En Valencia… Roca Rey, continúa imponiendo su imperio
Valencia, España. Viernes 18 de Marzo, 2022. Quinta de la Feria de Fallas. Lleno. Se han lidiado cuatro toros de Victoriano del Río, que fueron bastotes, asfixiantemente mansos y fastidiosamente descastados; los de Toros de Cortés -que hicieron tercero y quinto-, terciadones, mansos pero con cierta movilidad. En su conjunto no pelearon en caballos, algunos intentaron defenderse, otros claudicaron de inmediato quedándose a dormir en el peto.
Diego Urdiales: Ovación y ovación.
José María Manzanares: Ovación tras aviso y ovación tras aviso.
Andrés Roca Rey: Oreja y gran ovación tras dos avisos y petición.
Detalles:
Después de romper el despeje de cuadrillas se guardó un minuto de silencio por el recuerdo de Paco Ferri, quien fuera asesor de la plaza de toros de Valencia.
Daniel Duarte saludó tras parear al segundo; mientras, Antonio Chacón, al tercero.
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Volvió a llenar el aforo, Andrés Roca Rey, las ovaciones, los olés, más estentóreos se escucharon para su persona. Un auténtico ídolo también de esta plaza. Es muy sencillo de entender, para el joven artista peruano, todos los públicos merecen su respeto y actúa en consecuencia.
Que el toro no tiene lidia, a través de su innegable sabiduría y sentimiento a raudales, consigue extraer pases por demás meritorios, que logran embelesar al respetable.
Así ocurrió en el festejo de este viernes. Tuvo como primer ejemplar a, Centinela, un toro jovenzuelo con movilidad, al que de inmediato se impuso con verónicas cadenciosas a las que sumó con un par de chicuelinas para recortar con una contundente media, mostrando desde ese momento, que el mando lo detentaba él.
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Después del simulacro de la suerte de varas, en donde cayó trasera la puya, hubo magníficas chicuelinas, lo que el conocedor público agradeció con fuerza.
La faena no tuvo desperdicio, citó desde los medios y ahí aguantó la inercia de la embestida, deteniendo el ímpetu de la naturaleza instintiva, para atemperarla con su inobjetable mando y sólido aguante.
Siempre adelantándose a las mansescas intenciones del bovino, así logró trazos sentidos y contundentes que le llevaron con ambas manos a consumar series de sumo mérito; como aquella por el lado natural que levantó al respetable de sus asientos, o la final que fue arrebatadora.
Quien diga que el toro fue bravo… miente.
Una alegoría ha sido la creación de, Andrés, quien condujo a los espíritus de los diletantes taurinos, al reconocimiento unánime. Y no sólo se impuso al toro, sino a la adversidad climatológica que había enviado como reto, el viento que hacia ondear su muleta.
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El público es sabio, no conoce de odios ni de intereses ajenos a la verdad, sólo entiende de la creación y comprende al artista en su justa dimensión; y sí, también en Valencia han hecho de, Andrés Roca Rey, su auténtico ídolo.
Citó y dejó una entera que acabó siendo fallida por lo que tuvo que hacer uso del descabello hasta en tres ocasiones, sin embargo, el gran público haciendo uso de su autoridad, en su inequívoco sentimiento, en su total admiración hacia la entrega total, ordenó se le concediera una oreja -su potestad- que paseó ante los vítores de la asistencia.
Con su segundo, que fue de Victoriano del Río, un galafate de nombre Cantapájaros, hizo notar su aplastante mansedumbre al huir hasta de su sombra. Andrés, que puede con esto y mucho más lo dominó y se impuso.
El prólogo fue inteligentísimo como variado, de hinojos le citó y fue esperando con esa paciencia lidiadora hasta que la huida que se hizo evidente en el mastodonte, tuvo que claudicar ante el poder del torero, quien le sometió con la mano derecha, para incorporado rematar con un bien logrado pase de pecho.
La faena tuvo mérito y pisó todos los terrenos comprometidos rebasando el nivel de la jurisdicción del toro, que acabó sucumbiendo al inobjetable imperio de, Roca Rey. Mal, muy mal con la espada, con el descabello, pero aún así hubo petición de la oreja, que era evidente no tenía que ser autorizada.
Lo que sí exigió el público, fue la presencia de, Andrés Roca Rey, para en el tercio escuchar una gran ovación de gala, como reconocimiento a su apasionada entrega.
Como evidente entrega también la tuvo, Diego Urdiales, pero lo que no hubo fue el toro bravo, sólo meros remedos de lago que fue. Remedos que aparecieron desarrollando sentido. Sí, eso fueron Viajero y Víbora, a los que Diego enfrentó con gran dignidad.
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Es más, con su segundo, al perderle la cara situado al hilo de las tablas, Víbora hizo feamente por él, dejándole un guantazo en la cabeza y otro en la mano; por lo que de inmediato apareció un riachuelo de sangre sobre su cara proveniente del cuero cabelludo. Todo hasta el momento hace ver que sin consecuencias.
Manzanares, no tuvo nada para la creación. Dos astados también de asfixiante mansedumbre a los que se impuso. Su primero fue de Victoriano, Cojito, al recibirlo con unas verónicas le punteó el capote partiéndoselo, por lo que introdujo de inmediato chichuelinas y tras el recorte, el torillo clavó los cuernos en la arena para así dar una vuelta de campana dándose por consecuencia necesaria, un costalazo sumamente fuerte; costalazo que se acabaría repitiendo.
Hubo intención, sólo que en la muleta el toro no se acabó empleando y las buenas intenciones ahí quedaron.
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Su otro burel fue de Toros de Cortés, que hizo quinto, Adorado, de eso nada. Pareció que podría haber algo, y si apareció sólo una muestra de lo que puede ser pero que en esta ocasión no terminó por concretarse.
Otro festejo fallido por las ganaderías comerciales que se preocupan más por hacer del imponente toro bravo y encastado un animalillo dócil, dúctil y lleno de miel en sus venas. Ese…
… ese no es el camino.
Y no es el camino, señores ganaderos, porque de la mansedumbre bobalicona a la mansedumbre con genio -la casta mala-, sólo pende un hilo invisible.
Habrá que devolverle a sus toros la casta, la bravura y con ello le devolverán la grandeza al arte del toreo.
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