Crónicas

En Bilbao… Paco Ureña, en la cumbre

Plaza de Bilbao. 23 de agosto. Séptima corrida de feria. Más de media entrada. Tres toros de Jandilla -primero, segundo y quinto- y tres de Vegahermosa, bien presentados y mansurrones; primero y cuarto, broncos y deslucidos; segundo y quinto, nobles y descastados; y tercero y sexto, de gran calidad en el tercio final.

Diego Urdiales: Silencio y ovación.

Cayetano: Ovación y ovación.

Paco Ureña: Dos orejas y dos orejas.

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Las dos faenas de Paco Ureña en Bilbao son de esas que hay que volver a ver, o no. Verlas de nuevo para recrear el espíritu con la grandeza del toreo más hondo y verdadero que alguien pueda imaginar. O cerrar los ojos y guardarlas para siempre en la retina, como un tesoro, un recuerdo imborrable.

El torero murciano dibujó dos faenas distintas ante un lote de gran calidad en el tercio final; más encastado y codicioso el tercero, y más apagado y obediente el sexto; pero las dos estuvieron cimentadas en la despaciosidad, en el clasicismo, el gusto, la búsqueda constante de la pureza…

Si alguien quiere saber lo que es torear con el alma tiene que ver a Ureña en Bilbao; porque no fue solo su serenidad en la cara de los toros, ni su firmeza, ni su técnica, ni su contundencia… Fue la expresión de un sentimiento que solo albergan los elegidos.

El principio y el final de la primera faena fueron un monumento a la inspiración torera. Muleta en mano, comenzó con cuatro estatuarios ceñidos y ya con la zurda continuó con dos remates espectaculares, dos naturales largos y sentidos y dos de pecho que pusieron la plaza en pie.

Finalizó con tres derechazos de categoría excelsa, un natural y otro pase de pecho de pitón de rabo. Fue una tanda redonda, ligada, única… Entre una y otra, chispazos de toreo grande por ambas manos en una labor a la que, quizá, faltó contundencia y desbordó templanza y buen gusto.

Quiso matar Ureña en la suerte de recibir, pero el toro no se lo permitió. Optó entonces por encunarse en el morrillo del animal, detrás de la espada, que quedó enterrada en el hoyo de las agujas, mientras el torero salía trompicado sin consecuencias.

La faena al sexto se la brindó a Urdiales, y esa fue un compendio de plasticidad, temple, inspiración y embrujo en las manos de un torero transfigurado, con ese triste semblante que le caracteriza que no hace más que esconder un alma de artista consumado. Bilbao vibró como en las ocasiones solemnes porque los muletazos desplegaron el misterio de la grandeza del toreo. Un estoconazo sin puntilla fue el más brillante colofón a su gran obra.

Y se lo llevaron por la puerta grande con todos los merecimientos. Emocionante la imagen de Fortes, el torero malagueño retirado por una grave lesión, llevando sobre sus hombros a su amigo triunfador y ambos rodeados de un nutrido grupo de jóvenes.

Y hubo más.

Hubo, por fin, toreo de capa de muchos quilates y rivalidad en el tercio de quites, y toros malos, bruscos y ásperos, como los dos de Urdiales, y nobles y sosos, como los de Cayetano.

Fue este Rivera Ordóñez un torrente de responsable compromiso toda la tarde. Cuando vio que Ureña se lució por apretadas gaoneras en el segundo de la tarde, ni dudó en responderle con enrazadas tafalleras; y al quinto lo recibió con una larga de rodillas en el tercio, lo veroniqueó con soltura, se lució con chicuelinas al paso para llevar al toro al caballo y otra vez dejó detalles de hondura Ureña a la verónica. Y volvió Cayetano por gaoneras preñadas de categoría.

Después, buena voluntad en una labor aseada ante su primero, noble y sin gracia por el pitón derecho, y brusco por el otro; y justificado ante las pocas opciones del quinto, descastado y sin clase.

Urdiales mostró su alegría por el triunfo de su amigo, de quien recibió un sentido y emocionado brindis; pero el riojano no tuvo posibilidad alguna con un lote infumable, bruscos y broncos los dos, pero a ninguno les perdió la cara, y en ambos destacó por su valerosa disposición y actitud de figura.

Personalísimo brotó un quite por chicuelinas al tercero, cerrado con una media de cartel y con dos bellas verónicas y otro remate inspirado recibió al cuarto.

Gran tarde de toros en Bilbao; ocurre cuando el toreo, ese misterio insondable, se hace presente. Y bajó de las alturas para hacerse humano de la mano de un elegido: Paco Ureña.

El dato lo ofrece el periodista Álvaro Suso: las últimas cuatro orejas en una corrida de tres toreros las cortó El Cordobés en 1964. Pues eso…

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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