En la Monumental México… El mágico ritmo de Jerónimo
Con una entrada modesta en la Monumental Plaza de Toros México, en lo que ha sido el octavo festejo de la actual Temporada Grande 2017-2018, se han lidiado toros de Caparica, en términos generales han mostrado mansedumbre, comparecieron en los caballos sin pelear; dos derribaron a los jamelgos por el impacto de la velocidad que llevaban. A esta ganadería, todavía le hace falta definición. Con relación a su presencia, primero y sexto han resultado justos, mientras que segundo, cuarto y quinto, estuvieron correctamente presentados. El tercero ha sido un toro en toda la extensión de la palabra, lástima grande que su mansedumbre y descastamiento le hizo pronto acabar su andar. Deseamos que los ganaderos no se equivoquen con los falsos elogios que con entusiasmo gritaban sus amiguetes desde el tendido… claro, entendimos que fue para motivarlos.
Jerónimo: Vuelta protestada tras aviso y oreja.
Juan Pablo Llaguno: Saludó en el tercio y vuelta.
Antonio Lomelín: Silencio en ambos.
Detalles:
Antonio Lomelín confirmó su alternativa con Divino, número 114, con 538 kilos.
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Decía Rubén Darío que añoraba el ritmo en su poesía, cuando el ritmo era justamente Rubén Darío…
… para ejemplo, un botón ahora que estamos en Año Nuevo, pues un estracto del poema que le dedicó a tan significativa fecha:
“A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre….”
El ritmo si bien está en todas las facetas de la vida, incluso hasta en el más común de los mortales, se hace necesario y evidente entre los artistas.
En eso estaba el archivo de sastre de mi memoria, cuando apareció el cuarto de la tarde que le correspondió a un artista… Jerónimo.
Un toro que tras el choque con la cabalgadura desmontó al piquero del debilucho jamelgo, tras picotazo trasero y caído, quedando peligrosamente el picador en la arena, entre las patas del toro; para su buena fortuna le saltó y en su huida se encontró con Jerónimo, quien cayó mientras el de Caparica evadió al torero.
Todo quedó en un susto.
Un toro de correcta presencia, manso, complicado, que iba con la cara alta, y cuyo lado izquierdo era imposible, mientras que con el derecho había que estar ahí, poderle y sacarle pases impensables de pasmosa suavidad.
Esto escrito resulta sencillo, hacerlo es una loable labor titánica, porque primero el héroe tuvo que imponerse, y después transfigurarse en artista para regalar al espíritu trazos luminosos.
Sí, una importante faena que se anunció desde con los cadenciosos lances, para concluido el tercio de banderillas, comenzar con la muleta con pases por abajo, haciendo notar que el mandato lo tenía el torero.
Así, Jerónimo, comenzó la exposición de motivos con una primera serie con la mano diestra, que delimitaba el camino, con el fin de que la inspiración tomara rienda suelta en pases de un sentimiento estentóreo, en donde la suavidad, el temple, el mando y el ritmo…
… ¡sí!, ese mágico ritmo, convivieron para recrear al espíritu del diletante taurino con esa primera serie que dijo mucho.
Hacía acto de presencia el poder del sentimiento apoyado en el poder que concede el valor natural al aguante.
Aunque…
… aunque, vendría otra serie más, sí sí, in crescendo.
El torero se pasaba al toro ceñido a su geografía corpórea, tan impactante por lo expuesto; tan grato por los mágicos momentos escultóricos.
Para entonces el público estaba camino del éxtasis, ante tal muestra del sentimiento arrebatado, de no ser…
… sí, de no ser porque de pronto en un derrotillo del toro arrebatara al torero, su muleta.
Esto, por supuesto, que no fue óbice para que la faena continuara yendo a más, así que apareció otra serie con la mandona mano derecha, precisa y genial, el toro que llevaba la cara tapada con el engaño, no tenía más opción que seguir las órdenes imperiales del torero, y de esta forma hubo una explosión de sentimientos tras rematar con señorial adorno y el portentoso de pecho.
SÍ… sí intentó por la zurda, pero ahí el genio -la casta mala- del toro resultaba más evidente y violenta, se ponía por delante, por lo que atinadamente regresó con la derecha para dejar nuevamente aire oxigenador en el espíritu del diletante taurino.
Tras una estocada caída, claudicó el toro, y el público exigió una oreja que ha paseado con la satisfacción que da la pasión y la entrega, y entonces…
… entonces, cuando justo pasaba Jerónimo frente a nosotros, recordamos los versos finales de ese poema del Año Nuevo del inmenso Rubén Darío que le contamos al inicio:
“… San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.
Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco
y el Arquero“.
Bien…
No había estado nada mal, Jerónimo, con su primero, en donde se había dado una vuelta que casi nadie la pidió; si bien es cierto que sus amiguetes desde los tendidos le apoyaban exigiendo una oreja, nada que la sustentara.
Nada que la sustentara porque hubo lances suaves a un toro que acudió desde que apareció en el redondel con la cara alta, después un quite por chicuelinas bajando las manos, las que fueron pintureramente recortadas.
Inició la faena con pases por alto, desconcertando a los eruditos en la materia, ya que el toro acudía con la cara alta.
Una faena eminentemente derechista que tuvo aroma y las conocidas buenas maneras del señor Jerónimo, pero que no logró subyugar como la segunda que ha sido contundente.
Ilusionista ha sido el tercero, que no peleó en caballos y se quedó dormido en el peto cual vil manso.
Un toro con toda la percha.
Por los cuatro costados era toro, pero…
… pero manso y descastadón.
Le correspondió a, Juan Pablo Llaguno, quien ha estado firme, sabiendo qué hacer con tan complicado ejemplar.
Prologó la faena con doblones, para someterlo, y luego alternó series con ambas manos extrayendo pases impensables, y con pulcritud. Justo cuando hacía la tercera serie con la derecha que estaba convenciendo al respetable, la inició con dos molinetes, para extraer pases en verdad impensables, tras haber rematado con el de pecho y al intentar otro el toro se lo llevó de bruces y lo envió varios metros hacia el cielo, cayó en la arena, y eso…
… eso no fue ningún obstáculo, para que se incorporara y concluyera la serie con gran, en verdad, con gran dignidad.
Dejó dos pinchazos, una espada caída, el torote -que no es lo mismo que el torazo- se amorcilló por la mala colocación de la espada, así que descabelló consiguiendo el cometido.
Fue llamado al tercio, en donde escuchó gran ovación como reconocimiento a su apasionada entrega.
Y que salió, Trueno, y su mansedumbre le hizo saltar de inmediato al callejón, así que, Juan Pablo Llaguno, inteligentemente concretó chicuelinas para recortar la huida del toro, el que simplemente cumplió en caballos.
Pases por abajo fueron la parte inicial de otra faena de entrega sin cortapisas para un toro aplomado por su estentóreo descastamiento. Tras el esfuerzo, dejó un pinchazo y una entera, acabando la plausible participación del joven Llaguno.
De, Antonio Lomelín, hay muy poco que contar, confirmó con Divino, y estuvo absolutamente extraviado, lances atropellados recortados con una media. Posiblemente se impacto, porque su toro fue al caballo de la querencia al que derrumbó por el impacto del choque, pero no porque fuera bravo; ya que recibiría otra vara en la contraquerencia y aventó, como era evidente, cornadas de manso en la parte superior del peto.
Vino entonces un un quite por chicuelinas violentas, y tras concluir el tercio de banderillas, y la ceremonia de confirmación, Antonio, dejó una faena sin plan ni estructura.
Una estocada delantera contraria para poner punto final, pero, el bovino se amorcilló por la mala colocación de la espada y por eso tardó en caer, no por bravura no por casta, como muchos se confundieron.
Antonio que debió haber terminado rápido ese episodio bochornoso, sin embargo, se quedó esperando a ver caer al astado, para después inexplicablemente aplaudirle.
Con, Soñador, el joven Lomelín dejó algunos momentos que no lograron sumar un impacto serio por falta de argumento.
El toro fue soso, deslucido, mansesco.
En medio de la aburrición de pronto aparecieron apresuradas manoletinas que despertaron a la asistencia y hasta la entusiasmaron. Un bajonazo, y no dejó nada para la posteridad el joven Lomelín.
Y qué pena porque tiene el apoyo de, Arturo Gilio, que ya quisieran miles de jóvenes toreros.
Finalizado el festejo, indebidamente, los ganaderos de Caparica salieron a saludar en el tercio, porque algunos buenos amigos les gritaron que lo hicieran.
Decimos indebidamente, porque si bien es cierto que fundamentalmente cuatro astados han estado correctamente presentados, los seis tuvieron el denominador común de la mansedumbre.
Y no se puede rendir tributo a la mansedumbre.
Deseamos que ese falso oropel no les continúe equivocando a los señores de Caparica, y busquen la fórmula para devolverle a su ganadería la casta y la bravura.
¡Claro!
Claro que para leer falsos elogios, halagos sin fundamento, este no es el espacio, para ello está la prensa comprometida y ahí hallarán toda esa parafernalia de falsedades.
Al final, nos queda el mágico ritmo de Jerónimo que le concedió el poder que da el aguante al poder del sentimiento, así como el valor, la voluntad inquebrantable y la serena inteligencia de Juan Pablo Llaguno.
Habrá que volver a incluirlos en otro cartel, porque la gente que no fue se estará arrepintiendo de no haber asistido.
¡Feliz Año Nuevo!
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