Opinion

La voz de Jaime Sierra… Sólo el toro bravo y encastado hará que subsista la Fiesta

Más que ir a emocionarse con la presencia del auténtico toro bravo y encastado van a las plazas a socializar, a beber y divertirse con gritos sin entender del todo, lo que es la lidia de un toro bravo en los tres tercios”.

En la actualidad, definitivamente ha cambiado el público que acude a las plazas de toros y, más que ir a emocionarse con la presencia del auténtico toro bravo y encastado, van a las plazas a socializar, a beber y divertirse con gritos sin entender del todo, lo que es la lidia de un toro bravo en los tres tercios.

Esto es, aquellos aficionados, aquellos grandes aficionados que conocieron una expresión artística con grandeza, que conduce a una irremediable emoción; han pasado a ser sustituidos por los asistentes, simples asistentes de un mero divertimiento.

Y, como es obvio esos asistentes, carecen de los conocimientos para comprender la importancia del tercio de vara. En cuanto aparecen los picadores les chiflan, simplemente porque no entienden su función en la lidia; o, por ejemplo, aplauden sin ninguna explicación gritando ¡olé!, cuando la montera cae con los machos para abajo después de una grotesca y abrupta acción del torero al aventarla.

Ese desconocimiento les lleva a no entender y no exigir por consecuencia, que al toro se le debe colocar en suerte a prudente distancia del picador, para en verdad medir la casta y la bravura; y por ello, hacen caso omiso cuando los subalternos o toreros, prácticamente avientan al toro al relance al peto del caballo, para que apenas se consume la suerte de varas.

Los asistentes sólo protestan, chiflan por el sólo hecho de protestar y chiflar, y no tienen razón de ser.

Y no tiene razón de ser, porque el toro no acudió con ímpetu (casta), ni peleó con poderío (bravura) en la cabalgadura; simplemente se limitó el tercio de varas a un breve episodio para cumplir en mero trámite con el reglamento.

Claro que todo tiene una explicación y y una historia que antecede a la corrida. Y ese antecedente e inicio de esa historia la encontramos en los empadres que se hacen en las ganaderías, en donde se ha disminuido la casta y por consecuencia la bravura, para que en el ruedo salgan los dulces borreguitos que no molesten a las figuras del toreo.

¡Por ello está en proceso de extinción el tercio de varas! Y los responsables son los ganaderos al hacer un toro dúctil, dócil.

Se ha limitado al toro a ser una verdadera comparsa al bajarle la casta y la bravura.

Siguiendo con la corrida, estos asistentes -que no aficionados- aplauden a los subalternos que colocan banderillas no importándoles que no hayan confrontado al toro cuadrando en la cara, sino consumen el hecho a toro pasado. Esto es, dejar pasar al toro y habilidosamente aventar las banderillas a donde caigan.

No igualaron en la cara del toro y mucho menos se asomaron al balcón como decían los antiguos cronistas.

Que gritan olé en faenas insulsas con toros sin bravura, sin transmisión que pasan y pasan como borreguitos ante las muletas ventajosas de toreros sin escrúpulos.

Pues sí, en faenas que casi de inmediato pasan al olvido, porque a muchos de los que he visto aplaudir desaforados, al final del festejo les he preguntado que les gustó de la faena y no saben que responder, porque simplemente asistieron a divertirse, no acudieron como aficionados a emocionarse.

Si, estos asistentes son los que piden el indulto de los toros que el mismo astado no lo han conquistado en los tres tercios y, que toreros sin vergüenza torera, influyen en los asistentes con sus intentos de entrar a matar –para mover a los asistentes- volteando al palco de la autoridad con el fin de conseguir tal hecho.

¿Quiénes son los responsables de esta debacle?

Jueces o Presidentes que indultan sólo porque -reitero- los asistentes, que no aficionados de verdad, se pone a exigirles el indulto azuzados por el matador en turno.

Ganaderos que aceptan llevarse a su ganadería a un toro que careció de casta y bravura para ser merecedor del indulto; y que por consecuencia incrementará la mansedumbre y el descastamiento en su vacada.

Reflexionemos el por qué cada día hay menos público en las plazas de toros.

Simplemente, por qué los asistentes que van, en lo general desconocen de la liturgia que conforma cada uno de los tercios de la lidia para consumar el rito; y la respuesta es posible hallarla en la ausencia de los verdaderos aficionados que han dejado de acudir y, con ellos se ha perdido la exigencia en las plazas y la enseñanza a muchos de estos nuevos asistentes, quienes al no encontrar la magia a través de las enseñanzas de esos magníficos aficionados, también acaban yendo de vez en cuando.

De ahí que aparezcan toros sin bravura y sin casta; sin trapío y todo hace ver sin la edad reglamentaria, y en muchos casos con un muy sospechoso manejo de las astas.

Ante la evidente falta de responsabilidad de Jueces de Plaza, empresarios, ganaderos, apoderados, toreros, subalternos y periodistas, que no han sabido defender al auténtico toro bravo y encastado.

Sí, por…

Jueces, que ante la presión de un público que desconoce lo que es un toro bravo, lo indulta.

Empresarios que comentan que la gente va a las plazas a divertirse, cuando es la emoción que transmite un toro bravo lo que obliga a regresar a las plazas de toros, no lo artificial, no lo superfluo ni lo trivial que conduce a la intrascendencia.

Ganaderos que buscan imponer en sus dehesas por encima de la verdad, el supuesto toro “artista”, que no es más que la farsa representada en el toro bobalicón para consumar lo vano y lo profano que acaba haciendo daño, un grave daño al arte del toreo.

Sólo el toro bravo y encastado le da magia, misterio y misticismo al enigmático rito llamado tauromaquia y esto sólo se puede entender, cuando el rito se consuma entre el auténtico toro bravo y encastado y el torero de verdad que respete tan hermosa profesión. Además de dar un gran prestigio al ganadero que crió a ese excepcional toro bravo.

Y, justamente, que por falta de este místico contenido, hasta a los asistentes los acaban echando de las plazas.

Apoderados que por “proteger” a su torero exigen determinadas ganaderías comerciales, que les proveen para la comodidad de sus poderdantes. Sí, toros mansos, descastados, bobos, débiles, dóciles sin transmisión alguna que acaban por aburrir.

Toreros que no les gusta la bravura, porque a decir de ellos, prefieren “torear bonito” y despacio. Cuando eso lo pueden hacer dominando al toro bravo y encastado, y ya que lo consiguen será el momento de disfrutar de esa magia y convertirse en auténticos artistas regalándonos esas obras de arte, efímeras sí, pero que recordaremos siempre y se vestirá de auténtico héroe, dignificado esa hermosa profesión.

Sin embargo, ahí está el detalle.

Para dominar a un toro bravo y encastado hace falta la heroicidad y la verdad y eso agota y prefieren la comodidad, sus limitadas tauromaquias o el aburrimiento a su profesión, los llevan a “torear bonito y despacito”, a ser únicamente comparsas y no grandes toreros.

Subalternos a los que en su mayoría se les ve fuera de forma y todo hace ver que aceptan las insanas imposiciones en la lidia.

Periodistas sin la menor dignidad, quienes con el afán de recibir unos pesos, dan coba engañando a sus lectores, audiencia y radioescuchas, intentando justificar su reprobable proceder, con la prensa independiente: “… es que tú no vives de esto”.

¡Claro que se puede vivir de esto, pero con dignidad!

Y así, en donde todos los de adentro se han empeñado y puesto de acuerdo para exaltar la mediocridad y la mentira, surge un cuestionamiento:

¿Para qué queremos anti taurinos?

Si en verdad y conscientemente queremos a nuestra Fiesta de Toros, defendamos al único y primer actor, que hará que nuestra fiesta subsista y le devolverá su grandeza.

El Auténtico Toro Bravo y Encastado.

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