Crónicas

En Málaga… Ponce hizo su espectáculo ‘hollywoodense’ e indultó a un manso

Málaga, jueves 17 de agosto de 2017. Cerca de media plaza. Se lidiaron cuatro toros de Juan Pedro Domecq, justos de presencia; y dos -segundo y tercero- de Daniel Ruiz, que fueron anovillados. Todos han sido mansos, dóciles, ‘bobitoro’, ninguno peleó en los caballos. El quinto fue indultado inmerecidamente, no peleó en caballos, y acudió con obediencia borreguna. Y luego se preguntan por qué está tan mal la cabaña brava española con el des-encaste Domecq.

Enrique Ponce: Oreja, oreja tras aviso y dos orejas simbólicas tras indultar al toro.

Javier Conde: Vuelta al ruedo, silencio tras aviso y ovación de despedida.

Detalles:

Al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio por las víctimas del atentado de Barcelona.

El quinto, de nombre Jaraiz, número 53, de 554 kilos, fue indultado por Enrique Ponce, ya que fue manso, de embestidas borregunas de una docilidad asfixiante; aquí no triunfó el ganadero, porque ningún ganadero puede triunfar con este tipo de ejemplares que son la negación de la bravura.

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Enrique Ponce quiso hacer su espectáculo, que fuera impactante con música de las grandes películas hollywoodenses, como La Misión, por ejemplo, y eso apareció.

Las bellas artes a través de la música, sólo hicieron breve acto de presencia, en el paseíllo con O Fortuna de la obra Carmina Burana de Carl Orff, o con el segundo movimiento del celebérrimo Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta de Joaquín Rodrigo.

Para tal efecto, si pintaron las tablas, burladeros, con situaciones alusivas al inmenso Pablo Picasso, pero fueron simples alusiones, ya que no hubo copias fieles de las obras de tan excelso artista malagueño para regocijar el espíritu recordándolas.

A este espectáculo hollywoodense al que convidó a, Javier Conde, el divo de Chiva le denominó: crisol, seguramente porque intentó unir a Hollywood, con el cante y la Fiesta de los toros. Para tal cometido se invitó a Estrella Morente, Pitingo y a la soprano Alba Chantar.

El público en medio de coros y una monumental banda, pues se excitó en demasía y aprobó todo lo que vio, aunque en la reflexión sólo queden pocas cosas puntuales.

Enrique Ponce ha hecho dos faenas correctas, pulcras con dos ejemplares justos de presencia, sobre todo el segundo, que pareció anovillado, lejanas a su cuerpo, pero inmersas en su esteticismo.

La locura vendría con su tercero, la máxima expresión del ‘bobi-toro‘, un ejemplar de borreguna embestida que iba y venía como bendito, así que Ponce se lo pasó todo lo que quiso alrededor de su cuerpo hasta llegar a sus conocidas poncinas, que no son más que un ejercicio de flexibilidad del ballet clásico.

De pronto, fue por el capote, y repitió la fórmula de poncinas con capotillo, rompiendo el rigor de la liturgia, después invitó a que toreara al ejemplar a, Javier Conde, quebrantando con esto todo lo que conlleva el rito.

Era el espectáculo de Ponce, hizo lo que quiso hasta indultar a un ‘borreguito‘ que dañará más a la cabaña brava española.

Pero si bien es cierto que, Javier Conde, anduvo extraviado por su falta de torear, con su tercero, el momento más álgido de la tarde en cuanto a verdad en la expresión torera, llegó cuando, Ευτέρπη (Euterpe), la musa de la música, azorada al ver tanta superficialidad ajena a las bellas artes, decidió enviar el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, y ahí aparecieron unos naturales exquisitos, de fino trazo, pleno de armonía, y por consecuencia necesaria de luminosa belleza, que ahí quedaron por parte del señor Conde.

Sí esos naturales han sido lo más puro que habitó esta tarde en lo que al arte del toreo se refiere.

Al final, en hombros Ponce y Juan Pedro Domecq, el espectáculo frívolo había concluido y a celebrar, una representación alejada de la verdad, de la liturgia, del rito del arte del toreo, pero, sí inmersa en el gusto muy particular de Enrique Ponce.

Hizo bien el señor Ponce, inventó este espectáculo y a pesar de que no atrajo a la gente que deseaban, porque hubo mucho lugares vacíos en los tendidos, y palcos deshabitados; hizo lo que quiso esta tarde con su Crisol, que ni con mucho se puede afirmar que aparecieron en su esplendor las bellas artes.

Cabe resaltar la presencia de Estrella Morente, Pitingo y a la soprano Alba Chantar, dignos representantes de la cultura popular de España, quienes en su ramo han estado estupendos y fueron la parte fundamental que levantó los espíritus de una tarde que no hubiera llegado a tanto en lo taurino.

 

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