Huelva. Sábado 4 de agosto. Tercera de la Feria de Colombinas. Seis toros de Torrealta variada de juego. Los dos mejores de la tarde fueron lidiados en segundo y sexto lugar; el cuarto y el quinto resultaron mansos; encastado, el primero y noble, pero sin gas fue el tercero. Tres cuartos de plaza.
Julián López El Juli: Saludos tras aviso y saludos.
Miguel Ángel Perera: Dos orejas y el rabo simbólicos y saludos.
Andrés Roca Rey: Saludos tras aviso y dos orejas.
Detalles:
El toro del indulto es Sereno, de capa jabonero, número 9, de 522 kilos.
Saludaron en banderillas tras parear al segundo Curro Javier y Guillermo Barbero y al quinto Javier Ambel y nuevamente, Guillermo Barbero.
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Como la del 28 de febrero de 2000, la fecha del 4 de agosto de 2018 está ya grabada a fuego en las paredes del alma de la Plaza de Toros La Merced. Son las dos fechas del summum, que en el sentir taurino sucede cuando se produce el indulto de un toro. Sin duda, la gran celebración de la fiesta por excelencia.
El triunfo máximo de la vida sobre todo lo demás. Entonces, fue Culito, de José Luis Pereda. Ahora ha sido Sereno. Marcado con el número 9. De un precioso pelo jabonero. Nacido en enero de 2014 y de 522 kilos. De Torrealta. Su suerte le tenía reservado que caería en las manos de Miguel Ángel Perera y, de ese encuentro, ha surgido un capítulo hermoso e inmenso. Una obra mayúscula en toda regla, capaz de poner de acuerdo a casi siete mil personas. No hay mácula posible en la sinfonía compuesta a la par por Perera y Sereno. Desde los lances con el capote -en el recibo y por tafalleras-, tan lentos, tan justos, tan exactos. Enmedio, Javier Ambel descubrió a todos y ayudó a moldear la embestida rebosante de clase y de verdad del ejemplar de Torrealta. La plaza se dio cuenta, paladeó, sobre todo, ese lance tan tan largo que pareció abarcar el ambiente entero. Aplaudió Huelva semejante capotazo, todo lidia y todo toreo. En banderillas, Curro Javier dejó dos pares soberbios y Guillermo Barbero, otro más de excelente factura. Se desmonteraron los dos, mientras que La Merced aplaudió con igual mérito la exhibición de Ambel al cerrar al toro en el burladero a una mano. Excepcional. Así las cosas, Miguel Ángel Perera se puso a torear. Así, a torear. Rodilla en tierra primero, enroscándose al toro sin moverse y toreando su embestida del principio hasta el final. Luego, sobrevino una belleza de composición, en la que cada muletazo era todo el toreo junto: por largo, por hondo, por lento, por ronco, por perfecto. Desde el cite, con media muleta ya arrastrando, hasta el remate tan por abajo y tan hacia atrás después de embarcar y conducir con un tacto impecable. Iba creciendo el run run en La Merced, hasta que se terminó de desbocar cuando Perera empezó a hacer con Sereno lo que le dio la gana. Improvisación pura. Clavado como el mástil de una bandera, sin ayuda, cambiándose la mano para que todo fuera toreo al natural. Tras cada tanda, la petición de indulto crecía. Y Miguel Ángel siguió a lo suyo con una serie de bernardinas muy en corto y de total precisión, a la salida de la cual, la plaza fue ya el delirio y el propio torero hacía gestos de que a ese toro no se le podía matar. Juan León, el presidente, hizo caso al clamor popular y sacó el pañuelo naranja, dieciocho años después. Perera se llevó casi de la mano a Sereno hacia su eternidad. Sin dejar de torear y Sereno, igual que lo había hecho todo, se fue obediente y pronto hacia la gloria que ya es suya. Deja con ella mucha gloria escrita ya en la historia de La Merced, que nunca olvidará este 4 de agosto de 2018.
Su otro oponente, casi no le dió más opciones a Miguel Ángel Perera que mostrar cuánto está disfrutando con el capote. Y qué cuadrilla tiene: ahora, fueron Javier Ambel y Guillermo Barbero quienes se desmonteraron. Ya con la muleta, el toro se paró, se rajó y renunció a todo lo demás. Lo intentó el extremeño, que le sacó todo el partido posible.
Roca Rey, pleno de ambición y de raza, de capacidad y de momento lúcido, le arrancó el doble premio al sexto toro, a base de quedarse muy quieto, de apostar y de exponer. De tirar de recursos y de valor, de seguridad y de firmeza, de su concepto impasible. Fue metiendo al público en su demostración a base de su verdad y de su sinceridad. Lo mató de un estoconazo y se hizo a ley con la dos orejas.
Pocas opciones tuvo en su primero, que brindó en un gesto de caballera torería a David de Miranda, y que fue un toro soso y de fondo justo, que apenas le permitió estar, pero sin que su labor prendiera en el tendido.
El Juli se fue de vacío, a medias, porque su espada le traicionó y porque su lote de toros no le ayudó. Tuvo paciencia e insistencia para ir perfeccionando las embestidas de su primero, al que fue como esculpiendo, dándole al de Torrealta los tiempos más adecuados para que su raza justa no ahogara el buen fondo de nobleza que atesoraba. Faena de no dejarse nada dentro de Julián, quien, de haber matado a la primera, habría cortado, al menos, una oreja.
Lo intentó también ante el cuarto, un toro muy deslucido por poco agradecido, saborío, noblón, pero demasiado agarrado al piso. Tampoco prendió su trasteo entre la gente, que, eso sí, le agradeció con cariño su disposición.
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