En Sevilla… La inspiración artística y la magia
Plaza de La Maestranza de Sevilla. Lunes 15 de abril 2024. Novena corrida de abono de la Feria de Abril. Lleno de No hay billetes. Cuatro toros de Domingo Hernández y dos -tercero y cuarto- de Garcigrande -el cuarto, devuelto al partirse un pitón-, justos de presentación, mansos, blandos, nobles descastados y desfondados. Nobilísimo el sexto en la muleta. Sobrero de Hermanos García Jiménez, correcto de presentación, manso, blando y descastado.
Morante de la Puebla: Silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Daniel Luque: Ovación y oreja con aviso.
Juan Ortega: Silencio y dos orejas.
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- Juan Ortega dibuja una obra de arte, encandila a Sevilla y pasea las dos orejas del sexto de la tarde. Luque cortó un trofeo de mucho peso a un toro manso y descastado de una corrida decepcionante de Domingo Hernández. Morante, sin suerte.
La corrida se despeñaba por el precipicio del aburrimiento y la sosería hasta que apareció un mago del toreo, por nombre Daniel Luque, que sacó de la chistera una obra redonda producto del valor, el conocimiento y la confianza, y a toda la plaza devolvió la ilusión.
Y cuando parecía que se había acabado la función, salió Juan Ortega a recibir al sexto de la tarde con unas irregulares y preciosas verónicas. Un toro manso era ese último, al que no se picó y galopó en banderillas. Llamaron los clarines al último tercio y la plaza entera era una pura incógnita.
Fue entonces cuando Juan Ortega se transfiguró en el artista sublime que lleva dentro, tomó los pinceles, los empapó de inspiración y se dispuso a hacer feliz a los presentes. Unos gloriosos ayudados por alto, preñados de temple, dos por bajo y un remate torerísimo por el pitón izquierdo fueron el inicio de algo grande.
Dos tandas con la mano derecha, despacio, muy despacio, enroscado su cuerpo con el del toro, un bendito, santo varón que quiso ser el mejor colaborador necesario de la belleza. Muletazos largos, desbordantes de armonía, dieron paso a un manojo de bellísimos naturales, preciosos en su ejecución y trayectoria, un tratado de estética parsimonia. Aún quedaba una tanda más, con la plaza enloquecida, con la derecha y ayudados finales antes de cobrar una estocada perpendicular que aceleró la muerte del bondadoso animal.
Dos orejas en las manos de un artista, que exprimió hasta la extenuación a ese toro soñado, engendrado y criado para él. Honor y gloria a los virtuosos como Juan Ortega que han nacido para hacer felices a los demás en una plaza de toros.
Y honor también y toda la gloria para un mago del toreo como es Daniel Luque. Manso toro fue el quinto, soso y descastado durante toda la lidia, complicado, sin calidad alguna en sus embestidas, y va Luque y lo estudia, lo analiza, lo radiografía, lo diagnostica y le pone un tratamiento que surte un efecto inmediato. Y las medicinas recetadas no fueron otras que el valor, el terreno, el conocimiento y la seguridad de un torero que es una enciclopedia del toro.
Se lució con el capote en un quite por delantales, y, después, lo enseñó a embestir, lo obligó, lo convenció, y Luque lo muleteó a placer por ambas manos en una demostración de apabullante autoridad. El poder de la magia, sin duda, ante la que se rindió la plaza entera.
Hasta entonces, la corrida la habían protagonizado unos toros justos de presencia, cómodos de cara, sin bravura ni casta en las entrañas. El peor lote, otra vez, se lo llevó Morante, que no pudo mostrar más que buena actitud. João Ferreira y Curro Javier, miembros de su cuadrilla, destacaron con las banderillas los dos, y el segundo, también, con el capote en el que abrió plaza.
Sin opciones de lucimiento Luque y Ortega en sus primero toros, aunque en la lidia del segundo de la tarde hubo unos instantes de belleza suprema. Luque lo recibió con un abanico de nueve verónicas con mucha hondura, rematadas con una media y una larga primorosas. Aparece en el quite Juan Ortega y dibuja —literalmente— unas tafalleras gloriosas, y cerró el momento Luque con unas chicuelinas ceñidas y dos medias de cartel.
Lo que parecía una tarde para el olvido se convirtió, por arte de la magia y la inspiración, en una explosión de júbilo y un recuerdo imperecedero. Así es el toreo.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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