El comentario de Paco Cañamero… Se nos fue Padilla
Se fue, Juan José Padilla, con el respeto que se supo ganar, con la dignidad para vencer la adversidad y con la ambición para saber sobreponerse a un terrible percance. En paz consigo mismo y con una Fiesta a la que dio hasta casi su vida y donde supo regresar de los infiernos para vivir unos años en los que tanto ha disfrutado.
Aunque cierto es que ya la última parte de la pasada temporada ya se hizo muy cuesta arriba y la afición seguía con el corazón encogido sus faenas, tras sufrir serias volteretas y hasta un feo percance en Arévalo.
Pero Padilla era todo entrega y ardor al toreo y por eso se ganó a los públicos, junto al resto de coreografía que lo adornó, bandera de pirata incluida.
Desde entonces recibió el cariño de toda España y Francia, más aún de sus plazas donde fue un ídolo, ejemplos de Pamplona o Santander. Y tras el adiós a esa Zaragoza donde volvió a nacer llegó el último paso en América para cortarse definitivamente a coleta la tarde del domingo 16 de Diciembre en La México.
Sin embargo con ese fervor popular que supo ganarse, su apoderado –Antonio Matilla– no fue capaz de diseñarle una corrida para su definitiva retirada con la categoría del torero jerezano.
Porque Padilla no merecía irse en una plaza semivacía, por más que fuera La México, donde la afición hace unos años le dio la espalda, excepto en acontecimientos puntuales.
Porque si quería irse en La México, donde ha triunfado, Antonio Matilla debió buscarle una fecha apropiada y una ganadería más digna. Haber toreado, por ejemplo, en la Guadalupana o en los carteles tan rematados que se programar para celebrar del aniversario de la plaza.
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No un domingo cualquiera, donde ya se sabe que esa gigantesca plaza no cubro ni un octavo de su aforo y por tanto ver esos tendidos vacíos es la imagen más triste para una despedida; además de acartelarlo con una corrida que sobre el papel no ofrecía garantía alguna y así ocurrió al tener un comportamiento tan descastado y complicado, muy bronco, junto a un cartel que, con todo respeto a los actuantes, no era el digno para el adiós de quien supo hacerse tan grande.
Y esa corrida jamás debía haberse anunciado para una ocasión tan especial. Vamos que hasta recordó aquella limpieza de corrales que le hizo Manolo Chopera a Antoñete en su despedida madrileña de 1985.
Aquel fue un garbanzo negro del desaparecido empresario vasco en la gestión de Las Ventas al echar literalmente a los leones a un maestro que apoderó y fue símbolo de esa plaza, con el agravante de estar la plaza abarrotada y las taquillas llenas de millones.
Ahora, Antonio Matilla no se ha preocupado de Padilla en su última tarde, cuando debía estar más mimado que nunca y haber dicho adiós en Lima, con tanto prestigio o en Bogotá. O si lo hace en México que sea una fecha con garantías.
Porque seguro que a Padilla le quedará el resquemor de esa última tarde donde no lo supieron cuidar con el tacto que lo hicieron desde que reapareció en Olivenza tras la horrorosa cogida de Zaragoza. Ahora ya que el jerezano Juan José Padilla es un ciudadano civil, con la coleta enmarcada como gloria de su paso por los ruedos, ya siente la cálida luz de la paz tras haber sido mucho más de lo que él mismo imaginó y poder disfrutar de su estupenda familia.
Por eso le arrojo mi gorrilla charra a este torero con tanta admiración como la que él se supo ganar.
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