Crónicas

En Sevilla… Una afición ‘low cost’

Plaza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Domingo 24 de septiembre. Segunda y última corrida de feria. Toros de Hermanos García Jiménez, bien presentados, astifinos, mansos, sosos y sin clase, a excepción del segundo, noble y de gran calidad en el tercio final. Casi lleno.

Alejandro Talavante: Ovación tras aviso y oreja; en el que toreó por cogida de Serna, ovación.

Roca Rey: Palmas y ovación.

Rafael Serna, quien tomó la alternativa: Ovación recogida por la cuadrilla.

Parte médico:

Fue cogido al entrar a matar e intervenido en la enfermería de una herida en la axila derecha con una trayectoria distal de 12 cms. con arrancamiento de rama de vena axilar, contundiendo plexo braquial y arteria braquial. Pronóstico grave.

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Dos noticias y una triste conclusión.

La primera es que Rafael Serna, torero sevillano que tomó la alternativa, fue prendido al entrar a matar a su primer toro, y el recuerdo de que se lleva de su día soñado es una cornada grave en la axila derecha. Mala suerte.

La segunda es que Alejandro Talavante, el sustituto inesperado de Manzanares, dibujó un manojo de preciosos naturales a un noble toro de una mala corrida, y su obra artística la emborronó, y de qué fea manera, con seis pinchazos. Pésimo colofón.

Y la conclusión: la afición de Sevilla se ha renovado y ahora es ‘low cost’. La de antes, la de hace unos años, la sabia, generosa y exigente afición sevillana, orgullo de la tauromaquia en el mundo entero, ha muerto, y ha dado paso a unos espectadores aplaudidores, festivos, triunfalistas, sorprendentes y bullangueros.

Vean si no.

Andaba Talavante intentando meterle el diente al descastado y soso cuarto toro de la tarde, al que le dio muchos pases inconsistentes y un par de manoletinas, tan de moda en los tiempos actuales. Se perfila para matar, se echa sobre el morrillo -se supone que para olvidar el marrón del toro anterior-, con tan mala suerte de que el toro lo empala entre las piernas, lo voltea con estrépito, lo levanta y lo lanza contra el albero.

Se levantó el torero desmadejado, pero sin cornada, afortunadamente. Consternados por la voltereta, los tendidos se poblaron de pañuelos, se supone que para que el maestro se sobrepusiera del susto, y el presidente, a la vista del interés general, sacó el suyo.

Una oreja.

¡Pero es que el público pidió con desmedido afán la segunda…!

Ver para creer.

Menos mal que el usía se mantuvo en su sitio y evitó lo que hubiera sido un auténtico disparate.

No quedó ahí la cosa. Dicho queda que el primer toro de Talavante murió después de seis pinchazos y una estocada. Pues la afición sevillana sorprendió con una cerrada ovación al pinchauvas, que tuvo el descaro de salir al tercio a saludar.

¡Pero, hombre…!

Afición ‘low cost’ y figuras de bajo coste.

El mismo Roca Rey, a la muerte del tercero, escuchó cuatro palmas -no eran más- y le faltó tiempo para tomar el capote y salir al tercio. ¡Dónde hemos llegado…! Y la guinda es que en Sevilla también se aplaude a los picadores por no picar y a cualquier banderillero que salga airoso del encuentro con el toro. En fin…

Rafael Serna se fue con paso firme hasta la puerta de chiqueros en cuanto sonaron los clarines. Hincó las rodillas, agachó la cabeza, se concentró, rezó durante unos segundos, se santiguó y avisó al torilero que abriera la puerta de los miedos. El toro salió con velocidad, lo atropelló y resultó indemne del encuentro por puro milagro. Dibujó, eso sí, unas apasionadas verónicas, y momentos después una airosas chicuelinas, al tiempo que el animal demostraba su mansedumbre en el caballo.

Se fundió con su padre en un emocionado abrazo y al muchacho se le atisbaron unas lágrimas cuando se acercaba al toro, que mostró movilidad y genio, humilló poco, sin celo ni clase. Quizá, por eso, la faena destacó más por la entrega del torero que por el fundamento del toreo realizado. Lo intentó Serna de veras, pero su labor no alcanzó la altura deseada. Y, después, la cogida. Se libró Serna de su primer encuentro con el toro, pero no del último; pasó a la enfermería y ahí se rompió la tarde.

El mejor toro, el segundo, le tocó a Talavante, que también lo recibió de rodillas en la puerta de toriles. Manso y suelto como lo demás, llegó a la muleta con recorrido y exquisita calidad en su embestida. El torero tomó la zurda y dibujó cinco tandas naturales de distinta calidad, pero de las que sobresalieron un manojo de muletazos de irreprochable templanza, hondos, hermosos y sublimes.

No fue una faena redonda; larga, quizá, pero con pasajes de gran dimensión artística. La única pega es que, en casos como este, el dulce temperamento del toro lo convierte en pinche del cocinero artista; es decir, desaparece la lidia y el único protagonista es el torero. Pero así es el toreo moderno… Después, llegarían los pinchazos y el ridículo del público y del propio torero.

Aún mató el torero extremeño el sexto en sustitución del herido. Otro animal sin clase, al que también recibió en la puerta de chiqueros, y nada pudo hacer ante la sosería desesperante del animal.

Roca Rey se encontró con el peor lote, y su gran empeño, por agradar fue inútil. Variado y vistoso con el capote, lo intentó de veras, pero su entrega no encontró el eco deseado. Valeroso y animoso, su cartel se mantuvo intacto.

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* Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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