Opinion

El comentario de Antonio Lorca… La torerista Feria de Abril o la constatación de que la fiesta de los toros es un sainete

  • La Maestranza, un año más, presenta carteles ‘remataos’, impregnados de figuras y llamativas ausencias de toros y toreros

Lo único verdaderamente sorprendente de cada Feria de Abril es el cartel que anuncia la temporada taurina en Sevilla, y que es responsabilidad exclusiva de la Real Maestranza de Caballería, propietaria de la plaza de toros. Raro es el año que no se cumple la paradoja de cómo una institución tan esencialmente tradicional en su funcionamiento interno —y tan socialmente comprometida, esa es la verdad— puede ser tan supermoderna en pintura taurina.

Tanto es así que, a veces, ese atrevimiento ha sido piedra de escándalo y mofa a causa de las obras extravagantes que han presentado algunos de los vanguardistas creadores contratados por los maestrantes. Pero ahí sigue, año tras año, a pesar de las muchas críticas que aguanta.

La razón de un comportamiento tan singular (el de la Real Maestranza) es otro de los misterios de la tauromaquia moderna, pero es verdad que la presentación del cartel es la única sorpresa que se espera en la primavera taurina sevillana.

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Superado el estado de shock artístico, la presentación de los carteles de toros y toreros de la Feria de Abril suele ser una balsa de aceite. La empresa Pagés, que dirige Ramón Valencia, convoca una rueda de prensa (gesto que le honra y que podrían copiar los empresarios de Las Ventas), reparte un folio con las combinaciones de toros y toreros que ya se conocen, y el señor Valencia se somete a las preguntas de los medios de comunicación.

Agradece los elogios a su trabajo, que no son pocos, y dribla con admirable técnica las cuestiones que no les son propicias; es un consumado experto en evasivas y ambigüedades, y jamás da una noticia. Pero no es que no la dé en esa comparecencia pública; es que no la ha dado nunca en las entrevistas escritas, radiofónicas y televisivas que ha concedido desde que es responsable de la programación taurina de la plaza de La Maestranza. Pero se coloca gentilmente frente a los periodistas y esa actitud es de agradecer.

Claro que como toda su obsesión es salir airoso —y sin contestar— de las preguntas incómodas, nunca el aficionado se entera de por qué los carteles son los que son y no otros. Él diseña la feria como le parece bien —está en su pleno derecho— y aguanta con estoicismo franciscano las críticas de quienes —también en el suyo— opinan que el trabajo del empresario es manifiestamente mejorable.

Tal es el caso en este abono sevillano de 2023.

De entrada, la sociedad sevillana —y la taurina no lo es menos— es muy peculiar. Convencida de que es madre y maestra de la tauromaquia, que lo será, va por libre. La Sevilla taurina, como la otra, es ególatra, ombliguista, narcisista y torerista, y vive al margen del resto de la tauromaquia mundial.

Esta tesis la entendió a la perfección un manchego llamado Diodoro Canorea, yerno del legendario empresario Eduardo Pagés, y empresario sevillano en representación de su esposa, desde 1959 hasta 2000. Y su yerno, el señor Valencia, ha tomado nota de la matriz, el formato y el planteamiento y ahí sigue, año tras año, anunciando carteles ‘remataos’, cuajados de caras conocidas y ganaderías comerciales.

Muchos de ellos, toreros y toros, no merecen, ni mucho menos, el trato de privilegio que reciben de la empresa, pero a Sevilla le da igual; solo importan los famosos carteles ‘remataos’. Un ejemplo: Victorino Martín no debutó en La Maestranza hasta 1996, y nadie levantó la voz.

Canorea contaba con un talismán, Curro Romero, cuyo anuncio perfumaba la feria e impregnaba de lustre el abono entero.

A pesar de ello, y al margen del acentuado torerismo sevillano, Canorea cargó con una leyenda que no favoreció su brillante hoja de servicios.

A finales de la década de los 80, era vox populi en el toreo que el empresario sevillano no era el único responsable de los carteles. Al parecer, un serio compromiso económico con el empresario barcelonés Pedro Balañá permitía que dos de los hombres del catalán, Teodoro Matilla y Antonio Bonéu, se instalaran cada primavera en la capital andaluza para ultimar de primera mano las combinaciones de toros y toreros.

El empresario manchego falleció en el año 2000 y al final de esa temporada se retiró El Faraón. Se rompió el hechizo entre Sevilla y La Maestranza, y, durante un tiempo largo, la empresa Pagés naufragó entre aguas turbulentas, sufrió una huelga de figuras y un sustancial descenso del número de abonados.

Nunca se ha sabido qué pasó con aquel compromiso (llamémosle deuda) con Balañá, pero lo cierto es que Ramón Valencia ha seguido siendo fiel a las enseñanzas recibidas de su suegro, y ha tenido, además, la suerte de encontrar otro torero fetiche, Morante de la Puebla, eje central de la feria.

Así, Ramón Valencia ha presentado este año 2023 un abono al más puro estilo sevillano; los mismos carteles de hace años; nombres conocidos, con razón o sin ella para estar en Sevilla, y una oportunidad para modestos toreros locales.

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Pero no están, por ejemplo, Isaac Fonseca, flamante matador de toros, que el pasado año, aún novillero, cortó dos orejas en La Maestranza; no está Robleño, autor de la mejor faena de la temporada pasada en Las Ventas; no está Ángel Téllez, triunfador a lo grande en Madrid; ni Paco Ureña, figura indiscutible del toreo, entre otros. Tampoco ha habido huecos para toreros tan válidos como López Chaves, Sergio Serrano, Gómez del Pilar, Curro Díaz o David de Miranda.

Por otra parte, la inmensa mayoría de los hierros ganaderos anunciados pertenecen al encaste Domecq, y cuatro de ellos hacen doblete: Núñez del Cuvillo, Garcigrande, Victoriano del Río y Hnos. García Jiménez. La gran noticia, que también existe, es que no está Juan Pedro Domecq, después de tantos y reiterados fracasos en esta plaza.

Ni se explican las ausencias de toreros con méritos más que suficientes, ni las presencias de algunos matadores, amortizados unos y carentes de interés otros; ni la masiva contratación de ganaderías del mismo color y condición que, en general, no garantizan un espectáculo íntegro.

¿Por qué Ramón Valencia comete estos desafueros? (No le pregunten porque no contestará).

Dice la rumorología bien informada que cuando el empresario tenía cerrada la arquitectura del abono, -con Ureña y Téllez incluidos-, se presentaron en Sevilla Antonio Matilla (el hijo del que venía a ver a Canorea) y Curro Vázquez, y modificaron los carteles.

¡No será verdad…!

Sevilla no es, como Madrid, el espejo y referente de la tauromaquia; pero como madre y maestra debiera dar ejemplo, premiar el esfuerzo, reconocer los triunfos, no exprimir carreras ya agotadas y ofrecer oportunidades a toreros con aptitudes. Pero no…

Prefiere, al parecer, los carteles ‘remataos’, rebosantes de carencias y probadas injusticias.

Y el empresario lo hace porque cuenta con el mejor aliado: la conformista, narcisista y extremadamente generosa Sevilla, que está convencida de que su Feria de Abril es la mejor del mundo por el simple y trascendental hecho de que se celebra en el incomparable marco de La Maestranza.

Madrid y Sevilla se van a cargar la fiesta por su extremado conservadurismo; porque los empresarios no admiten el más mínimo resquicio a la innovación. Prefieren el diseño preconcebido a la gesta sorprendente. Por eso, los triunfos en las dos plazas más importantes importan cada vez menos. Por eso, y por las componendas de los despachos empresariales, no están Téllez, Ureña y Fonseca. Y por la misma razón, casi todos los toros pertenecen a la misma familia de artistas. A los empresarios no parece importarles si otros toros y toreros, por ejemplo, interesan o no a los aficionados. Optan por el camino fácil de imponer a los suyos. Y el día que los tendidos estén vacíos ya no habrá solución.

¿Es o no es la fiesta de los toros un sainete?

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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