Crónicas

En Sevilla… Grande Ferrera a la verónica

Plaza de La Maestranza. Decimotercera corrida de abono. 6 de mayo. Casi tres cuartos de entrada. Toros de El Pilar, Moisés Fraile -el quinto, devuelto-, justos de presentación, mansos, blandos, descastados y nobles.

Juan José Padilla: Ovación y ovación.

Antonio Ferrera: Petición y vuelta y vuelta apoteósica.

Alberto López Simón: Ovación y silencio.
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Es una verdadera gozada ver cómo se mueve por la plaza ese nuevo torero, absolutamente transfigurado, que responde por Antonio Ferrera. Tras casi dos años de retiro forzoso, ha vuelto como un maestro, un artista, una auténtica figura.

Ayer, cuando la corrida de El Pilar deambulaba por la noble mansedumbre de unos toretes de infumable sosería, apareció Ferrera con el capote para recibir al quinto, y dibujó, soñó e imaginó un manojo de verónicas, lentísimas, preñadas de gusto, de profundidad, de bellísima hermosura, puro paladar para los sentidos. La banda de música brotó entusiasta, la plaza vibró y toreó con él, embelesada toda, conmovida por el más puro sentimiento torero, ante la gracia desmedida de un torero en un instante de inspiración plena.

Antonio Ferrera protagonizó así los segundos -chispazos, destellos eternos- más emotivos y hondos de la feria.

Después, lo que son las cosas, todo el encanto se desmoronó. ¡Qué poco dura la gracia en la vida de los aficionados taurinos! El toro, pura nobleza y de escasa fortaleza, se partió la mano izquierda a la salida de un par de banderillas, y el presidente optó acertadamente por su devolución, lo que no fue posible con la ayuda de los cabestros y sí con la intervención segura del puntillero.

Se había roto la ráfaga de luz con la que Ferrera había inundado la Maestranza. Pero ahí quedó su grandiosa luminosidad para la historia y el recuerdo imperecedero.

Emocionado, quizá, por su magisterio con el capote, entendió a la perfección al nobilísimo y blando sobrero con el que volvió a protagonizar momentos de enorme torería con ambas manos, consagrado a estas alturas como gran figura.

Hasta entonces, nada reseñable había ocurrido, más allá de una corrida de El Pilar muy justa de presentación, de bravura y de casta. Ningún toro se empleó en los caballos y todos demostraron que la búsqueda exclusiva de la nobleza lleva a la tontuna.

Con material tan escaso, poco pudieron hacer Padilla y Ferrera. Lo intentaron de veras, banderillearon con la espectacularidad y escasa brillantez con la que acostumbran, y se justificaron con la mejor voluntad ante un público cariñoso en exceso, alborotador y triunfalista.

Padilla se enfrentó a un lote de toros agotados, insulsos, sin fiereza ni codicia, y el jerezano se limitó a dar muchos pases carentes de interés. Más afanoso, si cabe, se mostró Ferrera con su sosísimo primero, al que exprimió su sosa mansedumbre y le robó un par de naturales muy estimables. Alargó la faena, consiguió el tachín, tachín de la banda y el público pidió una oreja sin sentido que el presidente no concedió.

López Simón hizo lo mejor que sabe -sin levantar pasiones- con el noble y flojo tercero, y se esforzó -con idéntico resultado- ante el sexto, otro de la misma pinta que no podía mantener el equilibrio.

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* Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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