El comentario de Paco Cañamero… Las figuras siguen vaciando La México
No aprendemos la lección y, entre la gravedad que atraviesa la Tauromaquia, siempre se vuelve a tropezar en la misma piedra. En la piedra de los abusos, de la comodidad y de olvidar al público que paga, a quien una y otra vez lo mancillan hasta acabar yéndose.
Ahora ha sido otra vez en México, en su monumental coso de la Avenida de Insurgentes que abrió anoche sus puertas para acoger la tradicional guadalupana, en la celebración de la Virgen de Guadalupe, patrona del país azteca y donde el embudo siempre acoge una corrida de postín, que es junto a la que conmemora su inauguración los dos acontecimientos más importantes de la temporada mexicana.
El primer gran fracaso de la tarde fue no llenar la plaza. Un coso que hasta hace relativamente poco tiempo colocaba de forma habitual el no hay billetes, ayer (miércoles 12 de diciembre) solamente congregó poco más de media entrada. Y que no vengan con que el numerado se completó que no vale, en una corrida de este calibre hay que vender la totalidad de las localidades, las numeradas y las libres de arriba.
Y eso es gravísimo ante un coso que atesora tanta historia y, además, ubicado en una inmensa ciudad de tan marcada tradición taurina, rodeada de una metrópoli que lame los treinta millones de habitantes. Y aquí otra vez el quid de la cuestión que tanta gente se pregunta el motivo por el que los mexicanos ya no llenan su plaza.
Pregunta que, de nuevo, la encontraron anoche en el abuso impuesto por las figuras -Morante y Roca Rey-, con las reses que exigen e impropias de un acontecimiento. Además del tremendo abuso añadido en esta ocasión de ir ya cada uno de ellos con sus toretes debajo del brazo, en lo que es otra falta de compromiso. Y con una afición harta de tanta exigencia de unas llamadas figuras que después no dan la talla.
Por eso están echando a los aficionados.
Y ahí tiene el caso de Morante que se preocupa del piso de Las Ventas -sobre el que se han realizado cientos de históricas faenas y nadie protestó-, de la pintura de las barreras, del riego y más que nada de los toritos que lleva a las plazas, en muchas ocasiones rayando el escándalo… para que luego al final tantas veces sea nada.
Ahora, en su comparecencia en La México, accedió a que fuera televisada para España con la exigencia de ser Fernando Fernández Román quien la retransmitiese.
Y, Fernández Román, jubilado y con una larga carrera en sus espaldas, donde ha gozado de prestigio y ha sido la voz taurina del Ente público durante décadas –mi generación creció con los festejos que retransmitía de manera tan brillante-, se prestó a ese juego y voló a México para ser periodista de cámara.
Y allí, como era de prever, Fernández Román se dedicó a tapar todas las goteras, dijo varias veces que había una gran entrada, cuando solamente había poco más de media, justificó la insultante presentación de los astados y cantó insistentemente a Morante, cuando no fue más que una tarde de bronca.
Y es que a la gente hace tiempo que no la engañan, aunque los taurinos siguen empeñados en ello.
Malo que Fernández Román por intentar continuar y hacerle el juego a Morante se preste a estas situaciones.
Cuando él si se pone delante del micrófono debe ser para enseñar y engrandecer la Fiesta. No hacerlo de esta forma, tan en las antípodas de aquel gran Pepe Alameda, madrileño y exiliado a México tras la Guerra Civil, donde se convirtió en el mejor comunicador que tuvo el toreo durante décadas.
Ese Pepe Alameda que en 1972, tras una feliz negociación de dos Manolos –Chopera y Lozano- vino a España -contratado por TVE- y entusiasmó a todo el mundo por su sabiduría y comunicación. A todos menos a parte de la prensa, quienes dominados por un ataque de celos intentaron zancadillear el regreso a España del genial Pepe Alameda.
Y es penoso que una tarde trascendental acaba vacía y hueca, además de interminable duración, donde únicamente Roca Rey, ya al toque de la campana, logró hacer lo único de interés frente a un noble toro de Jaral de las Peñas, al que realizó una faena con temple y buen trazo. Le cortó dos orejas y fue paseado en hombros sobre un ruedo repleto de almohadillas arrojadas por un público endemoniado.
Y es que ese triunfo no justifica una corrida tan esperada y que acabó siendo un nuevo golpe bajo al toreo mexicano y otra ocasión que puso sobre el tapete de la realidad los motivos por los cuáles la afición azteca ha desertado de su Monumental, de la gigantesca plaza del Paseo de Insurgentes que llaman el embudo. Y es que los taurinos no aprender la lección más clara para recuperar al público, que no es otra que toros con casta y digna presentación.
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