Crónicas

En Sevilla… Estado comatoso

Crónica de Antonio Lorca

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Sevilla. Plaza de La Maestranza 9 de mayo. Decimocuarta corrida abono de la Feria de Abril. Lleno de “no hay billetes”.Toros de Garcigrande, justos de presentación, mansos, descastados, desfondados y muy nobles. El sexto cumplió en el caballo y se movió en la muleta.

Morante de la Puebla: Ovación y ovación con aviso.

Daniel Luque: Gran petición y vuelta al ruedo y oreja.

Tomás Rufo: Ovación y oreja.

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  • Daniel Luque y Tomás Rufo cortaron sendas orejas y Morante dibujó pinceladas de arte ante una corrida desfondada y descastada de Garcigrande

La Feria de Abril merecería que algún día saliera al ruedo una corrida seria, encastada, combativa y exigente en lugar de estos animalitos seleccionados con mimo, criados con biberón, sin fuerzas ni casta y con un corazón tan bondadoso como lastimoso.

Los de Garcigrande de hoy no han sido muy diferentes a los de otras tardes, penosos, lisiados, desfondados, sin vida, en estado comatoso… Material inservible para la emoción.

Por eso, la corrida fue un robo; pero no de la cartera, que también. Fue un robo el que debieron cometer los toreros para dibujar los muletazos que, con gran esfuerzo, animaron la tarde más allá de lo esperado.

Morante, por ejemplo, ha terminado la feria como la comenzó, con una disposición sorprendente y una ambición ilimitada, lo que le permitió protagonizar llamaradas de arte en su descastado lote.

Cuatro verónicas lentísimas abrieron la sesión al primer toro, un inválido henchido de bondad. Continuó con un quite por delantales y una larga por alto para dejar al animal en suerte.

Se lucieron Ferreira y Amores con las banderillas y Curro Javier con el capote, y cuando Morante tomó la muleta, su oponente ya pedía a gritos la muerte. Pero no estaba en los cálculos del torero que el óbito se produjera tan de repente.

Pegado a las tablas, con el engaño recogido, comenzó con un pase por alto y un molinete; para evitar el molesto viento de aquel instante, se fue a los medios, y allí le robó materialmente cuatro largos naturales a un toro hundido.

Toda su actuación, a ráfagas, como imponía el toro, fue un rocío permanente de soplos bellos.

Lo mismo sucedió ante el cuarto, de idéntica condición que su hermano. Espectacular fue el comienzo del último tercio: estatuarios, un molinete invertido, hasta cinco pases de la firma y un desplante pusieron de punta los vellos de la plaza y la música sonó entusiasmada.

Era evidente, no obstante, que el toro no podía con su alma, lo que no fue impedimento para el compromiso de un torero dispuesto a todo, y así surgieron tres naturales largos, hondos, hermosos, y dos derechazos más a pies juntos, una sinfonía de buen gusto, rota por la invalidez del animal.

Pero ahí quedó la obra de un artista; sin toros, sí, pero desbordante de inspiración. Un quite a la verónica en el sexto fue la rúbrica a una feria para el recuerdo del torero.

Otro ladrón fue el catedrático Luque, que exhibió en su primero una obra de ingeniería taurina. Fue la suya un prodigio de buena técnica, de apabullante seguridad y aplastante suficiencia. La escasa fortaleza de sus toros no fue óbice para que ofreciera otra lección de torería, dominio, colocación y buen gusto.

El presidente le negó la oreja de manera injusta en el primero, y se la concedió en el quinto por una faena de menor fuste aunque de la misma entrega y conocimiento. Se va de la feria como la gran figura que es por méritos propios.

Y otra oreja cortó Tomás Rufo por el conjunto de su actuación, pundonorosa, entregada, bien ejecutada, pero falta de ajuste, fría, incapaz de captar la atención del generoso público maestrante ante el mejor lote. Comenzó con un ramillete de bonitas verónicas, ganando terreno desde las tablas hasta la boca de riego, en el tercero.

Tras un gran par de Fernando Sánchez, se hincó de rodillas para trazar hasta cinco derechazos. Aprovechó la mejor condición del toro con muletazos limpios que no consiguieron arrebato alguno. Y le tocó el toro más encastado de la tarde, el sexto, que cumplió en varas y llegó con movilidad al tercio final; otra vez, toreo mecánico, despegado, fácil, sin emoción. No consiguió dar importancia a su labor. La oreja, concedida cuando ya arrastraban al toro, supo a muy poco.

Lo dicho, esta Feria de Abril merecería que algún día saliera una corrida de toros, y no ese desecho de bondades que viene soportando desde el primer día.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País 

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