En Sevilla… Excesiva Puerta del Príncipe para un soberbio Daniel Luque
Plaza de La Maestranza de Sevilla. Viernes 12 de abril. Sexta corrida de abono de la Feria de Abril. Casi tres cuartos de entrada. Toros de Núñez del Cuvillo, los cuatro primeros mal presentados y con aspecto anovillado, que no fueron picados, muy blandos y nobilísimos. El quinto, con cara de toro, con movilidad y encastado, y el sexto, correcto de presentación, hizo la mejor pelea en varas y fue irregular en la muleta.
Diego Urdiales: Oreja y ovación.
Alejandro Talavante: Oreja y ovación.
Daniel Luque: Oreja y dos orejas con aviso.
Detalles:
Daniel Luque salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
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- La terna paseó cinco orejas de una anovillada y nobilísima corrida de Núñez del Cuvillo ante un público bullidor y triunfalista
En La Maestranza ya no se oye ese característico “Biennnn…”, signo de una primera aprobación y antesala de la emoción que produce el buen toreo. En La Maestranza, hoy, solo se oyen “oles”, que certifican el cambio radical que sufre desde hace años, basado en la ausencia de sabios aficionados que han sido ya sustituidos por un público bullidor y triunfalista.
Daniel Luque ha salido por la Puerta del Príncipe en olor de una multitud enfervorizada que le ha gritado “¡Torero!, ¡torero!”, y es verdad que lo es, y de los más grandes, pero el diestro de Gerena no hizo méritos para tan grande premio. Esa Puerta siempre debe estar reservada para acontecimientos extraordinarios, para faenas inolvidables, para tardes que bien pudieran ser calificadas como históricas.
Luque ha vuelto a demostrar que está que se sale, que es un torero completísimo, que no hay toro que tenga secretos para él, que ha alcanzado la cátedra del conocimiento y las distancias y que, además, torea muy bien con capote y muleta.
Pero esa faena al sexto de la tarde no mereció las dos orejas y solo las paseó por otro grave error del presidente, el mismo que negó la vuelta al ruedo al excepcional toro de Santiago Domecq el pasado martes. El cuvillo hizo una buena pelea en varas, acudió y se dolió en banderillas y llegó a la muleta con un punto de violencia en su embestida, con un molesto cabeceo y punteando el engaño.
Luque lo entendió, lo sometió, le enseñó el camino e incluso dibujó un natural de cartel. Se defendía el animal, pero el torero, lejos de amilanarse, hizo acopio de valor, se metió entre los pitones y consiguió muletazos que parecían imposibles ante un animal vencido y sin recorrido. Cuando los tendidos estaban enloquecidos ante el poderío de Luque, cobró una estocada trasera, y afloraron los pañuelos blancos con la intensidad esperada.
El presidente dio muestras de seguridad en principio y concedió la primera oreja merecida, pero fue incapaz de aguantar la presión de los triunfalistas espectadores que exigían la segunda. Ese segundo pañuelo es una afrenta al prestigio de Sevilla.
Luque había dado un aldabonazo ante su azucarado becerrote primero, con el que se lució con el capote por verónicas, tafalleras y cordobinas. Pareó espléndidamente Iván García, y su jefe de filas muleteó con la gorra al buen torete, con apabullante suficiencia, al que exprimió por naturales en dos tandas de enorme sabor, y paseó su primera oreja tras una gran estocada.
Una cada uno pasearon Urdiales y Talavante en sus primeros toros. Ambos se sintieron a gusto y expresaron lo mejor de sí mismos ante dos animales impropios de esta plaza, sin cara ni hechuras de toros, que saludaron sin más al picador, y mostraron una delicadeza en sus formas que ni que se hubieran formado en un internado de pago.
Urdiales es un exquisito y así lo explicitó en una bonita faena de muleta, rebosante de plasticidad pero carente de emoción. Aquello era un tentadero más que una corrida en La Maestranza. Lo que tenía delante no era un toro, sino un terrón de azúcar. Mató muy bien y conoció de primera mano la alegría de Sevilla. El cuarto, otro novillo, planteó dificultades, y todo quedó en una buena disposición.
Y estuvo bien Talavante, alegre, inspirado, sonriente y hondo, que puso a dibujar su mano izquierda y brotaron naturales excelsos, casi circulares la mayoría de ellos, ante el bondadoso segundo que le permitió disfrutar como si estuviera en un cumpleaños.
El quinto, el mejor presentado de la corrida, y al que recibió con dos largas afaroladas junto a las tablas, mostró casta y movilidad en el tercio final, prontitud y dificultad a un tiempo, y Talavante no desentonó. Comenzó de rodillas en los medios, aguantó los apretones de su oponente, se mantuvo firme y su labor ganó en intensidad. Tenía ganada la oreja (no se sabe si hubieran sido dos), pero un pinchazo desinfló el entusiasmo.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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