Carlos Abella la palabra de un Lord… Evocación de Paco Camino, en el sesenta aniversario de su alternativa
En 1994, es decir hace ya 26 años, tuve el privilegio de escribir la biografía de Paco Camino. Fueron unas intensas conversaciones en su finca del Valle del Tiétar, al pie de la imponente Sierra de Gredos, donde repasamos juntos su vida profesional y me rebeló las claves de su tauromaquia.
Fue un privilegio escucharle como fueron tus principios en las plazas de Zaragoza y Barcelona, en cuya Plaza de Las Arenas te vi torear por primera vez el 22 de febrero de 1959, alternando con Pepe Osuna y Curro Montes.
Y fue un placer evocar su amistad y rivalidad con Diego Puerta y con Santiago Martín El Viti, su admiración por Antonio Ordóñez, su rivalidad con El Cordobés y su clamoroso éxito en México, del que he podido ser testigo gracias a los testimonios de quienes allí tanto te quieren y que no olvidan el estremecimiento que produjeron sus faenas a los berrendos de Santo Domingo ni las grandes faenas a toros que forman parte ya del Museo Taurino de la Historia; Catrin, Navideño.
Por eso fue el primer consentido de la gran afición mexicana después de Manuel Rodríguez Manolete y un hijo suyo, Francisco Camino Gaona, tiene sangre mexicana.
Y fue un privilegio, que relato en mi libro Paco Camino, el Mozart del toreo, escucharle cómo según él debía cogerse la muleta, matar recibiendo, interpretar la chicuelina, de la que fue su reinventor. Porque Camino fue muy buen torero con el capote, interprete de una verónica clásica; excepcional en el quite por chicuelinas, muy poderoso e inteligente con la muleta, y excepcional torero con la mano izquierda.
Tuvo un sentido del adorno justo, el molinete, el pase de la firma, el trincherazo, el cambio de manos, el desplante y la airosa salida de la cara del toro. Sin retorcimientos, sin manos crispadas, sin obsesiones belmontinas, con la naturalidad y el relajo como seña de identidad.
Con la espada, fue el que ha ejecutado el volapié con mayor lentitud y pureza de su tiempo y de muchos otros tiempos, y su cabeza privilegiada le permitió ver el toro, y dosificar su entrega, que algunos confundieron con pereza.
A este respecto me confesó que “… más vale que digan que no has querido que no has podido”, y que se complementa con la exigencia de que siempre supo que día, que corrida y en qué plaza había que estar bien, sí o sí y Las Ventas de Madrid fue una de esas plazas y eso explica sus doce salidas a hombros, después de haber inmortalizado las faenas al toro Serranito de Pablo Romero, al manso de El Jaral de la Mira, y al toro de Baltasar Ibán en 1976.
En contra de ese supuesta “galbana” que le atribuía el critico Antonio Díaz Cañabate, reivindico su grandeza como torero y su coraje y valor, porque un rebelde es quien al ver que se quedaba fuera de los carteles de San Isidro de 1970 – por primera vez en su vida- se ofreció para torear en solitario la corrida de la Beneficencia y conseguir aquel triunfo de clamor, ocho orejas de siete toros de diferentes ganaderías y encastes.
Y tener coraje es haber sufrido varias cornadas muy graves –cuatro entrando a matar –y seguir ejecutando la suerte con idéntica pureza, y haber superado el grave cornalón de Bilbao, la pérdida de un hermano en un ruedo y una cogida como la de Aranjuez, que le atravesó el pecho, marcándolo para siempre.
Cuando en 1981 te pregunté por qué regresaba a los toros después de esa terrible cornada de Aranjuez, me dijo una frase que hoy quiero que todos conozcan: “Porque no quiero que la historia del toreo diga que Camino se retiró después de una cornada”.
No lo dice.
#QuédateEnCasa
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Fotos: De la Gran Muriel Feiner
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- Carlos Abella, autor del libro: Paco Camino, el Mozart del toreo
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