Opinion

Lo comenta Antonio Lorca… La goyesca de Ronda, en su soledad

Los tendidos estaban llenos, sí, pero no rezumaban la alegría de antaño; ni siquiera las calles aledañas a la histórica plaza lucían abarrotadas como en épocas pasadas.

Decía un reportero gráfico de la competencia que la goyesca ya no es lo que era desde que murió la duquesa de Alba.

Será verdad, pero también es cierto que no lo es desde que entidades públicas y privadas han dejado de financiar la estancia de personajes populares, que costarían un riñón, pero daban luz y color a una corrida rebosante de sabor.

Se les echa de menos, es verdad; como se podría añorar al cabo de los años a Pedro Romero, en cuya memoria se creó este festejo en 1954, con motivo del segundo centenario de su nacimiento; se nota también la ausencia de Antonio Ordóñez, gestor y fundador de esta corrida; y la de Paquirri, fiel continuador, y la de tantas figuras como han dejado su huella artística en esta arena.

Mantienen el sello familiar Rivera Ordóñez Paquirri, como empresario, y Cayetano, integrante del cartel de 2018, pero ya nada es lo mismo. Falta, quizá, el embrujo envolvente de la fiesta de los toros de las décadas setenta y ochenta, faltan los rostros famosos, la alegría del ayer…

Sin duda, la corrida goyesca de Ronda seguirá siendo un festejo emblemático, pero parece que se ha diluido el brillo que la hizo grande.

El espectáculo comenzó con quince minutos de retraso porque Cayetano tuvo que ser atendido en la enfermería de la lesión de costillas que se produjo el pasado 12 de agosto en Pontevedra.

Momentos antes, solo tres carruajes tirados por caballos adornaron el preámbulo; poco ornamento para la grandeza que en años anteriores representaban un manojo de jóvenes rondeñas, numerosos y elegantes equinos bellamente enjaezados y añejos y costosos coches de época.

Comienza el paseíllo y la estrella es, Morante, tan escrupuloso este año a la hora de aparecer en una plaza, y lo hace vestido por la diseñadora Vicky Martín Berrocal con un traje goyesco verdoso claro, larga redecilla en la cabeza, elegante chaquetilla, pomposo corbatín marrón y anchas calzonas.

Suenan los clarines y se inicia la parte seria.

Los toros de Juan Pedro -no podían ser de otro encaste- están elegidos para ocasión tan señalada; elegidos y diseñados para el triunfo de los artistas. Correctamente presentados para plaza de tercera, muy justos de fuerza y exuberantes de clase y bondad

Tan compasivos y sensibles que hasta al propio Morante le costó emocionar a la parroquia. Con el capote de seda con el que hizo el paseíllo lanceó a su primero a la verónica con apreturas, inició la faena de muleta por alto, y cerró la tanda con un molinete con tal ímpetu que perdió la verticalidad y quedó en la arena a manos de su oponente sin más consecuencias que el susto.

Un quejío flamenco surgido en el tendido hizo callar a la banda de música, pero la labor del torero no pasó a mayores.

Y todo se diluyó ante el cuarto, inválido desde que saltó al ruedo, más muerto que vivo, con el que solo pudo esbozar detalles sueltos.

Calidad suprema y exquisita suavidad fueron las cualidades sobresalientes del primer toro de Cayetano con el que se lució en la faena de muleta en una labor que fue premiada con las dos orejas después de que cobrara una vistosa y fulminante estocada en la suerte de recibir.

Lo intentó de veras ante el quinto, sin fuelle, falto de raza y de fortaleza. La música trató de animar una labor con más voluntad que brillantez, y todo quedó en una cariñosa ovación.

Iván García, subalterno de su equipo, demostró su torería con el capote y las banderillas.

Para, Roca Rey, un auténtico ciclón que arrasa allá por donde va, la goyesca fue un entrenamiento con público; se le vio sobrado, valiente, como siempre, inteligente, arrollador y ese aire triunfante que transmite a los tendidos.

Muy lucido ante su primero, emocionó de verdad al final del trasteo en unas ceñidísimas bernadinas -cita al toro en la corta distancia y balancea la muleta hasta el punto de que parece imposible que el animal pueda pasar sin arrollarlo- en las que se jugó el tipo de verdad.

Ante el sexto, manejó el capote con soltura y variedad, brindó la faena a los dos hermanos Rivera, y comenzó con un pase cambiado por la espalda que hizo albergar una esperanza que no se hizo realidad, aunque lo premiaran con una oreja.

El toro, como toda la corrida, era un muermo -este, de menos clase- y así no es fácil que brote la emoción.

Acabó el festejo con la misma tristeza del inicio.

La corrida goyesca sigue viva, pero se le nota tristona. Ojalá sea un mal pasajero…

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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Foto: Daniel Pérez -EFE-

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