Crónicas

En Bilbao… Toros para la caricia

Bilbao. Miércoles 21 de agosto de 2019. Corridas Generales. Más de media entrada. Cuatro toros de Victoriano del Río y dos —tercero y quinto— de Cortés. Bien presentados, mansos, blandos y muy nobles, a excepción del cuarto, codicioso y áspero. Encastado y con clase el sexto, al que se le dio la vuelta al ruedo.

Antonio Ferrera: Silencio tras aviso y silencio.

Julián López El Juli: Ovación y oreja.

José María Manzanares: Oreja y oreja.

Detalles:

Encastado el 6º -de nombre Ruiseñor, número 42, cárdeno capirote botinero alunarado, nacido en agosto de 2014 y de 541 kilos-, aunque con peligro por el pitón izquierdo, fue premiado con la vuelta al ruedo.

Javier Valdeoro y Fernando Sánchez se desmonteraron tras parear al cuarto.

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Cuando un torero está relajado y tranquilo en la cara del toro, torea como si estuviera en el patio de su casa, los muletazos surgen como una caricia y el trato con el animal se parece más a un colegueo que a una lidia intensa, o falla el toro o el torero; o los dos.

Los toros de Victoriano del Río son ‘buena gente’, nobles amigos dispuestos a colaborar en el éxito de sus toreros. Y esa condición ofrece confianza a sus afortunados compañeros del último viaje. No había más que ver a El Juli y a Manzanares con sus primeros oponentes.

El más veterano ni se despeinó ante un animal nobilísimo, puro almíbar en su embestida, con el que construyó una faena limpia y fría, sosa y sedosa, en la que destacaron la bondad y la clase del toro, y la constante opción ventajista del torero. Toreó a gusto, sí, pero despegado, al hilo del pitón, sin cargar la suerte ni por casualidad.

Y su compañero alicantino compitió en destoreo ante el tercero, otro santo que vino al mundo para que un señor vestido de luces mantuviera en su cercanía el mismo nivel de pulsaciones que en la barra de un bar. Justo es reconocer que la estocada en la suerte de recibir a ese toro fue rotunda, extraordinaria, lo mejor de toda la tarde.

No estuvo tan tranquilo Ferrera ante el cuarto, -el primero llegó a Bilbao con poco celo y mucha tristeza-, codicioso y áspero, con el que tuvo que emplearse a fondo, aguantar miradas extrañas y poner en práctica todo lo aprendido para salir airoso del difícil trance. Era también un toro de Victoriano, pero la oveja negra de la camada, de esas que aparecen en todas las familias.

Después, llegó el quinto toro, tan noble, pero con más vida, y El Juli mostró al respetable todo su conocimiento, que es mucho. Se sabe el temario, no hay duda. La veteranía es un grado y se le nota. Fue una faena larga, -ventajista, también- en la que sobresalieron los largos pases de pecho, y poco más.

El último toro fue premiado con la vuelta porque su gran nobleza y codicia venía mezclada con un alto sentido de la casta. Manzanares insistió en su sentido adulterado del toreo -todo no puede ser su elegante estampa- y abusó de los muletazos en línea recta, fuera cacho y desplazando al toro hacia las afueras. La estocada, otra vez bien ejecutada, cayó baja y el presidente optó por la vuelta al toro en lugar de un doble trofeo para el torero.

Dos detalles finales: ni un solo quite en toda la tarde y dos buenos pares de banderillas de Fernando Sánchez. Y algo más de media plaza. Quien no se consuela es porque no quiere.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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