Opinion

Lo comenta Antonio Lorca… ¡Antitaurinos!

Mientras se sigan anunciando en las ferias importantes los toros de Núñez del Cuvillo, las figuras se partan la cara por ponerse delante de ellos y el público jalee faenas de toreros-enfermeros como si se tratara de una gesta, nada ni nadie podrá impedir que la fiesta de los toros siga despeñándose por un precipicio hasta el cercano desastre final.

La corrida ha sido un pecado mortal contra la tauromaquia; toros de bonita fachada, podridos, enfermizos o borrachuzos, muertos en vida, sin un hálito de fuerza, que perdían las manos, se desplomaban en la arena o pedían a gritos la muerte no pueden figurar en el frontispicio de la tauromaquia actual.

Enrique Ponce, José María Manzanares y Roca Rey, tres pesos pesados, no pueden erigirse en líderes indiscutibles del antitaurinismo andante por su especial interés en buscar comodidad antes que emoción.

Uno y otros -ganadero y toreros- son los que están echando a la gente de las plazas. El toro, ni siquiera el supuestamente encastado de Victorino o Torrestrella, ya no interesa al gran público; son las figuras actuales los únicos reclamos que animan las taquillas.

Es verdad que la plaza de Bilbao tampoco se llenó ayer, pero los tres cuartos de entrada supieron a gloria en comparación con los vacíos de días anteriores.

Y son esas figuras las que parecen poner un empeño especial es que los espectadores no vuelvan. Desde luego, con corridas tan desastrosas como la de Núñez del Cuvillo, muchos se quedarán en casa. Es un engaño, un fraude… Y no hay derecho.

¿Quién se atreve a estas alturas a levantarle la voz a Enrique Ponce, un catedrático, como se le llama, del toreo?

Pues se le debería caer la cara de vergüenza de ser protagonista de un penoso circo como el vivido en Bilbao. No es que así manche su impecable trayectoria, que también, sino que apuntilla la fiesta de los toros en un momento en el que necesita cuidados intensivos.

Ni siquiera él, experto enfermero de toros lisiados, pudo hacer nada por evitar el naufragio. Su primero -sobrero del inválido que abrió el festejo- se desplomó en la arena -una de las imágenes más degradantes- y no había manera de levantarlo.

El cuarto, otro animal tullido y tonto, le permitió ese toreo desmayado, despegado y superficial tan habitual en su tauromaquia personal. Hasta poncinas se permitió antes de vivir un momento de angustia cuando quedó colgado por la chaquetilla en el momento de entrar a matar.

Ni se despeinó Manzanares ante el enfermo terminal que fue su primero y el rajado y noqueado quinto.

Y Roca Rey muleteó con suavidad al borreguito tercero, sin emoción alguna a pesar de la algarabía de los tendidos, y se desesperó pronto ante el sexto, que se movió con cierta violencia en los primeros tercios y se rajó descaradamente al final.

Ni un puyazo -todo fue una pantomima-, ni un capotazo, ni un quite, ni un par de banderillas…

Alguien debería reflexionar y no pasar página como si se hubiera tratado de una mala tarde. Lo de Bilbao ha sido algo más; ha sido la confirmación de que la fiesta de los toros corre un riesgo más serio del que imaginarse pueda.

Y el peligro es que el enemigo está dentro. Apunten cuatro nombres: Ponce, Manzanares, Roca Rey y Núñez del Cuvillo.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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