Reportajes

Ricardo Higa Mitsuya, el inescrutable torero peruano-japonés

  • Ricardo Higa Mitsuya: ” La fecha de mi alternativa siempre será más importante que mi cumpleaños”

Tres horas a caballo, del Callao a la plaza de Acho y travesía en barco hacia España. Como el vuelo fugaz del capote al lance de verónicas, así podría resumirse la vida de aquel chinito. Nikkei, en realidad, que llegó a constituirse en el primer torero japonés del mundo.

Ese hombre taciturno que encierra, en su impermeabilidad japonesa, la increíble historia de un aventurero que, llevado por su pasión, llegaría a codearse con rutilantes famosos como Ava Gardner, Claudia Cardinalle, Henry Fonda, Charlton Heston, Orson Wells y Charles Bronson, entre otros;  ser adoptado por el Papa Negro, Manuel Bienvenida y recibido credenciales como matador de toros de manos de Sebastián Palomo Linares, casi nada y nada menos. Pues se trata del personaje que les presentamos a continuación, estimados lectores de Toros en el Mundo:

Ricardo Higa Uyehara Mitsuya o Mitsuya Higa, su nombre japonés, que significa éxtasis pleno, matador de toros, hijo de japoneses de Okinawa llegados al Perú por Supe y luego afincados en el Callao, dedicados a la venta de leche proveniente de los establos de vacas de la Maranga.

Desde edad muy precoz sintió inclinación por la fiesta de los toros. Cuentan que con otros niños de su barrio en Chacarita, correteaban detrás de las reses que se arreaban bajando desde la sierra camino al frigorífico porteño.

En la lechería de sus padres muchos clientes vaporinos eran aficionados a los toros que se reunían a conversar e intercambiar ideas sobre las corridas y dejaban siempre revistas y folletines taurinos que el niño Higa recogía y guardaba con sumo celo de los ojos de su madre quien en varias ocasiones no solo se las escondía sino que hasta llegó a formar una pila de ellas y prenderles fuego.

Esas revistas eran para el niño de ojos rasgados cada vez más interesantes, las leía con suma fruición y poco a poco fueron despertando en él su apasionada afición y ansias de convertirse algún día no muy lejano en todo un matador. A la postre, llegaría a serlo, con el añadido de haberse convertido en el primer y único torero japonés del mundo.

Japonés y peruano de nacimiento.

Peruano nacido en Supe y chalaco —los nacidos en el Callao— por residencia. Torero, actor secundario de cine y periodista en su edad madura pues ante la reticencia de su madre que no aceptaba eso de que sea torero, algo seguramente inentendible para aquella mente oriental,  Mitsuya se pone a estudiar periodismo para ganarse la condescendencia materna. Carrera que luego ya retirado del toro ejerció toda su vida.

Fue director fundador del Perú Shimpo, ese emblemático diario para la colonia japonesa que se edita hasta hoy en el cerrado círculo nikkei y que se fundara el año de 1950.

Hay dos versiones que dan cuenta la manera cómo conoció por primera vez la Plaza de Acho. Una de ellas refiere que fue un familiar suyo, un tío paterno japonés, que sufrió persecución cuando la deportación de japoneses y descendientes fue llevada a cabo por el gobierno peruano del presidente Manuel Prado Ugarteche en principios de los años cuarenta del siglo pasado como apego a la política estadounidense de post guerra.

Este tío japonés de nombre Ransuke que el mismo Mitsuya ya casi no lo recuerda, o tal vez sí para no perder el recuerdo de aquel  hombre que lo llevó por primera vez a la Plaza de Acho, montado a la grupa de su caballo y cabalgando por tres expectantes horas hacia el coso taurino más antiguo de América, sin presagiar que muchos años después su sobrino se convertiría en el primer torero de origen japonés de la historia.

La segunda versión también tiene como protagonista, o medio de locomoción para ser exactos,  a la cabalgadura. Resulta que en Chacarita por aquella época de su infancia, era ídolo local un novillero de nombre Fermín Borja El Espontáneo.

Todo el mundo se le acercaba para tomarlo del brazo, darle la mano y posar juntos. Tenía este torero un caballo y habiéndose percatado del entusiasmo del joven Mitsuya lo invitó a llevarlo a conocer Acho.  Quedaron para un día domingo de corrida. Le advirtió desayunara bien y aparte unos tres panes para el camino.

El trayecto a la grupa del jamelgo duraría tres horas. Sorteando las chacras de maizales y camotes, remontaron por todo Carmen de la Legua, pasarían por lo que hoy es la avenida Argentina hasta llegar a Dos de Mayo y salir al Rímac por detrás de Caquetá, yo me lo imagino así conforme mis vagos recuerdos pues llegué a ver esos maizales por toda la avenida Colonial en donde, como una isla, se alzaba la novísima cervecería de la Pilsen Callao que había mudado en gran parte desde la fábrica antigua ubicada en la Pampa de los burros, al lado de la avenida Saenz Peña, en el centro del puerto.

El mismo Mitsuya recuerda: “Me encerró en un corral y me dio una revista de chistes. Allí estuve tres horas comiendo mis panes y oliendo boñiga. Luego me senté en sol y vi mi primera corrida. Cuando regresé a mi casa le dije a mi papá que me había ido a bañarme a la laguna de Carmen de la Legua. Igual no me libré de la zurra”.

Tres horas a caballo desde el Callao, para presenciar por primera vez una tarde de toros en Acho,  le bastaron para forjarse de la tenaz convicción de hacerse matador de toros. Eso y haberse maravillado con las escenas de la película Tarde de Toros que protagonizara Tyrone Power: la alegria y el valor de la lidia me entusiasmó tanto que decidí que cuando fuera adulto sería torero. Entonces tenía 11 años de edad” —conforme refiere en una entrevista.

Alternando sus estudios de periodismo se enrola en una escuela taurina convirtiéndose en maletilla. El gran suceso llega en su debut como novillero actuando nada menos que en la Plaza de toros de Acho. Fue hace 56 años, el 2 de abril de 1961, en un espectáculo que concitó mucha expectativa por ver al japonesito que torea y que se daba en honor de la pujante colonia nikkei y que fue solventado gracias a los aportes de un buen amigo suyo que a su vez y previamente  los recaudara en un tanomoshi (especie de pandero colectivo).

Como se aprecia en una de las fotos que insertamos en la galería, el festejo contó incluso con un desfile de bellas geishas. Todo un acontecimiento. Alternó en el cartel con Adolfo Rojas El Nene y José Scotto. Anunciados como El Nene, Cucaracha y El Japonés, los boletos se vendieron aparte de la clásica taquilla frente al teatro, en bodegas y almacenes nipones del centro de la ciudad.

Higa Mitsuya entró a matar seis veces ante la sorpresa de todos. Entre ellos, su amigo el maestro Alejandro Montani El Sol del Perú, que atónito no daba crédito a lo que que veía dándole más de un grito desde el callejón:

¡ Mitsuya, estás loco !

Qué quieres, es el primero que matoreplicaba el oriental.

Esto dio asidero a que todo ese recorrido novilleril por el Perú del que se ufanaba Mitsuya haya sido en realidad mucho más exagerado por la inventiva suya, según se lee en una jocosa crónica de Jaime Bedoya. Lo cierto es que sí hizo nutrida campaña por los polvorientos ruedos del interior llegando a colocarse como puntero en el escalafón de novilleros, si acaso alguna vez hubo un escalafón tal cual.

Le siguieron una treintena de actuaciones novilleriles para finalmente dejarlo todo y enrumbar a esa España distante pero siempre adherida en el alma de todo torero que anhela hacerse un camino de a verdad en esto del toro.

En 1962 toma determinación y parte a la península a bordo de un vapor. Entre su equipaje llevaba algunas recomendaciones y datos para gente del toro que le pudieran ayudar en la madre patria. Llevó muchas pero ninguna le fue útil salvo aquella que ni imaginaría le pudiera servir como en efecto le sirvió: fue escrita por una monja  amiga del poeta Roberto Dulls quien, a su vez, lo fue del mítico Manolete, recomendándole ante el Papa Negro, Manuel Mejías Rapela Manuel Bienvenida quien lo recibió y se hizo su mentor. Trabaron amistad que solo se interrumpiría a la muerte del célebre maestro pocos años luego.

Una vez en España las oportunidades no resultaron muy boyantes, debido mayormente al escepticismo que suponía imaginar a un japonés de torero. Hasta que por fin, y luego que seguro el mayor empeño del Papa Negro haya influenciado para conseguirse un debut en Málaga el 12 de julio de 1964, tras exactamente dos años  de su arribo desde allende al otro lado del charco.

Sus alternantes, el cordobés Manuel Cano Ruíz  El Pireo  y el malagueño Andrés Jiménez Torres El Monaguillo lo miraban con cierto desdén. Mitsuya ni se inmutó con ese insondable carácter oriental que le corría en la sangre. “Debuté bien, corté una oreja y las mujeres me arrojaron claveles y los hombres puros, según costumbres de la época. La gente se acercaba a felicitarme y me daba abanicos para que se los firmase”. 

También hay registros que lo ubican debutando en Vista Alegre el 18 de julio de 1964 junto al Madriles y Jesús Laderas con ganado de Víctor y Marín.

En tanto esperaba ver un pitón en la madre patria, donde las oportunidades escaseaban, desde ese debut malagueño, para solventarse su estadía realizaba variados trabajos menores.  Tuvo, dentro de esas circunstancias, la suerte que alguien le propuso tentar chance como extra de cine debido a sus rasgos orientales poco advertidos por esos lares en aquellos tiempos.

Cosa curiosa, hoy en día los japoneses, chinos y coreanos acuden masivamente a las fiestas de Pamplona y otras. Gracias a estos ojos rasgados tuvo acceso a intervenir en rodajes de corte holliwoodense junto a famosísimos  de la época.  Cuenta incluso, que la misma Claudia Cardinalle, en gesto de compasiva sencillez, hasta les acercó unos refrescos en su propio camerino al grupo de extras pues al no contar con uno tenían que soportar el sol inclemente de aquellos parajes de Almería donde se rodaba una película.

Jugó béisbol con Charles Bronson, hizo de mayordomo en una cinta de Orson Wells y hasta de esclavo malayo en Krakatoa…sin embargo su debut como extra en el écran se da al intervenir en 55 días en Pekín dirigida por Nicholas Ray y protagonizado por Ava Gardner y Charlton Heston.

Fueron casi ocho años de incertidumbres y sortear al toro de la vida, ese incierto y en muchos casos tobillero animal que el destino nos pone de frente. Hasta aquel 28 de agosto de 1970 en que se doctora como matador de toros al recibir la alternativa de manos de Sebastián Palomo Linares como padrino y testificando Julián García, en la plaza alicantina de Ondara, ante un encierro de la ganadería de Manuel Zeballos. Ese día cortó nada menos que cuatro orejas, según el mismo Mitsuya refiere en una publicación de lo que yo guardo reparos por no haberlo podido corroborar.

A su retorno a Lima se le ofrece hacer el paseíllo en Acho como matador de toros: “… regresé a Lima y mi primera corrida en Acho fue el deshueve. El toro me corneó. Atravesó el escroto. —Tuviste suerte— me dijo el médico de la plaza, ‹el cuerno chocó en el ilíaco. Si no te partía, cruzaba las arterias y en un ratito te desangrabas›. No podía hacer nada. En la enfermería me desmayé. Nunca me dieron otra oportunidad.

Fue la tarde del domingo 13 de noviembre de ese año, el cartel estuvo conformado por Francisco Rivera Paquirri, José Luis Parada y nuestro torero nikkei Ricardo Higa Mitsuya. La corrida era de La Huaca. Parada cortó dos orejas y el rabo de su primer toro. Un faenón. Mitsuya al sufrir el percance que casi le cuesta perder una gónada no salió más de la enfermería por lo que Paquirri, al ser el más antiguo de la terna, tuvo que hacerse cargo del lote completo de su alternante herido. Desorejó al que cerraba plaza, segundo del peruano-japonés.

Higa Mitsuya, el torero peruano japonés, al que en la España del reposo de Dominguín, la efervescencia de Palomo Linares; de los últimos años de su mentor el célebre Papa Negro del toreo, de los desérticos  parajes de aquella Almería cinematográfica, de sus tribulaciones ante Ava Gardner o la Cardinalle, donde solo se le conocía como El Japonés, el esclavo malayo, el mayordomo orsowelliano o el partner de Charles Bronson; esa  única y última presentación en su plaza limeña, la de Acho, que lo desahuevó para siempre ya no como esas interminables tres horas de ida y otras tantas de vuelta a lomo de caballo desde el Callao hacia el coso de Hualgayoc y viceversa, sino de esta propia historia, la suya, lúdica y real maravillosa, labrada desde los albores infantiles que en sus tiernos anhelos, lo vestían de luces.

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