Lo comenta Antonio Lorca… La entrega, ese valor auténtico
Manuel Escribano acabó la lidia del cuarto toro de la tarde con una cara de tremendo enfado.
No era para menos.
El fallo con la espada le impidió cortar un trofeo que se había ganado a pulso por su entrega heroica ante un toro que le complicó seriamente la existencia durante quince minutos.
Y la comprometida actitud del torero llegó a los tendidos, que obligaron a Escribano a dar una más que merecida vuelta al ruedo.
Algo parecido le sucedió a Fortes, pero, tras una cerrada ovación a la muerte del quinto, enfiló el camino de la enfermería para ser atendido de una leve cornada en la corva de la rodilla derecha, producto de una tremenda voltereta que le infligió el toro cuando intentaba muletearlo con la mano derecha.
Ambos, Escribano y Fortes, dieron una verdadera lección de entrega torera, al igual que su compañero Lorenzo, ante escaso público y abundantes toros de Victorino Martín, complicados, sosos, de corta embestida y muy escasa calidad, que vendieron caras sus vidas y dificultaron la labor de los toreros.
Quizás, el momento de gran emoción llegó con el tercio de banderillas al cuarto de la tarde, a cargo de Escribano. Lo había recibido, como a su inválido primero, de rodillas en la puerta de chiqueros con una larga cambiada, que luego repitió por dos veces en el tercio.
Clavó dos pares a toro pasado, y, como es habitual en este torero, se sentó en el estribo para colocar el tercero al quiebro. Tardó el toro en notar su presencia, lo miró y se fue acercando sin prisas hacia las tablas al tiempo que el torero se alejaba como podía sin despegar la carne de la madera.
El silencio se apoderó de la plaza ante la inminencia del riesgo palpitante de la escena. Se mantuvo firme el torero, aguantó lo que parecía imposible, clavó el par de banderillas y un misterio es cómo pudo salir del encuentro, emparedado entre los pitones del toro y la barrera. Solo la punta de un capote o una toalla surgida del callejón lo salvaron de lo que parecía una cornada inevitable.
Brindó Escribano al respetable, y desplegó toda una lección de valor intenso ante un animal sin clase, cortísima embestida y malas intenciones, que llegó a derribarlo, buscarlo y pisotearlo sin más consecuencias que el susto y los golpes.
Sudó el torero para ganar una pelea incierta y difícil, y solo dos pinchazos impidieron lo que hubiera sido una merecida oreja. Justificado estaba, pues, su tremendo enfado.
Fortes es más frío y trasluce menos sus emociones, pero es verdad que acudió a Bilbao dispuesto a confirmar la buena imagen que dos días antes había dejado en la feria de Málaga.
Sufrió dos volteretas -la primera, cuando recibía a la verónica su primero, y la otra, ya reseñada, ante el quinto-, y dejó el buen sabor de un torero valeroso, firme, seguro y con el oficio y la hondura suficientes para que el triunfo no le vuelva la espalda.
Trazó buenos muletazos con ambas manos ante el soso primero, blando y descastado, y se jugó el tipo ante el otro, deslucido y complicado.
Debutaba Lorenzo con victorinos y en Bilbao, paseó una oreja muy generosa de su primero, el más noble del encierro, con el que se eternizó con la muleta, casi siempre al hilo del pitón, y solo al final se gustó con una tanda de hondos naturales. Insistió ante el sexto, soso como sus hermanos, y le robó otros dos buenos muletazos con la zurda.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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