Crónicas

En Valladolid… Los buenos mimbres de Tomás Rufo

El toricantano, El Juli y Manzanares cortaron ocho orejas a una nobilísima y colaboradora corrida de Garcigrande

Plaza de Valladolid. 11 de septiembre. Corrida de feria. Casi lleno sobre el aforo permitido del 75 por ciento. Toros de Garcigrande, justos de presentación, mansurrones, blandos y muy nobles. Encastado el quinto.

Julián López El Juli: Oreja y dos orejas.

José María Manzanares: Ovación y oreja.

Tomás Rufo, quien tomó la alternativa: Dos orejas y dos orejas.

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El futuro no está escrito, pero Tomás Rufo, que ha tomado esta tarde la alternativa, tiene toda la pinta de que va camino de ser una figura del toreo. Sus mimbres son extraordinarios, y si ya sorprendió en su corta carrera como novillero, hoy, en Valladolid, ha demostrado que le sobran condiciones vestido de luces por su claridad de ideas, madurez, sentido del temple, serenidad, hondura y compromiso.

Cortó cuatro orejas; las dos primeras al toro que le aupó al escalafón de matadores, un nobilísimo animal, ante el que dibujó una labor pletórica de buen gusto, despaciosidad y torería.

Lo recibió con hondas verónicas, se lució, después, en un quite por gaoneras, y desplegó una sinfonía de templanza y naturalidad en el último tercio. Y acabó con su oponente de una gran estocada.

Y las otras dos ante el toro más soso y malaje del encierro; y entonces se mostró como un torero valiente, técnico y comprometido. Tan seguro estaba de sus posibilidades que se confió en exceso, molestó al animal con sus cercanías y se ganó una tremenda voltereta en tres tiempos que pudo costarle un serio disgusto.

Pero ahí quedó la excelente carta de presentación de un joven torero con vitola de figura.

Qué pena que el merecido triunfo no lo alcanzara con una corrida de toros de verdad, sino con seis ejemplares que rebosaban más nobleza, clase y generosidad que bravura, casta y fiereza.

La corrida de Garcigrande fue de esas engendradas para no molestar, para colaborar al éxito de los toreros, para que estos disfruten y sonrían, para el toreo sin exigencia, para el toreo bonito…

Para el toreo bonito, sí, pero no emocionante; toros que no te levantan del asiento, que te permiten tomar un refresco, soltar la botella y aplaudir al final de una tanda limpia y fría. Toros para que las figuras no sufran y el público se lo pase bien, aunque olvide lo vivido apenas abandone la plaza.

Con toros así, dos toreros hechos y derechos como El Juli y Manzanares se lo pasaron en grande. Jugaron al toro en el patio de su casa; sobre todo, el cabeza de cartel, El Juli, que no tuvo necesidad de despeinarse ante su bondadoso primero, y exprimió al bueno que hizo cuarto en un derroche de poder moderno, ese que no requiere excesivo compromiso.

Manzanares no pudo acompañar a hombros a sus compañeros a causa de la espada, pero también se lo pasó bien, con dos faenas despegadas, al hilo del pitón, largas y algo pesadas, pero con la elegancia propia de quien es capaz de tal modo de ocultar sus defectos. Ante el quinto, el más encastado de la tarde, pasó algunos apuros, los normales cuando un toro se acuerda de sus orígenes.

En fin, tarde memorable del siglo XXI, de esas que pasean muchas orejas y pronto se olvidan; menos el buen gusto de Tomás Rufo…

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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