En la Monumental México… Monsieur Castella enfrentó con ahínco la mansesca adversidad
Monumental Plaza de Toros México. Décima segunda corrida de la Temporada Grande 2018-2019. Con una entrada, que sube sustancialmente con relación al festejo anterior, sumando aproximadamente unos nueve mil asistentes, se han lidiado toros de Fernando de la Mora, propiedad, según ha trascendido a últimas fechas, de Don Luis Alberto Villarreal, quien estuvo en el palco de ganaderos. El encierro tuvo como denominador común la asfixiante mansedumbre y el inadmisible descastamiento. Los de la lidia ordinaria han estado correctamente presentados, el que hizo séptimo fue un pequeñajo bobalicón, mientras que el octavo justo de presencia fue igual que los corridos en los primeros seis lugares. No pelearon con los caballos, se estrellaban con el peto, empujaban unos metros y luego se ponían a dormir el sueño de los justos.
Sebastián Castella: Saludó en el tercio tras aviso y palmas tras aviso; vuelta tras petición en el de regalo.
Octavio García El Payo: Al tercio tras aviso protestado y silencio; silencio tras aviso en el de regalo.
Juan Pablo Sánchez: Silenciada su comparecencia.
Detalles:
Tras el despeje de cuadrillas se recordó a, Artemio, por ser aficionado de muchos años y seguramente amigo del juez de plaza, lamentablemente recién fallecido.
En el séptimo del festejo, los Fernando García padre e hijo, fueron ovacionados en el tercio; mientras que Rafael Romero en el que cerró plaza.
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No es noticia que la ganadería de Fernando de la Mora sea el compendio de la asfixiante mansedumbre, del descastamiento o del bobitoro; así decidieron consolidarla y conservarla, y por ello fue parte fundamental para que el gran público taurino no acudiera.
¿Quien quiere ver bobitoros -o, los fedinandos, como les llama la sabia conseja popular- en lugar de la grandeza del toro bravo y encastado?
Nadie, o casi nadie.
Porque seguramente habrá algunos despistados que supongan que ese es el toro, y pudiera ser para cierto sector que no ama al arte del toreo, y que está empecinado en entregarle esta mágica, mítica y trascendente expresión artística a los enemigos de la Fiesta.
El arte presupone verdad, y esa verdad en el toreo se halla en el toro bravo y encastado.
Este domingo en cuestión no fue la excepción, salieron ocho astados tan mansos como descastados, y pues…
… la mayoría de la gente que acudió hizo uso de las bebidas espirituosas para calmar las ansias de la desesperación.
¿Quien en la realidad ha estado mejor frente a este reto?
La entrega de los tres toreros es inobjetable, han estado por encima de sus oponentes, sólo que…
… sólo que quien ha lucido y con mucho fue, Monsieur Sebastièn Castella, quien dejó en claro el gran torero que es.
Si con su primero de nombre, Espanta Suegras -que no espantaba ni a una mosca- le saludó con lances mágicos y de ensueño, ya con la tela roja fue cuidándolo y aguantando cuando el descastamiento le impedía proseguir al astado su borreguno andar.
Tras esperar con la paciencia de Job, luego tocar y después obligarle a continuar, así consumó series que en verdad le iban resultando maravillosas, en las que hubo ligazón porque Monsieur Castella, daba sitio y distancia correctos, así como los espacios adecuados para que el torillo no se viniera a menos.
Sólo que tras la media faena sí acabó viniéndose a menos el bovino, y como, Sebastièn, decidió ‘exprimirle’ todo lo poco que tenía esa especie de inocente ovejilla campirana…
… se pasó de faena.
Luego vino el desatino con los aceros, pero aún así le llamaron al tercio para aplaudirle.
Con su segundo, MI TX -un misterio insondeable ese nombre-, otro manso que al inicio prometió, sin embargo, acabó por no cumplir. La gente se desesperó y Monsieur Castella, cortó por lo sano, aunque no estuvo fino con el acero.
En medio de esos gritones oficiosos que supuestamente mueven a la gente para que pida el animalillo del regalo, Monsieur Castella decidió regalar un séptimo.
Desde Júpiter se veía que hubo ciertos dimes y diretes en el callejón, porque antes que Sebastièn, El Payo, había decidido regalar, y vaya usted a saber que tanto se alegó, pero al final Castella se llevó a, Río Dulce, un pequeñajo bobito, que tenía el andar de un lirio desmayado y el palpitar de un ave en agonía, diría Urbina.
Y así fue, un bobipequeñajo, que caminó con la bondad de la Madre Teresa de Calcuta y la paciencia de San Francisco de Asís.
Monsieur Castella, sabio entre los sabios, aprovechó inteligentemente esta exagerada bondad, y consumó una faena con momentos de bella arquitectura y con sólido contenido, haciendo trascender esos efímeros momentos escultóricos, que se sucedieron en el redondel.
Los sabios del toreo le exclamaron que después de una serie en redondo con la diestra, debió haber concluido, pero, Sebastièn, se engolosinó y hasta que exprimió al animalillo quedó en paz consigo mismo.
Así que como era obvio, se pasó de faena, y acabaría dejando horrendo, en verdad, horrendo bajonazo.
El buenazo de Brauny, estuvo serio y no concedió la oreja; hizo bien, guardar un poco de seriedad hace tanta falta, que ojalá y lo hicieran siempre.
No obstante, Monsieur Sebastién Castella, dio una vuelta en medio de la entrega del respetable.
El señor Payo ha estado correcto, nada del otro mundo. Fue con Quita Penas, con el que dejó momentos interesantes, fundamentalmente con la tela roja guiada por ambas manos. El público agradecido le supo apoyar, y la faena tornó en instantes de brillantez, pero…
… pero, el acero no estuvo acertado, y todo quedó ahí sin trascender.
Su segundo -quinto del festejo- Gitanillo, anunció, pero no cumplió, así que en medio de la frustración, al ver que la tarde se le iba, levantó intempestivamente su dedillo con el fin de anunciar un regalo, que fue en mala hora, ya que salió un manso deslucido, que no transmitía nada, absolutamente nada; y todo quedó en las buenas intenciones.
Aunque de buenas intenciones están llenos los caminos al infierno.
Seguramente eso habrá pensado, ese gran torero, que sin lugar a dudas es, Juan Pablo Sánchez, quien como don divino posee el temple, pero con estos toros tan malos, el temple quedó igualmente frustrado por no poder halagar a los espíritus de los diletantes taurinos, y su paso fue efímero e intrascendente…
… sí, por esos, pésimos en verdad pésimos bureles, Bandolero y Fina Estampa.
Al final, la gente se hastió de tanta mansedumbre, y seguramente le quedó claro a Monsieur Castella, que debe enfrentar otro tipo de toros que en verdad ofrezcan garantías, y eso sólo la pueden ofrecer…
… los toros bravos y encastados.
Que dicen que no hay.
Bueno, claro que sí, pero eso es tarea de los veedores.
¡Dígase la verdad… aunque sea motivo de escándalo!
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