Crónicas

En Sevilla… La casta, esa dificultad extrema

Plaza de La Maestranza de Sevilla. Jueves 18 de abril 2024. Duodécima corrida de abono de la Feria de Abril. Toros de La Quinta bien presentados, mansos en los caballos y nobles; de mucha calidad el primero, al que se le dio la vuelta al ruedo; encastado y vibrante el tercero, complicado el sexto, y apagados y desfondados en el tercio final los demás.

Manuel Jesús El Cid: Oreja y ovación con aviso.

Daniel Luque: Ovación y ovación.

Emilio de Justo: Oreja y oreja con aviso.

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Orden de lidia -sorteo-

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  • Emilio de Justo corta una oreja en cada toro, y otra pasea El Cid ante una corrida mansa y de juego desigual de La Quinta. Daniel Luque, muy por encima de su apagado lote. Al toro que abrió plaza se le dio la vuelta al ruedo

Si torear es una empresa harto dificultosa, hacerlo con un toro encastado, vibrante y codicioso se acerca a lo milagroso. Para empezar, el animal es exigente y pide a gritos una muleta poderosa; su carácter explosivo se transmite con celeridad a los tendidos, que suelen tomar parte por él, y hay que ser muy buen torero, mantener la cabeza muy fría y con la disposición de jugarse de verdad el tipo para atraer la atención de los espectadores, y que la faena alcance altura.

Cualquier sabe lo que estaría pensando Emilio de Justo mientras daba un pase tras otro al toro tercero de la tarde, y La Maestranza parecía sumida en el silencio como si fuera un severo jurado examinador. Es verdad que el toro embestía con fiereza, repetía incansable y trataba de desbordar a su oponente, y que este, lejos de amilanarse, afrontaba la empresa con el empeño propio de las grandes ocasiones.

Pero faltaba algo, y no era firmeza ni entrega. Se echaba en falta, quizá, embraguetarse con el toro, más ajuste en los muletazos y hondura final. Es que no es lo mismo dar pases, por muy bien trazados que parezcan, que torear. Y hacerlo, dicho queda, a un toro como ese tercero, no debe ser nada fácil.

De Justo insistió, la faena resultó larga, a la búsqueda, sin duda, de un triunfo que se le escapaba, y tras unos vistosos remates finales y una buena estocada paseó una generosa oreja. Que no estuvo mal Emilio de Justo, sino que el que estuvo bien fue el toro.

Recibió al sexto con una larga cambiada de rodillas en el tercio, y se le vio dispuesto a todo para rematar la tarde y su feria. Ese toro, que fue el único que medio cumplió en varas, llegó a la muleta con feo estilo, desarrolló sentido y su comportamiento fue deslucido y dificultoso. Y apareció entonces el torero comprometido y pundonoroso, dispuesto a aguantar miradas indiscretas y coladas peligrosas con tal de demostrar que lo suyo no es flor de un día.

Otra labor larga, insistente, laboriosa y esforzada ante un toro que no le regaló ni una sola embestida. Y, al final, convenció a su oponente, y el público comprendió que esa entrega merecía premio. Y como mató bien otra vez pues paseó contento otro trofeo.

También triunfó El Cid ante el toro de más calidad del festejo, el primero, que humillaba y acudía a los cites con ritmo y buen son. Fue una faena de sabor añejo, de un veterano torero artista, con muchas corridas a sus espaldas. Dio la impresión de que El Cid tardó en asimilar la bondad de su oponente, que era tan derrochadora que a él mismo lo sorprendió, y el mejor toreo surgió cuando el torero se lo creyó, se dispuso a ser uno con el toro, y dibujó naturales y derechazos que desparramaron pellizcos artísticos por la plaza.

No fue un estallido de arte, pero sí de fogonazos luminosos. La espada cayó defectuosa y el premio se redujo a un solo trofeo, merecido. Al toro se le concedió la vuelta al ruedo a pesar de que demostró una fea mansedumbre en el tercio de varas.

Y se fue de vacío Daniel Luque porque sus toros, al igual que el segundo de El Cid, eran muy nobles, sí, pero apagados, desfondados, con escasa vida. Lo que sucede es que el torero de Gerena llega a la plaza con la disposición de ofrecer un tratado de tauromaquia pase lo que pase; y eso fue lo que hizo: desplegar un conocimiento enciclopédico ante sus dos toros, a los que analizó, estudió, exprimió y les recetó faenas medidas de auténtico catedrático.

Por cierto, de la corrida de La Quinta se esperaba más; algo menos de bondad y más casta, pero los tiempos modernos no van por ahí.

Sin duda.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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