En Santander… Diego Urdiales y sus destellos en medio de una exagerada parodia
Santander. Lunes 25 de julio, 2022. Cerca de dos tercios de aforo. Impresentables animalillos de Juan Pedro Domecq, pésimos en verdad pésimos los pequeñajillos. Mansos, descastados, deslucidos, debiluchos. Con estentórea sospecha de cornicure.
Morante de la Puebla: Protestas y dos orejas.
Diego Urdiales: Oreja y oreja.
Juan Ortega: Ovación y ovación.
Detalles:
Tras romper el paseíllo se escucharon las notas del Himno Nacional de España, lo que se está convirtiendo en una sana tradición.
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La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”: Friedrich Nietzsche
- Advertencia: Siempre es oportuno advertirle tanto a ganaderos como a toreros que esta crónica no es apta para ellos, porque aquí no aparecerán ni los falsos elogios ni las inútiles justificaciones para acomodar todo en una artificiosa ficción y así dañar al arte del toreo. Para ello, existe la prensa corrupta, la que enaltecerá el engaño e intentará convencer a la buena fe de los lectores de lo que no ocurrió en el redondel. Bajo advertencia… no hay engaño.
Los caminos mágicos hacia el arte no cualquiera puede recorrerlos. Se requiere indispensablemente, la verdad… la honestidad, como argumento.
Y esto es consecuencia de que el arte presupone verdad, sin esto, no puede existir el arte; puede ser cualquier otra cosa que ustedes quieran, una parodia, un vulgar divertimento, una aspiración, una gracejada, un acto cómico, pero nunca… nunca será arte.
En el caso de la tauromaquia, para que pueda existir como arte, se requiere del toro bravo, encastado e íntegro, ya que es la esencia de esta manifestación artística.
Algunos podrán tener la facilidad verbal para intentar convencer de que son artistas a través de poses estrafalarias y vestimentas estridentes, pero eso lamentablemente no los convierte en artistas.
Algunos más podrán realizar faenas de esas que llaman bonitas con animalillos bobalicones, pero estarán tan vacías por carecer en su contenido de verdad.
En el festejo que nos ocupa, nos pasamos afanosamente buscando por todas partes al toro bravo, encastado e íntegro; lamentablemente, no lo hallamos por ninguna parte.
Quizá abajo de alguna piedra perdida en el universo, pero tampoco hubo suerte.
Juan Pedro Domecq siguiendo con la premisa que marcó a su ganadería, hizo del toro bravo aquel animalejo bobalicón al que le llamó artista, que iba con una docilidad franciscana a los capotes y muletas de los figurines.
Sí, la sangre de lo que un día fue el toro bravo en el des-encaste comercial Domecq, de tanto dulcificarlo lo llevaron a consolidar a un astado tan manso, tan descastado, tan deslucido como intrascendente.
Claro, que en este día quien participaba como primer espada era Morante, y por eso, aparecieron estos animalejos tan aplastantemente malos, como quitarle a un niño su vaso de leche.
En el cartel había dos toreros, Diego Urdiales y Juan Ortega, quienes en verdad sí poseen cualidades para desarrollar una creación artística, y por eso algo dejaron con esos animaluchos que tuvieron.
El arte también es insoslayable naturalidad, y un artista debe ser así… natural, no con falsas poses ni frívolo ni trivial.
Diego Urdiales, actuó en consecuencia, y sumó en medio de la asfixiante mansedumbre, dos faenas que resultaron interesantes bocetos de lo que puede ser algún día y frente al toro bravo, su fuente creadora de propuestas artísticas.
Pero… en este festejo eso no pudo ocurrir, porque ese toro bravo ni por asomo estuvo.
A diferencia de, Morante, quien no pudo con su primer animalillo que resultó más pequeñito; Diego que es un torero en toda la extensión, dominó al animalejo que le correspondió y extrajo meritoria faena con pasajes tersos. El torillo ya muy rajado, se fue a tablas y ahí rubricó en terrenos tan comprometidos de forma certera y eficaz. Oreja
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Con el quinto, Diego, consolidó una sólida estructura para su faena, imponiéndose a la adversidad que significó la mansedumbre del bovino. Si bien es cierto hubo un par de series aterciopelados con la derecha, los naturales resultaron contundentes. El mansurrón en medio de la nada se echó en la arena cual vaca lechera, y hubo que levantarlo para que diera por terminada su participación el señor Urdiales. Lo que hizo con una mortífera entera para recoger otra oreja.
Juan Ortega, estuvo con una indiscutible entrega por lo que hizo disfrutar de episodios breves aunque interesantes, por lo que en su primero se pidió hasta la oreja, pero el inútil presidente no la concedió a pesar de lo certero del espadazo.
Exprimió a su segundo lo muy poco, en verdad muy poco que tenía y volvió a recordarnos todas sus posibilidades, que no podrán aflorar en toda su plenitud con estas ganaderías comerciales.
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Morante y Speedy González
Morante de la Puebla se disfraza de Gallito, porque supuestamente se comenta, que con ello le rinde un homenaje.
¡Vaya mentira!
Quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de ver filmaciones de hace más de un siglo, deben saber que lo fundamental de ese toreo del medioevo taurino, era que enfrentaban a un toro que no eran los dulces animalitos que exige Morante.
Gallito junto con Rodolfo Gaona y Juan Belmonte enfrentaban a un toro fiero, poderoso, al que había que imponerse desde el primer tercio con el capote, lucir a plenitud en banderillas otorgándole todos los terrenos, asomándose al balcón; mientras que las faenas apenas y duraban un suspiro. Conducían con incontestable valor, aguante y mando, al toro del tercio a los medios algunas florituras para así oficiar con la espada.
Hasta el momento no he visto a Morante rinda homenaje a Gallito enfrentando toros fieros… si eso llegara a ocurrir, es posible que cayera como lirio desmayado, porque sólo sabe hacer poses tan retorcidas como intrascendentes con animalillos que parecieran domesticados… el bobitoro.
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Por ello, cuando un toro le resulta incómodo, en lugar de imponerse, lidiarlo; abrevia y no hay más que esperar.
En este festejo, abrevió con su primero al no poder hacer algo digno, por ejemplo, lidiarlo. El pequeñajo tenía sus complicaciones y hasta ahí quedó todo.
De pronto apareció un pequeñajillo, más pequeño que el primero de, Morante, y al igual que con el que abrió el festejo, no pondría mis maravillosas manos al fuego por la integridad de los cuerníferos.
El pequeñín era un debilucho y ya Morante con la muleta acompañado de su océano de poses con las que transita, hizo una faena desordenada, pasándose al borreguno animalito a muy prudente distancia.
Estuvo por todo el redondel entre brinquillos, zapatillazos, molinetes, poses que seguramente resultaron el divertimento del público, porque faena… eso a lo que se llama faena, no apareció por ninguna parte.
Fue entonces que recordó más que a lo que debe ser un torero a Speedy González, ese ratoncillo que anda presuroso por todas partes, sin ton ni son, con su escandaloso “¡yepa, yepa… ándale, ándale!”.
No había orden ni concierto en lo que hacía, Morante. Más bien pareció -eso que hacía- que tenía más tintes cómicos que otra cosa.
Por ahí dijeron algunos despistados, que, por supuesto de arte no conocen nada, que era una nueva manera de torear.
Sí, seguramente… a la Speedy González.
Frívola e intrascendente.
Dejó una estocada caída y el inútil presidente a velocidad de vértigo, sacó sus dos pañuelos que ya los tenía frotando sus manos, y le regaló por nada una puerta grande que no pasará a la historia.
Esto, justamente, esto… le hace un grave daño a la grandeza del arte del toreo, porque se menoscaba su verdad, se pisotea la liturgia y se destroza el rito en beneficio de la nada edificante comodidad.
¡Dígase la verdad… aunque sea motivo de escándalo!
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