Lo dice Pepe Mata… Un rabo tras el arrastre da la gloria a Ventura
Había estado espectacular, Diego Ventura, con su segundo toro manso de Los Espartales -en realidad todo el encierro fue asfixiantemente manso- le fue a recibir con la garrocha a la mismísima puerta de toriles, y luego le metió en vereda; pero el toro siguió mostrando su mansedumbre, le llevó toreado por momentos, y en otros, como cuando cargaba la suerte o hacía el quiebro y no concretaba por la mansedumbre del toro, había gran espectáculos a la gran doma que obligaban al respetable a mantener la atención en lo que hacía el señor Ventura.
Además de ser un gran rejoneador, Diego es un gran jinete, lo que provocó un estado de locura maravillosa, la locura total en toda la monumental venteña.
Tras imponer un par de banderillas, puso punto final con un rejón efectivísimo, y los pañuelos ondearon exigiendo las dos orejas, que fueron concedidas.
Entonces los mulilleros llegaron, engancharon al astado para su camino hacia con el cachetero, echaron andar a las mulillas y justo cuando estaban ya arrastrando al toro, el presidente Gonzalo de Villa Parro, seguramente también inmerso en la locura total, sacó otro pañuelo y concedió un rabo, tras 46 años de no llevarse a cabo esta práctica en la monumental venteña.
Constituyéndose así, Diego Ventura, como el primer rejoneador en conquistar los máximos trofeos en el coso titular del mundo.
En la realidad, su primera actuación, con el segundo toro del festejo había resultado impecable, toreando sin discusión a su manso ejemplar.
Le llevó sometido siempre, y los momentos de espectáculo de la doma a la alta escuela, fueron los menos. Luciendo en verdad en esta faena, que se percibió como la mejor de la tarde, por los episodios del sano equilibrio que deben permanecer en toda creación. Vino el rejón de muerte, claudicó el toro, y tras petición al unísono se concedieron dos orejas.
Con su tercero, de salida le esperó diagonal a la puerta de toriles en el tercio, y le recibió con un rejonazo de castigo, como un rayo inesperado, sin darle tiempo al toro a deambular por el redondel; eso impactó al público, y como luego le toreó, la gente continuó inmersa en la efusividad tras haber conseguido darle un rabo al señor Ventura.
Como estuvo mal con el rejón de muerte, bajó del caballo, tomó la muleta, dio un molinete, toreó un poco con la derecha, puso en suerte al toro y dejó un descabello efectivo, que provocó el delirio popular, y así fue a dar otra oreja a sus manos.
En total cortaría cinco orejas y un rabo, cifra nada despreciable, aunque pareciese mucha cantidad para una expresión del arte.
Las buenas conciencias, no dejaron de disminuir el hecho del rabo, al manifestar que a este tipo de festejos va gente más festiva, y que sustituye la seriedad por lo populachero.
Entonces, yo me pregunto, si saben que esto puede ocurrir…
… sustituir la seriedad por lo populachero, ¿por qué no acuden y así mantienen el rigor en la plaza?
El hecho que mas allá de todas las conjeturas que pretendan hacer a ‘toro pasado’, el hecho histórico de que el señor Diego Ventura, haya conquistado un rabo ahí queda ya escrito para la posteridad, y lo demás…
… lo demás, ahora mismo es lo de menos.
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