Opinion

En la Opinión de Pepe Mata… El relato del día más largo

Eran las 11 de la mañana de este 19 de septiembre, 32 años después del terremoto que conmocionó a la Ciudad de México en 1985, justo a las 07:17:47, con una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter; sismo que viví con mi familia, y nos dejó en cuestión de segundos, sin techo.

Mis recuerdos fueron interrumpidos, cuando escuché la alarma sísmica, me alarmé, ¡sí! me alarmé, pensando, ¡cómo era posible que esto ocurriera otra vez y en fecha tan señalada!

No obstante, a través de los medios de comunicación se informó que era un simulacro…

… de inmediato pensé con cierto grado de ironía, ‘… esos simulacros, que organizan las autoridades de la Ciudad de México; y cuando en verdad aparecen los sismos, sus alarmas no funcionan’.

Me seguí preparando justo para ir a una conferencia de prensa a la ciudad de Pachuca, presentaban los carteles de la Feria, y para ello, se hacía tarde, la cita era a las 14:00 horas.

Pasé por mi hermana, Tere, quien me acompañaba a la conferencia de prensa, dieron las 12:57, ya era tarde, así que armamos una ruta para tratar salir de la inmensa Ciudad de México, lo más pronto que se pudiera.

No llevábamos más de 10 minutos en nuestra travesía, íbamos ya en la lateral de la avenida Churubusco, a punto de entrar a los carriles centrales, y mientras estábamos detenidos por un alto, comenzó a sonar una alarma sísmica y además con voz.

Tere de inmediato exclamó, ¡va a temblar!

¡Va a temblar!

La alarma venía de su celular no de las alarmas sísmicas de la Ciudad de México.

Confundido, tras un simulacro dos horas antes, y ahora esto…

… y ahora esto, la naturaleza se iba hacer presente, no para conmemorar un lamentable hecho, sino para recordar su inobjetable poder.

Estaba meditando en ello, cuando a las 13:14 horas, se comenzó a mover violentamente todo, era increíble ser testigo de cómo semáforos, postes de concreto, edificios, casas se movían como si fueran una frágil bandera.

El chofer de una camioneta (furgoneta) que estaba adelante de nosotros, hizo atrás el vehículo, porque se encontraba abajo de unos cables que podían caerle encima; y sin que yo lo advirtiera, sólo Tere, se cayó un transformador a unos metros de donde estábamos.

La decisión era lógica, regresar a casa…

… sí, regresar a casa porque nuestros padres estaban solos en un tercer piso y su edad octogenaria no les da la agilidad para poder bajar y ponerse a mejor resguardo.

Intentamos comunicarnos con nuestra otra hermana que se hallaba en su trabajo en un piso 15, y comenzaron a fallar las comunicaciones, se esfumó la electricidad en la ciudad.

Confusión, caos, todo hizo acto de presencia en una ciudad tan grande y tan poblada, con 24 millones de habitantes en la desesperación total.

Como pudimos, entramos en contacto con nuestra hermana y le pedimos -dado que nosotros no podíamos conseguir hablar con nuestros padres-, avisara  que regresábamos a su casa.

Así retornamos y vivimos una experiencia inexplicable, devastadora, tremenda, muy tremenda.

Ir transitando por la Ciudad de México y ver edificios, así como casas dañados o de plano derrumbados; comercios con cristales rotos, centros comerciales derrumbados, con un olor a gas generalizado.

Nos llegó de inmediato la noticia, que cerca de donde vivimos, había sucumbido parte de una escuela y había niños, jóvenes, maestros, atrapados, y la angustia de llegar con nuestros padres en medio de este escenario se multiplicaba.

¿Un bombardeo en la Ciudad de México?

¡Un gran bombardeo en la Ciudad de México!

¡Sí!

Si.

Eso parecía.

Así como nosotros íbamos con una angustia creciente, esa misma angustia, desesperación, confusión, de no poder ser capaces de entender…

… de no ser capaces de comprender la realidad que vivíamos, se veía reflejada en cada uno de los rostros de gente mientras transitábamos por parte de la Ciudad de México.

Gente, que veía sus casas dañadas, perdidas, familiares atrapados en los escombros y sin saber si todavía estaban vivos.

Así, Tere y yo, azorados, asustados, veíamos como iba creciendo este devastador, desolador horizonte.

Sentimientos encontrados de una tristeza interminable, de una depresión inacabable, de un deseo de explotar y gritar:

¡Por qué!

Pero…

… pero, el universo no da explicaciones.

Reitero, justo este día se cumplían 32 años de aquel sismo de 1985, que nos había dejado sin hogar; y ahora yo veía a mucha, mucha gente, en esa situación.

Con todo esto en el pensamiento y la tragedia creciendo en proporciones incomprensibles, conforme avanzábamos, confrontando a la tristeza… la impotencia y la depresión, se multiplicaban al ver la inimaginable magnitud del drama.

Mientras más avanzábamos, más conocíamos del severo daño que había dejado a su paso ese sismo, terremoto, temblor, o cómo que se le quiera llamar.

La tierra había protestado con una magnitud de 7.1 grados en la severa escala de Richter.

Descansamos, Tere y yo, cuando después de conducir hasta en calles a contra sentido, llegamos a casa, vimos a nuestros padres, supimos que nuestra hermana se hallaba bien y la casa también.

¡Cómo no agradecer a DIOS estar la familia viva, otra vez unida y en nuestra casa!

No había palabras…

… no hay palabras cómo agradecer a DIOS.

Los vecinos permanecían, algunos en las calles, las historias del derrumbe de tres centros comerciales, cada quien las contaba de acuerdo a su percepción, lo que sí era claro, fue que estábamos incomunicados, no había electricidad…

… ni tampoco telefonía, ni la fija ni la móvil.

Conforme avanzaron las horas y la oscuridad cobijaba a la Ciudad de México, intentábamos buscar a familiares, amigos, y entre más nos podíamos poner -como se podía- en contacto con ellos, comenzaba a reinar cierta tranquilidad.

Fuimos a dormir, agradeciendo a Dios seguir con vida, bien, unidos y en nuestro hogar.

Y comenzó amanecer, a las tres de la mañana la energía eléctrica hizo acto de presencia, la telefonía se normalizaba, y con ello, se conocía de los seres que estaban rescatando en los inmuebles derrumbados cercanos a la casa, pero también se sabía de los que inesperadamente este terremoto provocó su partida.

La Ciudad de México, está en pie, la solidaridad se consumó.

Acompañé, este miércoles a, Tere, en su calidad de pediatra y cirujana pediatra, a su centro de trabajo, pero como el Hospital Dario Fernández del ISSSTE está dañado, fue a apoyar al Centro Médico 20 de Noviembre, también del ISSSTE, para que comenzara apoyar a los heridos; mientras que por la tarde, ha estado atendiendo en su consultorio a sus pacientitos.

Y esto nos hizo recordar, que la Ciudad de México vive, que somos el resultado de dos razas conquistadoras; los mexicas que formaron en el Valle de Anáhuac la imponente Tenochtitlán, así como de los españoles, que no claudicaron tras 8 siglos de dominación árabe, y eso también nos hacer pensar y ser así

¡Conquistadores!

Por eso mismo, no podemos claudicar.

¡No podemos ni debemos claudicar!

Necesariamente tenemos que conquistar un futuro mejor, porque esa será nuestra herencia…

… sí, un futuro mejor y más luminoso, para heredar a los próximos mexicanos que ya están naciendo en esta gran Ciudad de México.

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@PERIODISTAURINO 

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