La entrevista de Sergio Mañón… Olga Casado: Donde el miedo se vuelve música
La entrevista de Sergio Mañón
___________________________
En cada generación aparece un torero cuyo nombre no se escribe: se pronuncia. Surge como un rumor primero, como una sospecha entre los aficionados, como una llamarada que empieza discreta y termina iluminando el horizonte. En esta generación, ese nombre es el de Olga Casado, la novillera que avanza con paso firme, sin estruendo, pero con una determinación que corta el aire como un estoque.
Olga no viene de una estirpe taurina ni de esas casas donde se heredan capotes como se hereda la voz, lo que sí heredó fue algo más difícil: la obsesión. Esa brújula interior que aparece solo en los que están hechos para este oficio.
Lo suyo nació en silencio, en los festejos populares de su pueblo, Aguilafuente, en la provincia de Segovia. Posteriormente frente a una pantalla, cuando era casi una niña y se encontró con un vídeo de una faena que no recuerda con exactitud. “No sé quién toreaba, ni dónde… pero me quedé clavada”. Fue ese instante —etéreo, sencillo, definitivo— el que marcó la primera línea de su destino según confiesa.
Y quien la mira en la plaza sabe que no hay casualidad en nada de lo que hace. Hay disciplina. Hay verdad. Hay destino.
En el silencio de la mañana, antes de que la plaza despierte, Olga Casado se ata las zapatillas despacio. No hay prisa. No la ha habido nunca en su forma de entender la vida ni, mucho menos, en esa manera de torear que parece detener el tiempo. “El cuerpo sabe antes que la cabeza si la tarde va a ser buena”, dice. Lo dice bajito, con una serenidad que sorprende en alguien de apenas veintitrés años. Pero en sus ojos hay algo de quien ha visto la verdad muy de cerca.
La soledad que forja
En la Escuela Taurina de Madrid, José Cubero Yiyo, aprendió que la vocación sin disciplina es solo un impulso. Allí encontró, por primera vez, un sitio donde no era la chica que quería torear, sino una alumna más con hambre de aprender. Lo duro no fueron los entrenamientos: fue la soledad. Esa soledad que acompaña a los que desean algo tan fuerte que se quedan en el camino si no lo persiguen sin tregua.
“Hay sacrificios de los que no se habla”, admite. Madrugadas de frío con el cuerpo adolorido. Tardes en las que no hay público, ni aplausos, ni brillo: solo una muleta, un campo, un toro que enseña y exige. “A veces me sentía muy sola. Pero esa soledad me hizo fuerte. Allí entiendes que esto no va de ponerse delante del toro y ya está. Hay horas de entrenamiento, sacrificios, técnica… y mucha verdad. Me enseñaron a respetar la profesión y a respetarme a mí misma como torera”.
No fue una evolución rápida: fue constante, y en el toreo, lo constante vale más que lo inmediato. Se forjó sin atajos, con una paciencia que no suele verse en un mundo acelerado. A base de tentaderos exigentes y tardes invisibles, construyó su propio lenguaje. Un lenguaje vertical, clásico, de los que hacen que la plaza contenga el aliento.
El miedo, ese aliado silencioso
Olga no tiene vergüenza en admitir que tiene miedo. “Y menos mal”, dice riendo. El miedo, para ella, no es una sombra que paraliza, sino un aviso, una brújula que señala el lugar exacto donde empezar a ser torera. “El día que no sienta miedo, ese día sí que tendré que preocuparme”.
En la plaza, sin embargo, el miedo se transforma. Se vuelve música. Se vuelve ese silencio absoluto que algunos toreros describen como un milagro. “Cuando el toro te entiende… cuando acompaña… ahí desaparece todo. Eres tú, es él, y es un silencio que te atraviesa”.
El momento en que el cuerpo decide
Cuenta que su cuerpo —no su cabeza— es quien dicta si la tarde será grande. “Hay algo dentro, una vibración. Como si el alma se acomodara en su sitio”. La primera vez que lo sintió fue en una tarde cualquiera, sin focos ni expectación, en un tentadero en el que logró, por fin, ese ritmo que tanto buscaba. “Me temblaron las manos después. No por nervios, sino por emoción”.
Una puerta grande que define un camino
De sus triunfos recientes —Olivenza, Melilla, Salamanca, Tovar— habla con modestia, casi con pudor. Pero cuando menciona el Palacio de Vistalegre, los ojos le brillan. “Fue una tarde especial. Por el cartel, por la historia de ese día, por cómo respondió la gente. Sentí que estaba diciendo algo importante. Y para mí ese día fue el antes…y el después”.
Allí, frente a un público que la miraba con curiosidad, toreó despacio, con un temple que parecía impropio de una novillera. “No sé si fue mi mejor faena, pero fue la que más me definió”.
Personalmente recuerdo que ese día, y también en Madrid, el 12 de octubre, Olga toreó despacio, muy despacio, como si quisiera colocar cada segundo en su sitio exacto. Ese día, la plaza, que tantas generaciones ha visto pasar, se inclinó hacia adelante. Allí, en esa tarde luminosa, la afición entendió que estaba viendo algo distinto.
El toreo de Olga tiene una cualidad rara: no busca imponerse, busca transmitir, busca convencer. Convencer al público, convencer a la propia tarde de que merece ser recordada. Su muleta baja, la planta firme, el trazo largo…todo en ella parece buscar un lugar donde el tiempo se rinda, donde la embestida se transforme en arte.
Hay novilleros que quieren ser vistos.
Olga quiere ser reconocida.
Y esa diferencia es la que construye carreras largas.
La mujer ante el espejo
Ser mujer en la tauromaquia no es una etiqueta, pero es un lugar distinto. Olga no rehúye ese camino. Lo pisa con respeto, pero también con firmeza. Sabe que en cada pase hay un doble desafío: el del toro y el de la historia.
En el vestuario, cuando se mira con el traje de luces puesto, Olga no ve poder ni icono. Ve responsabilidad. No reclama un sitio por su género, sino por su toreo.
“No quiero que me recuerden por ser mujer. Quiero que me juzguen por lo que hago en la plaza”, ha dicho más de una vez.
Las tardes recientes han confirmado que esa petición va siendo atendida.
Sin embargo, reconoce que a veces siente el peso de quienes la observan buscando en ella un camino que aún está por hacerse.
“Si lo que yo hago sirve para que otra chica se atreva a dar el paso, entonces ya ha valido la pena”.
Tovar: el latido del otro lado del océano
Su debut en América fue un estallido de emociones. Cuando pisó la plaza de Tovar, sintió que estaba entrando en un lugar sagrado. “La afición venezolana vive el toreo con una intensidad distinta. Te miran con el corazón en la mano”.
Allí, donde el aire es más húmedo y la pasión más ruidosa, Olga salió a hombros tras una faena que aún recuerda como un sueño que no termina. “Hubo un momento en que un silencio enorme cayó sobre la plaza. Fue uno de los regalos más grandes que me ha dado esta profesión”.
La vida fuera del traje
Fuera de la plaza, Olga es otra. O quizá es la misma, pero sin luces. Le gusta cocinar, escuchar música tranquila, estar con los suyos. “La gente se imagina que vivo entre épica y tensión constante… y no: soy muy normal”. Aunque reconoce que el toreo está siempre, incluso cuando no se habla de él. “Es un pensamiento constante, una forma de mirar la vida”.
El sueño que aún no se atreve a decir
Cada temporada, Olga avanza un escalón. Lo hace sin atajos, sin querer correr más que el tiempo, consciente de que el oficio se cuece lento. Pero ya hay plazas que preguntan por ella. Ya hay ferias que la quieren ver. Ya hay ojos que siguen sus pasos con atención.
La alternativa aún no tiene fecha, pero la afición sabe reconocer cuándo una carrera se dirige hacia ese punto inevitable. Olga camina hacia él con la serenidad de quien entiende que el destino no se acelera: se construye.
Y mientras tanto, sigue entrenando, sigue perfeccionando su espada, sigue templando su muleta. Sigue soñando, pero, sobre todo, sigue trabajando.
Porque si algo define a Olga Casado no es su éxito ni sus triunfos, sino algo mucho más poderoso: la certeza de que aún no ha dicho su mejor palabra.
Cuando se le pregunta por la alternativa, sonríe. No acelera la respuesta. “Es un sueño… pero aún no lo digo en voz alta. Quiero llegar bien, llegar de verdad”. Y después, como quien abre un secreto pequeño, añade: “Sé dónde quiero que sea. Pero eso me lo guardo”… aunque la Real Maestranza de Caballería de Ronda bulle en su mente.
Una frase para un futuro que ya la espera
Antes de despedirse, deja caer una frase que podría ser el título de su vida dentro del toreo: “Quiero que digan que fui honesta. Que nunca me guardé nada”.
“Y quiero convertirme en la mejor mujer Torero de la historia”.
Lo repite una y otra y otra vez. Mentalidad pura.
Y en esa frase se resume el alma de Olga Casado. Una torera que busca la verdad, que entiende el miedo, que abraza la soledad y que sueña despacio… pero sueña firme.
_________________________________________________
- Les recordamos que el calendario de los festejos de los TorosenelMundo, lo hallarán aquí en nuestra sección de Calendario
___________________________________________
_________________________
___________________________________________

___________________________________________________
Entrar a ver el programa de televisión TOROS EN EL MUNDO TV
___________________________________________________



