El comentario de Paco Cañamero… Vicente de la Calle, el adiós a un luchador del toro
Otro día de luto en el toreo; de luto para todos los profesionales, porque esta madrugado ha emprendido el camino de la eternidad el conocido taurino charro Vicente de la Calle, víctima de ese cruel Covid-19 que azota y golpea globalmente a esta sociedad. Con él se marcha un luchador, un hombre que recorrió casi todos los caminos del toro, siempre con dignidad para sacar adelante a su familia.
Vicente de la Calle fue siempre un luchador. Una persona que no tuvo día ni noche después de ser chófer, mozo de espadas, representante, repartidor de publicidad, hasta empresario y también apoderado. En todas las facetas ha sido un hombre fiel y trabajador, de palabra y que siempre estaba en el lugar sabiéndose ganar el respeto y la consideración.
Durante muchos años estuvo en la casa de los Choperitas, de Javier y de José Antonio Martínez Uranga, de quien fue chófer, secretario, hombre de confianza; al igual que también fue conductor del Niño de la Capea antes de que llegase Ángel Carita, porque El Niño de la Capea era apoderado por los Choperitas, a quien desplazó a cientos de plazas durante varios años cuando las carreteras españolas eran tan diferentes a las actuales.
Punto especial fue la época de mozo de espadas de José Falcón, aquel valiente portugués al que mató un toro de Hoyo de la Gitana en Barcelona y para Vicente fue el día más difícil al ver cómo aquel torero, a quien quería como si fuera un hermano, se fue de la vida tras sufrir una trágica cornada. Esa noche le tocó amortajarlo, con los ojos llenos de lágrimas y la emoción viva.
Su presencia al lado de Falcón lo ató para siempre con Portugal, país del que fue una especie de simbólico cónsul por toda España y Francia, porque Vicente ha sido y es el más portugués de todos los españoles, siguiendo vinculado después con otros muchos diestros de Portugal, ejemplo de Rui Bento, siendo uno de quienes lo trajo a España, o de Víctor Mendes, de quien su hijo Juanvi fue mozo de espadas.
Y amigo de todos, desde los viejos Diamantino Vizeu, Manolo dos Santos, Amadeo dos Anjos, Mario Coelho, Ricardo Chibanga o el más joven Pedrito de Portugal, aún en activo.
A Vicente lo recuerdo de siempre, de mucho antes que en los caminos de la vida nos hiciéramos tan amigos -además de la amistad que siempre me ha unido a sus hijos Juanvi y Álvaro-. Siempre llamaba cuando había que dar una noticia o contarte una confidencia, porque él lo sabía todo.
Lo recuerdo con sus andares lentos, parsimoniosos, su barba de tres días y su inseparable faria, ligeramente encorvado, callado y socarrón. En el más lejano rincón que acudieras allí estaba él o llegaba al momento de empezar el paseíllo, ya fuera el último pueblo del abulense valle del terror, por la infinita Extremadura, en la sierra de Madrid, por Sahagún, Paredes de Nava, Valencia de San Juan…
… daba igual que allí siempre aparecía Vicente en su coche. O en aquella furgoneta con matrícula de Ávila que tuvo durante tanto tiempo y le compró a Luis Miguel Campano, cuando se hizo banderillero.
Toda la vida de Vicente ha sido el toro. Lo vivió en su casa desde niño cuando se hermano Julián se convirtió en una ilusión novilleril de la ciudad anunciándose con el apodo de Carnicerito de Salamanca. O su hermano Fani, tan taurino él que hasta le dio las espadas a Paco Pallarés. Y hasta a Julio Robles en las primeras novilladas que toreó de la mano de su maestro Pallarés.
Y en aquella casa donde había que ponerse enseguida a trabajar, porque eran años muy difíciles, pronto decidió Vicente que el toreo era el camino de su vida. Y eso que de chaval era un magnífico jugador de fútbol que a buen seguro, de seguir, hubiera llegado a la Unión, a la que cada domingo aplaudía en el Calvario y después en el Helmántico, siendo una auténtica enciclopedia de la UDS.
Ya sea de los tiempos de Miguel el lechero, a los de D’Alessandro; de Abilio a Pauleta, pasando por Lobo Diarte; de Rezza a César Brito. Y siempre Alves, el particular Messi que tuvo nuestra Unión. De esa sabe más que casi nadie, porque Vicente no perdió ningún partido en invierno, cuando la temporada bajaba su telón y las plazas cerraban.
Y aunque las plazas cerraban él no paraba, porque iba a ver corridas al campo, a echarle una mano al Puerto de San Lorenzo a su amigo Lorenzo Fraile, a resolver trámites al Gobierno Civil… y por las mañanas al Plus Ultra, la cafetería más taurina de Salamanca, para estar atento a todo lo que ocurría.
Después, cuando llegaba marzo y anunciaban las ferias de Castellón o Valencia se ponía al volante de algún coche de aquellos de cuadrillas, tan largos y negros, de lo que asomaba el botijo en la baca y no paraba hasta que finalizaba El Pilar.
Y atravesaba España, de Almería a Calahorra; de Bilbao a Málaga; de Valencia a Pontevedra; o de Barcelona marchaba a Portugal porque su matador actuaba en Lisboa y en cada lugar dejaba un montón de amigos.
Hoy, impregnado de tristeza, vaya desde aquí este adiós a Vicente de la Calle, a un taurino tan luchador y siempre amigo que se ha marchado a los 81 años de vida.
Y mi pésame a sus hijos Juanvi, otro hombre de bandera y a Álvaro, de quien disfruté con una de las faenas más inteligentes y puras que he visto en los últimos años en una corrida épica de La Quinta en Gijón, donde mató un toro actuando de sobresaliente, porque Antonio Ferrera y Javier Castaño estaban siendo intervenidos en la enfermería.
Con mi admiración y gratitud por tantos momentos vividos, feliz viaje a la eternidad y que la tierra te sea leve, amigo Vicente.
Descanse en paz.
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