia, porque le dio sitio, respiro al bovino, dejando trazos de mucho mérito y con total verdad. Quizá el error fue pasarse un poco de faena, por lo que la mansedumbre le pesó a su ejemplar. Dejó poco más de medio espadazo que hizo efectos mortíferos de inmediato, y el público solicitó una oreja que fue concedida por Usía.
Un festejo que marca la libertad del palco de la autoridad, en donde deja de mandar la figura en turno y eso deberían de hacer todos los presidentes del mundo de los toros.
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