Rafael Zahonero, entre la batuta y la muleta
Rafael Zahonero, músico de la Armada Española y oriundo de Albal, Valencia, se posesionó el pasado 24 de mayo del 2017 como director de la banda musical de la Monumental Plaza de Toros Las Ventas.
La renuncia de Francisco García, por jubilación, motivó a este soñador del toreo a que, por antigüedad, se pusiera al frente de la música, ingrediente fundamental dentro de la lidia de los toros. Sin embargo, Rafa, como le dicen sus familiares y amigos, algún día fue un chaval que, tras un suceso infortunado, sintió un llamado cuasi celestial para hacer parte del mundo de la tauromaquia.
¿Sería en el ruedo con una muleta o en el palco con una batuta?
“Esas preguntas, que aún rondan su cabeza, servirán para hacer un recorrido desde su pequeño pueblo en el que toros y vacas ingresaban tranquilamente hasta la sala de su casa. Luego, como director, indagaré por sus alegrías, tristezas y reclamos”.
– ¿Cuál fue el primer pasodoble, además de España Cañí, que eligió como director de la banda musical?
“Lo pensé desde que supe que iba a ser el director de la banda. Me decidí finalmente por el pasodoble Agüero de José Franco. Es una composición que se tocaba, por su elegancia, en los eventos más importantes de Valencia. Además, me recuerda mi niñez y juventud”.
– ¿Cuándo nació su pasión por la música de banda?
“Mi padre y yo nos sentábamos por horas para ver pasar a las bandas musicales valencianas que van de concierto por la calle. Mi padre fue un músico aficionado que tocaba la tuba y el acordeón. Aunque era funcionario de correos, siempre le tuve como ejemplo para aprender de las artes musicales.
“Él fue mi primer maestro de solfeo, hasta que comencé mis estudios en la Sociedad Musical L´Artesana de Catarroja Me llamaba la atención la percusión, pero finalmente escogí el trombón de varas por ser un instrumento que no era muy abundante en esa época dentro de la banda”.
– ¿Y por qué se interesó en la tauromaquia?
“A diferencia de la música, no tuve ninguna relación directa con el mundo de la lidia de los toros. Mi padre era aficionado, pero no con gran entusiasmo, y por eso, en mis primeros años de vida, siempre preferí a las vaquillas y a los toros embolados, típicos de las fiestas de los pueblos valencianos, conocidas como Bous al Carrer. Desde que era un niño vi a estos animales a los que mi abuelo dejaba pasar hasta la sala de nuestra casa.
“Son fiestas populares que hacen parte de nuestra tradición y que me han maravillado durante toda la vida. Estos festejos me gustaban porque me gusta el ganado bravo en todas sus disciplinas. Me considero un aficionado ‘torista’. Siempre tengo en la mira al toro y estoy atento a lo que él haga. Soy un enamorado de las reses bravas y gracias a ellas hago parte de la familia taurina de España”.
– ¿Le gustaban entonces las corridas de toros?
“No. No me gustaban. Sin embargo, el 1 de mayo de 1992 estaba saliendo de mi casa cuando mi padre me gritó: ‘¿A dónde vas? ¿No te quedas a ver la corrida?’. Recuerdo que él estaba frente al televisor muy cómodo esperando a que comenzara el paseíllo con los toreros José María Manzanares, Pedro Gutiérrez ‘Niño de la Capea’ y José Ortega Cano. Recuerdo su expresión de alegría, la Maestranza estaba abarrotada de gente y el ambiente era festivo. Yo igual no me dejé seducir por la invitación de mi padre.
“Caminé unos pocos metros para comprar chucherías en una tienda. Miré a mi alrededor y me di cuenta que no estaban por allí ninguno de mis amigos. Pensé que a mi padre le iba a hacer ilusión que le acompañase a ver la corrida de toros. Salí, caminé de nuevo para llegar a casa y cuando entré había un silencio sepulcral. Cuando llego a la sala, mi padre estaba como hipnotizado por la televisión. Su rostro desencajado y su expresión con el ceño fruncido me llevó a pensar que Manzanares había tenido una mala presentación.
“Por el tiempo que había transcurrido apenas irían en el primer toro. Miro el televisor y se me hace raro que el ruedo esté completamente vacío ¡Ni un solo personaje se movía! Mi padre me mira con su cara trágica y me dice: ‘¡Un toro acaba de matar al banderillero Manolo Montoliu!’, me senté a su lado, vi como los picadores y banderilleros se abrazaban y lloraban por el infortunio.
“La plaza de Sevilla que de por sí es silenciosa, estaba en medio de un funeral en el que todos nos involucramos desde nuestras casas. Manolo Montoliu era valenciano y sentimos su pérdida como algo muy nuestro. A partir de ese momento me sentí atraído por el alma de la tauromaquia. Una frontera entre la fiesta y la tragedia. Tenía 15 años y mi obsesión fue convertirme en el mejor torero de Valencia. Me comí literalmente el coco y no descanse hasta que mis padres me apuntasen a la escuela taurina”.
– ¿Cómo fue su paso por esa escuela?
“Aprendí del toreo, de su arte y riesgo. Éramos más de cien chavales que a diario soñábamos con ser el próximo Enrique Ponce. Él siempre fue nuestra referencia y pensábamos que, tal vez, algún día estaríamos a su altura y que saldríamos por la puerta grande de Sevilla o Madrid.
“En ese momento yo tenía que dividir mi tiempo para poder responder a mis tareas del conservatorio y para asistir a la escuela taurina. Toreé treinta o cuarenta becerros en clases prácticas, pero no tuve gran suerte, el ganado bravo de esas tierras tampoco ayudaba mucho al aprendizaje, y cierto día, llegó el momento de mi servicio militar obligatorio y decidí abandonar el sueño taurino”.
– ¿Cómo fue su camino entre su formación militar y la plaza de toros Las Ventas?
“Después de realizar mi servicio obligatorio en la Fuerzas Armadas en la Banda Militar de Valencia, y tras un breve paso de una temporada, en la banda cómico-taurina- musical El Empastre de Catarroja, decidí presentarme a músico de la Armada Española y, luego de la instrucción básica, busqué formarme como músico profesional militar. Aprendí muchas cosas, entre ellas, la disciplina. Aprendí que ésta es necesaria para alcanzar lo que uno se plantea.
“Tras 8 años destinado en San Fernando (Cádiz) trabajé a bordo del Buque Escuela Juan Sebastián de Elcano: único buque español que lleva una banda de música a bordo. Luego, pasé destinado a Madrid y, cierto día, recibí una llamada del director Lorenzo Gallego. Él me ofreció el reemplazo de uno de los trombonistas de la banda de la plaza de toros de Las Ventas que causaba baja.
“Lo pensé porque es un trabajo con mucho sacrificio donde prácticamente tienes que estar presente cada domingo y un mes completo durante los festejos de San Isidro. Recuerdo mi primer día: me senté, cogí el trombón, miré al maestro Lorenzo y puede sentir de golpe a los instrumentos de atrás y de los lados. La disposición inclinada de la banda me impactó. Esa sensación es inolvidable”.
– ¿Mejor dirigir que ser dirigido?
“Es mejor dirigir a la banda. Me gusta la selección de los pasodobles, del repertorio. Pero yo pienso que este cargo es de mucha responsabilidad y de trabajo extra. Siempre debo estar pendiente de los músicos que se incapacitan o que simplemente llaman y dicen que no pueden venir. El maestro Rafael Zahonero, seguidor incondicional de Enrique Ponce, recibió con sorpresa el ofrecimiento de ser el director de la banda musical de Las Ventas.
“Dos de sus compañeros, que, por antigüedad, debían tomar la batuta, no estuvieron dispuestos a hacerse cargo de la banda. Francisco García, anterior director, ya les había anunciado su jubilación para la segunda semana de la Feria de San Isidro y era urgente encontrar un reemplazo. Rafael, aunque aceptó con orgullo su designación, hoy lidia con los sinsabores del mundo musical en el que el trabajo, las promesas y las expectativas están ligadas a la decepción y la rutina”.
– ¿Saben de toros los músicos de Las Ventas?
“Antiguamente era más común esa unión entre la tauromaquia y la música. Hoy, te podría decir que de 22 que somos, tan sólo cuatro o cinco estamos pendientes del ruedo. La mayoría lo hace por dinero. Pienso que cada vez se pierde más afición a los toros en general. Me gustaría que la gente viniera y estuviera pendiente de la lidia y no del móvil.
“Unos escuchan el fútbol, otros pelean con sus parejas, su concentración es totalmente ajena al lugar donde estamos. Hay un torero y un toro que se juegan la vida. No puedo luchar contra eso. Si fuesen críos podría encaminarlos y llamarles la atención, pero todos ya son músicos profesionales. También entiendo que en ocasiones nos cansamos más por el número de corridas aburridas que por las corridas diarias que hay durante San Isidro”.
– Desde 1939, a excepción de Antonio Bienvenida en el 66, no se toca un pasodoble mientras el toro está en el ruedo ¿Qué opina de esta normativa?
“Lo digo como director, músico y aficionado, para mí está muy bien que no se toque durante las faenas. Ésta es la plaza más exigente del mundo, el toro tiene mucho trapío y cuenta, normalmente, con defensas muy aparatosas. El torero lo último que querrá es que suene la música. San Isidro es el examen final de los toreros, es el más difícil del curso taurino. Si nosotros tocáramos durante la lidia distraeríamos esa característica rigurosa de la plaza”.
– ¿Cuál será su principal aporte como director de la banda musical?
“Soy nuevo en la dirección, pero estoy estudiando volver a la base de instrumentos de metal. La preferencia por los instrumentos de madera del anterior director, aunque endulzaban enormemente el pasodoble, tenían poca potencia por el tamaño de la plaza. La gente de nuestro alrededor puede disfrutar nuestra música, pero más de la mitad de la plaza, me han dicho, no oyen nada. Es normal porque el público hace mucho ruido hablar, aplaudir o protestar. Consultaré a los músicos y si llegamos a un consenso lo modificaremos”.
– El exdirector Francisco García siempre reclamó la grabación de un CD para dejar huella en el ambiente musical de la plaza ¿Usted también buscará su grabación y publicación?
“Los patrocinios y las ganas son muy importantes a la hora de grabar un producto musical. Eso sigue en veremos. Todos somos músicos profesionales y estamos regados por toda España, no siempre tenemos el tiempo disponible. Son cosas que se hablan, pero luego se olvidan. Después de que termine la feria retomaré ese tema con los demás miembros. A lo mejor nos ponemos de acuerdo para hacer ensayos y mirar la posibilidad de grabarlo”.
-Finalmente, ¿te arrepientes de haber dejado de lado tus estudios taurinos que te hubieran llevado a convertirte en el próximo Enrique Ponce?
“Me asalta el pensamiento ¡Qué bueno no haber sido torero! He visto cosas azarosas en esta plaza. He visto cornadas peligrosísimas y he sentido el miedo. Los aficionados piensan que esa puede ser la única derrota del torero. No. Yo aquí he visto grandes fracasos de toreros y novilleros que han salido bajo rechiflas inmisericordes. Yo sabía que ser torero era difícil pero ahora desde el palco veo que es un oficio muy complicado. Podría estar en el estrellato o en el cementerio ¡ve tú a saber!”.
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