Lo comenta Antonio Lorca… Grandeza de Roca Rey
El presidente se excedió, quizá, al sacar a un tiempo los dos pañuelos blancos que concedían las dos orejas a Roca Rey a la muerte del sexto de la tarde; se excedió, quizá, porque el estoconazo final estuvo precedido de un pinchazo y un aviso. Dicho lo cual, y demostrado que el prestigio de esta plaza ya es historia, reconocer se debe que la actuación del torero peruano ante ese toro fue una lección de grandeza torera.
Ciertamente, toda la labor de este joven espada a lo largo de la corrida fue la demostración de que es un torero diferente, con una cabeza privilegiada, con un valor sorprendente y unas maneras cada vez más hondas y clásicas.
Lo dejó claro con el capote en sus dos toros, por delantales, chicuelinas, saltilleras, con suavidad, armonía y un pasmoso desprecio al peligro.
Y lo corroboró muleta en mano en las tres tandas por la derecha que aguantó su primero, con una brillante expresión de mando y temple en sus muñecas, y lo firmó en el sexto, ante el que comenzó por estatuarios, derecho como una vela, y, seguidamente, ofreció una lección magistral de cabeza amueblada, oficio y técnica cuando el animal, que decidió rajarse y huir de la pelea, no tuvo más remedio que embestir ante la decisión inapelable de un torero perfectamente colocado, tirando de cada embestida, el toro embebido en cada muletazo, en una sucesión de pases ceñidos, largos y hondos.
Fue una faena de menos a más, emocionante por inesperada y torerísima de principio a fin. Pinchó en todo lo alto, se pasó de faena y lo avisaron, y cobró, finalmente, un estoconazo hasta la bola que le permitió salir a hombros por la puerta grande con todos los honores.
Junto al triunfo también se despejó cruelmente una de las grandes incógnitas de la feria: Roca Rey tampoco llena la plaza de Bilbao; los tendidos solo se cubrieron poco más de la mitad, lo que explica que el problema es más serio de lo que pudiera parecer.
Y otro asunto: no hay toros para esta plaza.
Victoriano del Río, uno de los ganaderos de moda, un hierro de los llamados de ‘garantías’, no pudo reunir a seis ejemplares con el trapío exigible. Los lidiados en primero y quinto lugares carecían de la presencia requerida para el toro del Bilbao; y el sexto tampoco debió pasar el examen del reconocimiento.
Y es más: todos mansos y con las fuerzas muy justas, de modo que no hubo tercio de varas. Y llegaron a la muleta sin alma, sin vida, sin fortaleza ni alegría. Quizá, sea este otro de los graves problemas: el toro tontamente noble y sin fuerza ha expulsado a la que un día fue seria y exigente afición de esta plaza.
Pero el asunto afecta también a los toreros.
Primero, que el grande Roca Rey también se apunta, y con qué cariño, a este hierro; claro, que a fin de cuentas no hace más que continuar -erróneamente- la estela de sus mayores.
Como Castella, por ejemplo, que se encontró de salida con un anovillado primero, manso de libro, pero noble y encastado en la muleta, con el que estuvo pesado y vulgar en una sucesión interminable de pases en línea recta, muy por debajo de la codicia y la incansable movilidad de su oponente.
Se justificó ante el rajado cuarto, y solo las protestas de una parte del público impidieron que ofreciera otro recital de aburrida cantidad.
José Garrido entró en sustitución del lesionado Cayetano y tuvo mala suerte. Se plantó de rodillas en toriles para recibir a su primero y en el momento de la larga cambiada el animal se lesionó gravemente y fue devuelto. El sustituto fue un buey deslucido.
Muy afanoso y entregado Garrido estuvo ante el quinto, soso y con escasa codicia, como todos, y a punto estuvo de tocar pelo.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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