El comentario de Paco Cañamero… La huella salmantina de Manolo Granero
El nombre de Manolo Granero ha vuelto a la pomada de actualidad con motivo del centenario de la celebración de su alternativa, conmemorada hace unos días. Por esa razón, hoy recuperamos algunos parajes de los momentos que vivió en Salamanca, su tierra de adopción y donde se hizo torero.
Llegó mediada la segunda década del pasado siglo, en los tiempos que José y Juan escribían una gloriosa época que ha pasado a la historia como la Edad de Oro
En esos años, Manolo Granero se curte en el Campo Charro con otros tres chavales que conmocionaron, taurinamente, a la afición. Se trata del sevillano Manuel Jiménez Chicuelo, del jerezano Juan Luis de la Rosa, del madrileño (aunque criado en Salamanca) Eladio Amorós.
Los cuatro dieron luz y llenaron toda una época que se vivió con enorme pasión. De hecho, cuando eran anunciados se fletaban trenes especiales y sus novilladas eran todo un acontecimiento.
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Manolo Granero, uno de aquellos protagonistas -hijo de una familia bien del valenciano barrio del Pilar-, por sus gestos tan refinados, la exquisita educación y su saber estar, su llegada a la capital del Tormes en el invierno de 1917 no pasó inadvertida.
Porque aquel muchacho que cursaba estudios de violín en el Conservatorio de Valencia estaba lejos de quienes pretendían ser torero. Sin embargo pronto hizo cambiar de opinión a todos los ganaderos del Campo Charro y aficionado de la tierra, al ver en él una figura en ciernes.
Llega a Salamanca acompañado de su tío Paco, un entusiasta aficionado que desde la infancia trata de conducir a Manolito en los terrenos del toro. Lo hacen gracias a la amistad de su tío Paco con un comerciante textil y sastre de Salamanca, don Pedro Sánchez, a quien conocen por Pedro Paños y es conocida su enorme afición taurina.
Enseguida, don Pedro Sánchez se convierte en su apoderado y es quien lo conduce a los ganaderías de la tierra, a la primera de todas a las pertenecientes a la familia Pérez-Tabernero, donde enseguida le abren las puertas don Antonio, don Argimiro, del Alipio y don Graciliano pasando semanas enteras en sus fincas.
También comienza a acudir a Campo Cerrado, a casa de don Bernabé Cobaleda, donde también se prenda del arte del muchacho el joven ganadero Atanasio Fernández Iglesias, que acababa de contraer matrimonio con Nati, hija de don Bernabé Cobaleda.
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Antes de llegar a la ciudad charra ya había matado una becerrada en Valencia, gracias a la gestión de su tío Paco. Sin embargo, es en el Campo Charro donde se curte y hace torero. Su residencia la tiene en la salmantina calle Zamora donde, casi siempre está con sus inseparable compañeros de vocación, siendo muy querido y pronto empieza a contar con numerosos seguidores.
Granero, además, pronto gana más adeptos por su exquisitez humana y la cultura que atesora, además de la avezada calidad artística para el violín, llamado a ser también una eminencia en la música. Ese hace que, incluso, en cierta ocasión fue hasta acompañe a orquestas que actúan en el café Suizo o en el mismo Casino, donde está en la mira de apuestas jovencitas de la sociedad charra, cuando aún es casi un niño, mientras se extiende como un reguero de pólvora su calidad torera y grandes personalidad charras se apasionen por él.
Ocurre con el señor Paulino, afamado joyero que tiene su establecimiento comercial en la Plaza Mayor y en uno de su viajes por el extranjero adquiere un precioso violín que le regala a Granero, el torero en ciernes.
Aquel torero-violinista seguía creciendo para coronarse como un rey de la torería, mientras tenía idealizado a Joselito. Tanto que en esos años de novillero, junto a sus compañeros, abarrota las plazas donde son anunciados.
Por ejemplo, en cierta ocasión fueron anunciados en Tejares y llegó tal avalancha para presenciar el espectáculo que estuvo a punto de producirse una alteración de orden público a cargo de las miles de personas que se quedaron sin poder acceder al coso.
Lo mismo ocurría al anunciarse en Zamora, Toro, Valladolid, Ávila, Cáceres… fletándose hasta trenes especiales. Sirva el ejemplo de una novillada celebrada en Guijuelo, cuyos ecos han llegado a nuestros días, donde Eladio Amorós, Manolo Granero y Juan Luis de la Rosa, frente a reses de Coquilla, causan tal alboroto que durante años se habla de esa tarde en toda la comarca, transmitiéndose el testimonio de padres e hijos con verdadera pasión.
¡Y no se cortó más que una sola oreja!
Pasa el tiempo y el violinista valenciano, ya convertido en la máxima figura de los novilleros decide tomar la alternativa. Y dada su relevancia lo hace en Sevilla, en La Real Maestranza, de manos de Rafael Ortega y de testigo su amigo y compañero de correrías novilleriles Manuel Jiménez Chicuelo.
Fue el 28 de septiembre de 1920 y desde ese momento todos comenzaron a augurar que estaba llamado a ser el sucesor de Joselito El Gallo, fallecido de manera trágica unos meses antes en Talavera de la Reina.
El toro de la alternativa se llama Doradito, era sardo de capa y pertenecía a la ganadería de Concha y Sierra. Granero brilla y es muy aplaudido.
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Es el inicio de una carrera que lo aúpa a la élite y todas las plazas se rifan su presencia, estando presente en los mejores carteles. Hasta que llega el 7 de mayo de 1922 y Granero es anunciado en Madrid, en la plaza de Goya, de la carretera de Aragón con todos de dos hierros: tres del duque de Veragua y otros tres del marqués de Albaserrada para un cartel joven que ha levantado mucha expectación: Juan Luis de la Rosa, Manolo Granero y Marcial Lalanda, que confirma su alternativa.
El quinto toro, inscrito con el nombre de Pocapena, cárdeno y bragado, seguramente burriciego, muestra mansedumbre y en terrenos del 2, Granero, se dispuso a entrarle a matar, cerca de las tablas, donde le aprieta el animal, hasta alcanzarle en una tremenda voltereta de la que salió maltrecho y con la ropa rota.
Granero había quedado prácticamente sentado, dando la espalda a la barrera. Pocapena vuelve a él para cornearle, metiendo el pitón por su ojo derecho y destrozándole el cráneo contra las tablas. Su rostro era una masa sanguinolenta que logró fotografiar Pepito Fernández Aguayo, aunque nunca desveló aquellas placas.
A la mañana siguiente la noticia se conoce en Salamanca y, los vendedores de periódicos vocean su muerte, en las ediciones vespertinas. Pronto la tristeza se adueña en todos los ambientes taurinos y sociales de la ciudad que tanto lo quería , al igual que en la provincia, tan frecuentada por él para ir a las ganaderías y por haber toreado novilladas en diferentes localidades.
De hecho, había manifestado que su ilusión era retirarse a lo sumo en tres y cuatro años, comprar una finca en Salamanca y alternar la residencia en la tierra charra de su adopción y la valenciana de su alma.
Poco días después de la tragedia, la céntrica iglesia de San Esteban acoge una misa por su alma, a la que acude una multitud que ofrece sus condolencias a don Pedro Sánchez, el conocido por Pedro Paños, el comerciante que lo apoderó y ya para siempre vivió, al igual que su familia, con el recuerdo de aquel Manolo que de niño violinista acabó protagonizando una carrera taurina tan breve como gloriosa.
Y al que Salamanca lloró como si fuera suyo.
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