Crónicas

En Sevilla… Moderna Puerta del Príncipe para Roca Rey

Plaza de La Maestranza de Sevilla. Sábado 20 de abril 2024. Decimocuarta corrida de abono de la Feria de Abril. Lleno de No hay billetes. Cuatro toros de Victoriano del Río y dos, tercero y quinto, de Toros de Cortés, desiguales de presentación, mansurrones, muy blandos, nobles, sosos y descastados; destacó el segundo por su movilidad y nobleza.

Juan Ortega: Silencio y silencio.

Roca Rey: Dos orejas y oreja con aviso.

Pablo Aguado: Ovación y oreja.

Detalles:

Roca Rey salió a hombros por la Puerta del Príncipe.

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Orden de lidia -sorteo-

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  • El torero peruano cortó tres generosas orejas en una tarde de valor y casta, en la que contó con el apoyo de un público rumboso. Aguado paseó un trofeo, y Juan Ortega fue silenciado ante una corrida muy blanda de Victoriano del Río

No se puede poner en duda la contrastada capacidad torera de Roca Rey, y que goza del privilegio de gran figura por méritos propios. Llegó hoy a La Maestranza dispuesto a romper la frialdad de la tarde de los victorinos, y ofreció un derroche de valor, casta y vergüenza torera. Llegó con la Puerta del Príncipe entre ceja y ceja y la consiguió gracias a una presidencia dadivosa que no supo aguantar la presión de un público tan moderno como generoso que vio en las dos faenas del torero una obra grande merecedora de tan prestigioso galardón.

Pero, no. Roca Rey no hizo méritos para cortarle las dos orejas a su primer toro, el único victoriano que acudió con largura y alegría a la muleta. Tras brindar al público se plantó de rodillas en los medios y de tal modo ejecutó dos pases cambiados por la espalda, un singularísimo molinete mientras recobraba la verticalidad y dos largos pases de mucho, que pusieron la plaza a reventar.

Lo que vino después tiene otra lectura. Dos tandas primeras con la mano derecha, al hilo del pitón, despegadas y sin hondura. Con la muleta en la zurda, el toro le descubrió su calidad, y Roca llegó a dibujar dos naturales largos que no le convencieron para continuar. De vuelta la mano derecha, su toreo no dijo nada, superficial y destemplado, hasta que llegó el arrimón, metido entre los pitones, que le costó un derrote en el muslo izquierdo, y unas jaleadas bernadinas finales. Una buena estocada llevó el delirio a los tendidos y el presidente no dudó en sacar los dos pañuelos.

Como era previsible, Roca Rey salió decidido a comerse al quinto fuera como fuera. Comenzó la faena de muleta -antes no hubo nada- con estatuarios cerca de las tablas, y basó toda su labor en un derroche de amor propio y suficiencia ante un animal que embestía sin humillar. El toreo brilló por su ausencia, pero sí su entrega y pundonor. Ya se sabe que la Puerta del Príncipe debe ser el premio a una tarde redonda, especial, extraordinaria y asombrosa, y así no se puede calificar hoy la del poderoso Roca Rey.

Otra oreja cortó Pablo Aguado en el sexto, al que clavó un excelente par de banderillas Juan Sierra. El toro tenía calidad, pero había nacido sin fortaleza y sus embestidas tuvieron el color de una dormida elegancia. La misma -la elegancia, claro- que desparramó Aguado en detalles primorosos por ambas manos, obra de un torero privilegiado que hoy se olvidó de su ánimo corto.

Se lució a la verónica en el recibo a su primero, de clase irregular en el tercio final, ante el que destacó más por el suave acompañamiento de la embestida que por su toreo. La faena no alcanzó la altura deseado y todo quedó en una ovación.

Así, con una cerrada ovación, recibió la plaza a Juan Ortega, al que obligó a saludar tras romperse el paseíllo en recuerdo de su triunfo de dos orejas el pasado lunes, pero no hubo más. Bueno, sí algo más. Como no pudo veroniquear a ninguno de sus dos toros, dibujó un quite bellísimo por delantales al tercero, y lo cerró con una media de cartel que dejó a La Maestranza con la boca abierta.

Apareció Juan Ortega en el albero con una cara distinta a la que suele mostrar; más alegre y con un esbozo de sonrisa en los labios, pero no pudo ser. Su primer toro fue un triste, sin empuje ni casta, y la suave galanura del engaño de Ortega no fue suficiente para levantar los ánimos. Y el cuarto se paró en seco y no le permitió detalle alguno.

Por cierto, la afamada corrida de Victoriano del Río, una birria. Desigualmente presentada, mansa, sin fortaleza ni casta. Solo destacó el anovillado segundo que le entreabrió la moderna gloria a Roca Rey.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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