La entrevista de Paco Cañamero… El Niño de la Capea, en estado puro
Disfrutar de unas horas junto al maestro Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea es un acontecimiento. Figura histórica del toreo, ganadero de éxito y un hombre con las ideas muy claras sobre la Fiesta y su problemática, el maestro salmantino es un fuente inagotable de sabiduría. Hoy rescatamos de las hemerotecas esta entrevista para conocer algo más de este grandioso personaje.
Antes de llamar a la vivienda, construida en lo alto de un teso, es un privilegio disfrutar del espectacular paisaje y observar los toros pastando en los diferentes prados, con el pantano a nuestros pies.
Al otro lado, la plaza de tientas, laboratorio de la finca para formar la ganadería y al levantar la vista sobre ella, el monte se pierde hasta bien entrada la provincia de Zamora. Enseguida sale El Niño de la Capea quien saluda con su habitual señorío y simpatía.
El maestro anda de papeleo y antes de ir a ver la camada de saca, repartida por distintos prados de la finca según las hechuras, hablamos de la Fiesta, siempre atentos a su opinión, libre y diciendo las cosas como las siente.
Es la opinión de uno de los protagonistas del toreo en los últimos cincuenta años y dueño de un currículum espectacular. Mil seiscientas setenta y siete corridas adornan su privilegiado palmares, convirtiéndolo en el matador que más veces toreó en el siglo XX.
En ellas un montón de éxitos, como seis puertas grandes en Madrid, infinidad de triunfos en Valencia, Bilbao, Málaga, Barcelona… sumados al de todas las plazas de España y de América.
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Siempre con un lugar especial para esa América que añora y a la que nunca faltó. Primero en Sudamérica y desde 1984, centrado en México, donde goza de tal reconocimiento que lo llaman paisano.
Hoy, como siempre, sigue con un especial seguimiento la Fiesta, ahora en la faceta ganadera, con la obra de salvar el encaste Murube cuando ya estaba casi desaparecido del circuito ganadero y ver cómo sus toros llevan años acartelados en las ferias de manos de El Capea, es un hombre cabal, querido y respetado, que supo labrarse su propia leyenda desde sus orígenes humildes para lograr cuantos objetivos se planteó.
En la conversación surgen comentarios de la América taurina y al maestro le brotan los recuerdos más allá de los rabos que cortó en La México o los grandes éxitos de Lima, Cali, Bogotá, Quito, Caracas, San Cristóbal, Maracaibo… De forma espontánea surgen anécdotas contadas con su habitual desparpajo.
Allí, como en el resto de la América taurina dejó la huella imperecedera del sello profesional que lo marcó sin dejarse ganar la partida y dar la cara ante el público y el toro respetando siempre su dignidad profesional: “Me da mucha pena ver cómo Hugo Chávez y ahora Maduro han destrozado a la Venezuela taurina. Ese país era una maravilla y allí toreé yo más que nadie. Después me superó Tomás Campuzano al no volver a torear allí desde 1984 y centrar mi carrera en México.
“En Venezuela había ferias que eran una maravilla, ejemplo de San Cristóbal, celebrada a finales de enero. Era todo una fiesta y la llamaban la ‘feria de las queridas’. Un año, tras un éxito muy fuerte, le pedí a la empresa cinco mil dólares más. El empresario, un hombre que apretaba mucho en las negociaciones y acabó siendo amigo, me dijo no. Que imposible. Entonces se presentan los carteles y trata de justificar mi ausencia diciendo que tenía esas fechas comprometidas en México.
“No era así, no toreé al no pagarme el dinero que le pedí. Justo por entonces coincide que me llaman desde la alcaldía de San Cristóbal para decir que si podía ir a recoger el trofeo de la feria. Le afirmo y propongo que me lo entreguen en la plaza al finalizar el paseíllo del día grande.
“Al alcalde le encanta la idea al ser la ocasión propicia para darse un baño de popularidad ante la gente. El día de San Sebastián, la fiesta grande allí estaba. Entré a la plaza por el patio de cuadrillas al comenzar el paseíllo y la verdad que nadie me vio; entonces acaba el paseo sale el alcalde al ruedo para la entrega y al requerirme por megafonía que saliera a recogerlo, no veas toda la gente levantándose y puesta en pie llamando de todo al empresario, ¡la que se lió!
“A mí me dieron una ovación de varios minutos y al volver al callejón con el premio, sin pérdida de tiempo me coge el empresario y le firmo la siguiente feria con dos corridas al dinero que pretendía”.
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La picaresca también existe en América, pero hay que saber sobreponerse: “Otro día, también en Venezuela, estoy en la recepción del hotel y llegan Pablo Lozano y Corbelle, llenos de polvo y sudorosos. Nos saludamos y me dicen que vienen de la ganadería de Los Aranguez de ver la corrida. Entonces me doy cuenta que algo falla porque esa corrida la iba a torear yo y no Palomo Linares. Así me lo confirma mi apoderado Javier Chopera a quien llamó.
“Entonces, con la mosca tras la oreja, marcho a la casa del presidente de la comisión taurina, un gran hombre, magnífico aficionado y que acabó siendo embajador. Él se alegra tanto al verme y, todo contento, llama a su familia para decirle que estaba allí.
“Después pasamos a su despacho y le propongo que sea mi apoderado en América, algo que lo hace feliz. Inmediatamente le digo que si es consciente que tenía firmada la corrida de Los Aranguez. Me dice que sí y era intocable. Al día siguiente en el sorteo fui con él y se frenó el cambio que pretendían”.
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La carrera del Niño de la Capea fue dirigida por José Antonio y Javier Chopera, los Choperitas, sin embargo en América era distinto:
“Viajaron los primeros años, después ya no. Ellos arreglaban las corridas desde España y nosotros nos marchábamos para allá. Más tarde replanteé mi carrera en México y nombré apoderado para ese país a Rafael Chabola, un español radicado allí que era un gran taurino y murió hace unos años en Almería. América era un paraíso total en todo”.
Entre recuerdos y vivencias de la América taurina es inevitable que surja en la conversación el problema de Quito, plaza que tuvo a El Niño de la Capea en un ídolo: “Da rabia al ser todo venganza. Todo comenzó por el presidente del país contra la empresa de la plaza de Quito, al ser dueños de importantes medios de comunicación muy críticos con su labor.
“Se vengó por ello y primero hizo que desapareciera la suerte de matar en la provincia de Pichincha, a la que pertenece Quito. Buscó las vueltas para lograrlo solamente por venganza.
“Sin embargo a las figuras le faltó entonces picardía. Hay barrios de de las afueras de Quito que ya no pertenecen a esa provincia y por tanto no les afecta la ley de matar los toros.
“Si lo hubieran planteado bien deberían haber llevado una portátil grande, que las hay, torear y donar sus emolumentos para los niños pobres de Quito, que hay mucha necesidad. Si hacen eso revientan el gobierno de Ecuador y el toreo da un espectacular paso hacia delante”
En esa tierra conoció a infinidad de personajes. A Jefes de Estado, ministros, artistas, pintores…
“En México me impresionó mucho Pepe Alameda, un crítico español que vivía exiliado. Hice con él mucha amistad al ser un hombre íntegro, buena gente y el mejor comunicador taurino que he conocido, además de un excelente conocedor del toro. Recuerdo un día que estaba en el callejón de La México y su ayudante me dijo que me quedase al no estar el maestro Alameda en su mejor día.
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“Esa tarde llovía y al momento viene Pepe Alameda con la gabardina quitada y recogida en el brazo. Venía borrachísimo, me da un abrazo, me pregunta ¿qué tal estás Capeíta? y me invita a que me siente a su lado. Yo pensando que este hombre no puede retransmitir la corrida.
“Enseguida nos colocamos, sale el toro, el ayudante le da paso y no veas a ese Pepe Alameda, transformado, empieza a narrar la corrida con su categoría y conocimiento, sin notarse para nada el estado en qué venía. Fue un personaje, honesto, que nunca pidió nada y al jubilarlo quedó en mala situación. Sabedor de eso le dije a Chabola, mi apoderado, que cada corrida lo atendiese al merecerlo más que nadie”.
El maestro Pedro es feliz como ganadero. Le encanta la genética y disfruta con ella. En la charla surge el recuerdo de dos toros que fueron el pilar fundamental de sus éxitos. Se trata de Pesetero (indultado por Ortega Cano en un festival de las Hermanitas, de Salamanca) y Romerito, más tarde famoso al regalárselo a Antoñete y el desaparecido maestro lo populariza al comer de su mano y acariciarlo: “Fíjate, sin embargo aquí, Romerito era un toro muy fiero, lo destrozaba todo. Cuando lo tuvimos en El Cañito, la finca de Extremadura donde hay muchas higueras al ser muy buenas para el ganado, se dedicó a tirarlas al suelo. Era tan listo que hasta que no acababa con una no empezaba a derribar otra. Fueron dos toros fundamentales”.
Hablar del mundo ganadero con el maestro Capea es un lujo mientras desgrana experiencias, «he aprendido mucho del mexicano Javier Garfias o el venezolana Alberto Ramirez Avendaño. O su admiración por los españoles Carlos Núñez, Juan Pedro Domecq y Díez, los salmantinos Paco Galache, Atanasio Fernández, Juan Mari Pérez Tabernero…»
Todo antes de despedirnos en el ‘office’ de su casa donde cuelgan las cabezas de los victorinos que toreó en Madrid en 1988, en una estampa que impresiona y es el recuerdo de una importante página del toreo que tuvo al Niño de la Capea de protagonista.
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